La crisis comercial, que se inició el año pasado, no sólo se inició por una caída de la demanda, sino también por el cierre de fronteras, los bloqueos económicos y las guerras comerciales emprendidas por los imperialistas, especialmente contra China.
La reducción va a ser particularmente severa para Estados Unidos y los países asiáticos, cuyas exportaciones podrían colapsar en más del 40 y el 36 por ciento respectivamente, según la hipótesis más pesimista. Europa y el Cono Sur también verían disminuciones de más del 30 por ciento.
La reducción “probablemente será mayor que la contracción del comercio provocada por la crisis financiera mundial de 2008-2009”, advierte la OMC. Si bien los dos episodios son “similares en algunos aspectos”, sobre todo en cuanto a que los gobiernos están interviniendo masivamente para apoyar a los bancos y las empresas.
Como resultado del cierre de las fronteras, el turismo se desploma, las aerolíneas también, así como la hostelería y las empresas de servicios ligados al transporte. Pero también afectará a la oferta de mano de obra.
Es la tormenta perfecta porque desde los años noventa del pasado siglo hasta 2008, el comercio internacional había ido creciendo más que la producción mundial, lo que disimuló el verdadero alcance de la crisis del capitalismo.
Ahora ya ni siquiera las exportaciones podrán frenar el desplome. De ahí que los economistas empiecen a mirarse en su propio ombligo, en su propio mercado interno, a la hora de buscar algún paño caliente.