La escalada entre la OTAN y Rusia no va a disminuir. La pausa que Trump y sus partidarios dicen buscar sólo es un respiro para tratar de compensar el retraso de Occidente en ciertos aspectos económicos y militares.
Son muchos los que se centran en las conversacions -que ya han comenzado- entre Rusia y el nuevo equipo de Trump que va a entrar en la Casa Blanca. Rusia busca algo más que un alto el fuego en una guerra temporalmente congelada, mientras que el objetivo de la OTAN el contrario: ganar tiempo, entre otras cosas para poner al día el complejo militar industrial y llenar los arsenales, que actualmente están vacíos.
Rusia quiere garantías porque, tras la burla de los Acuerdos de Minsk, las potencias occidentales no son fiables. Las sanciones demuestran que el derecho internacional y sus instituciones más importantes han quebrado.
El orden internacional lo fue construyendo Estados Unidos desde 1945 en un momento en el que podía imponer sus normas unilateralmente, incluido el “excepcionalismo americano”, segun el cual ellos ponen las normas pero no quedan obligados por ellas.
Eso ya no es posoble, pero no hay una alternativa diferente y Estados Unidos no admite someterse a nada ni a nadie porque no se considera derrotado, ni en Ucrania ni en ningún otro lugar. Como decía Lenin, las reglas no se cambian por las buenas sino por la fuerza; alguien debe perder para que los demás ganen.
Este pulso ha llevado a la desesperación de Estados Unidos y sus socios europeos. Han visto que iban perdiendo y no han vacilado en aliarse con los peores terroristas en Oriente Medio porque necesitan alguna victoria que llevarse a la boca después de tantas derrotas amargas.
Sin embargo, esos terroristas sólo pueden ser aliados de manera coyuntural. La OTAN ha puesto todas sus esperanzan en que aún tiene capacidad industrial y técnica para rearmarse e intimidar a sus adversarios en el terreno militar, en el espacio y en las nuevas tecnologías.