Las Guerras del Cáucaso (4)
El Cáucaso entra en el Plan Barbarroja de invasión de la URSS de una forma directa y estratégica. Los nazis calculan derribar a la URSS en 10 semanas, pero la heroica resistencia del Ejército Rojo les obliga a prorrogarlo y modificar el proyecto original. Una vez frenados en 1941, los nazis se aprestan a una guerra más prolongada. Durante el verano del año siguiente concentran sus fuerzas en el frente sur, donde la gigantesca batalla de Stalingrado ha eclipsado a la guerra caucásica, en la que los nazis llegaron hasta la ribera del rio Terek, a las mismas puertas de Grozni.
Atacando el Cáucaso los objetivos nazis eran múltiples, entre otros:
— alcanzar los pozos de petróleo de Bakú
— forzar a Turquía a entrar en la guerra al lado del Eje
— enfrentarse a los británicos en Persia y Asia central.
Es bien sabido que, en su escalafón racista, los nazis consideran a los eslavos como infrahumanos (“untermensch”), por lo que podemos imaginarnos la estimación que tenían hacia otros pueblos, como el checheno. A efectos prácticos había dos posiciones entre ellos. Algunos, como Alfred Rosenberg, eran partidarios de la “independencia” de los pueblos del este, de respetar su idiosincrasia y mantener relaciones de colaboración con ellos. Pero también había quienes pretendían simplemente someterlos a la fuerza y reducir a sus habitantes a la servidumbre. Esta última política es la que impusieron el primer año de la guerra, donde las espantosas masacres cometidas en Ucrania y Bielorrusia lanzan a las masas a la resistencia y a la guerra de guerrillas. Al año siguiente aprendieron del fracaso, suavizaron sus modales y trataron de incorporar a los pueblos auctóctonos del Cáucaso a sus filas. Se imponían las tesis de Rosenberg, uno de tantos nazis nacidos en la Rusia zarista, grandes conocedores del país, su idioma y su cultura. De origen alemán pero nacido en Estonia, Rosenberg había estudiado ingeniería en Moscú, de donde huyó tras la Revolución de Octubre, trasladándose a Alemania, siendo con Hitler uno de los fundadores del partido nazi.
Tras la derrota de la URSS, Rosenberg estaba destinado a ser el ministro del Reich para los Territorios Ocupados del Este, y para cada uno de ellos (Báltico, Ucrania, Bielorrusia, Cáucaso) tenía planes específicos del papel que debían desempeñar en el futuro (“Generalplan Ost”).
En Alemania, Rosenberg reclutó para los nazis a muchos viejos zaristas y “nacionalistas”, como el georgiano Alexander Nikuradze. Físico, seguidor de las teorías reaccionarias de Spengler y Haushofer, Nikuradze se nacionalizó alemán, se afilió al Partido nazi y fue uno de los que colaboró con Rosenberg para establecer una alianza entre el III Reich y los países del Cáucaso con el fin de “liberar” a éstos del “yugo” soviético. Esa alianza tomaría la forma de una “Confederación” de todos los pueblos caucásicos encabezada por Georgia, que era el único país de la región que tras la I Guerra Mundial, durante su “independencia”, se había alineado con el Reich.
Por tanto, en 1942, una vez fracasado el año anterior el plan de colonización y sometimiento en Ucrania y Bielorrusia, se imponen para el Cáucaso las tesis de Rosenberg y su “Generalplan Ost”. Pero este plan no asume las tesis panturquistas sino las del georgiano Nikuradze. Por tanto, para los nazis, los chechenos y demás pueblos islámicos del Cáucaso sólo eran carne de cañón preparada para ser triturada en el frente. En efecto, una parte del Plan General para el Este es utilizar tropas autóctonas, caucásicas, en la lucha contra el Ejército Rojo, dar la apariencia de que no se trataba de una invasión extranjera sino de una guerra civil contra los bolcheviques, continuación de la anterior.
Dentro de la Wehrmacht se formaron en 1942 unidades de combate georgianas, azeríes y norcaucásicas a las que se le dio el nombre de Legiones Voluntarias Orientales. A diferencia de otras parecidas, como las bálticas, no formaban parte de la Waffen SS sino del ejército regular alemán y estaban dirigidas por mandos alemanes. Estas Legiones eran las siguientes: de Turkestán, de Azerbaián, de Georgia, de Armenia, de los Tártaros y de los Montañeses, que es donde se integraron los chechenos (“Nordkaukasische Sondergruppe”) formando tres batallones: los 801, 802 y 803. Cada batallón musulmán disponía de un “mullah” para las ceremonias religiosas y para arengar a la tropa en la batalla contra los impíos bolcheviques. Habían sustituido la media luna por la cruz gamada, cualquier cosa antes que la hoz y el martillo. En total las Legiones Orientales sumaban 90.000 mercenarios encuadrados en 90 batallones (seis divisiones) de los que sólo 20 entraron en combate en el Cáucaso; a ellos hay que añadir 200 compañías con labores de retaguardia, es decir, para hacer el trabajo sucio represivo. Estas fuerzas eran superiores a las que Alemania dispuso en la región durante la I Guerra Mundial. Los mercenarios de estas Legiones fueron reclutados por el general Ernst Köstring: alemán nacido en Moscú, participó en la I Guerra Mundial, luego fue asesor del atamán Skoropadski durante la guerra civil rusa y la etapa de “independencia” de Ucrania y, finalmente, desde 1927 fue agregado militar de la embajada alemana en Moscú hasta el dia antes del ataque a la URSS. Otro personaje de las Legiones era el general Bicerachov, un fanático zarista que ya había combatido a los bolcheviques en Bakú en 1918 a sangre y fuego. Otra joya era el príncipe cherkés Klyc-Girej, antiguo comandante de la “División Salvaje”, la caballería caucásica que había participado en la I Guerra Mundial y luego contra el Ejército Rojo en la guerra civil. Las hordas que se aprestaban a “liberar” el Cáucaso, además de los jefes nazis, tenían mandos autóctonos de esta calaña.
Sonderverband Bergmann
Pero esto no es lo principal ni tampoco lo más interesante; lo verdaderamente significativo es que, además de esas Legiones, y siempre bajo el mando de oficiales alemanes, los nazis formaron unidades autóctonas del Abwehr, el Servicio de Inteligencia Militar, para la realización de operaciones “especiales”, espionaje, sabotaje y guerra sicológica, tanto en el frente como en la retaguardia. Eran conocidas con el nombre de “Brandenburgo” y fueron las primeras en utilizar a los viejos contrarrevolucionarios y exiliados, lo cual es lógico porque el espionaje y el sabotaje son la antesala de la guerra.Entre las operaciones “especiales” de los brandenburgueses está la creación de la “Organización Tamara” anotada en el Diario de Operaciones del Alto Mando del Ejército alemán tres días antes del ataque a la URSS. Su objetivo era desencadenar una insurrección en Georgia a las órdenes del teniente Kramer y del suboficial Hauffe, ambos del Abwehr, aunque promovida por comandos especiales compuestos por georgianos. Estos comandos se reclutaron y entrenaron en Rumanía, un país que formaba parte del Eje fascista y donde desde 1917 había una colonia muy importante de exiliados zaristas y “nacionalistas”. El jefe del Abwehr en persona, el almirante Canaris, pasó revista a “sus” hombres durante la jura de bandera. Es fácil imaginar a todos aquellos “nacionalistas” (en realidad contrarrevolucionarios de la más baja estofa) vestidos con uniforme alemán, jurando lealtad eterna y ofrendar su vida para mejor gloria de Alemania y su Führer.
La “Organización Tamara” fracasa por el propio fracaso del Plan Barbarroja y la dilatación de la guerra.
Entonces el Abwehr encomienda a Theodor Oberländer, un profesor universitario convertido en capitán del servicio de inteligencia militar, la formación de la Unidad Especial Bergmann (“Sonderverband Bergmann”). El capitán Oberländer era otro experto conocedor de los pueblos caucásicos, materia de la que impartía sus cursos en la Universidad y que vio entonces la oportunidad de llevar sus teorías a la práctica. Su concepción era similar a la de Rosenberg: para ganar la guerra no se podía aplastar a los pueblos de la URSS, sino todo lo contrario, había que aprovecharlos, engañarlos y prometerles cualquier cosa, incluso la “independencia”, con tal de utilizarlos como carne de cañón contra la URSS.
Oberländer dividió la unidad Bergmann en tres compañías: en la primera estaban los georgianos, en la tercera los azeríes y en la segunda los norcaucásicos, entre ellos los chechenos. Desde Berlín se impidió que las unidades extranjeras que combatían en la guerra dentro del ejército alemán sobrepasaran el rango de un batallón, por lo que la unidad Bergmann llegó a ser el Batallón Bergmann, si bien sus fuerzas reales eran muy superiores. Sus tareas eran las propias de las operaciones “especiales”: preparar el terreno para la llegada de las fuerzas de vanguardia, promover el descontento entre la población, socavar la retaguardia del Ejército Rojo, incendio, sabotaje, etc. Es ocioso subrayar que muchas de estas operaciones se realizaban previa infiltración tras las líneas enemigas, vistiendo uniformes del Ejército Rojo y con armamento soviético. Una vez conquistado el Cácaso y mientras los alemanes seguían avanzando, la misión del Batallón era de “limpieza” represiva: ahorcar a los comunistas, a los koljosianos, a los guerrilleros, a los funcionarios soviéticos y, finalmente, formar los ejércitos de los nuevos Estados “independientes”…
Pero el Batallón Bergmann no era más que uno de tantas otras fuerzas autóctonas que luchaban bajo uniforme alemán contra sus propios compatriotas (lo cual resulta también muy “nacionalista”), y no en el frente precisamente sino en las tareas más sucias y criminales de retaguardia. Ya hemos mencionado el caso de las Legiones de Voluntarios; vamos a enumerar algunas otras:
— RNNA o Ejército Nacional del Pueblo Ruso al mando del coronel Bojarski (seis batallones, unos 10.000 criminales) que no luchaba en el frente sino contra la guerrilla en tareas policiacas de “limpieza”
— el 120 Regimiento de Cosacos del Don al mando del coronel Kononov, unos 3.000 también dedicados a labores policiacas de retaguardia
— el Ost Ausbildung Regiment “Mitte”, cinco batallones bajo la dirección del teniente coronel Janenko; también realizaba operaciones antiguerrilleras
— RONA o Ejército de Liberacion del Pueblo Ruso, casi 20.000 pistoleros a las órdenes del general Kaminski, siempre en misiones de “limpieza”
— la Brigada Druzina del teniente coronel Rodionov, creada por la Waffen SS.
Dentro de los planes de guerra del Cáucaso, el Ministerio alemán de Asuntos Exteriores convocó una reunión con los dirigentes en el exilio de los pueblos autóctonos del Cáucaso para abordar la ocupación como una auténtica liberación y atraerse así a Turquía a esta campaña. Presidió la reunión el conde Von Schulemburg, el mismo que había dirigido a las tropas alemanas destacadas en Georgia al final de la I Guerra Mundial, el mismo que en 1939, cuando era embajador en Moscú, preparó la firma del Pacto Molotov-Von Ribbentrop. En la reunión había muchos viejos conocidos que llegaron hasta Berlín desde Turquía. Estaba el checheno Said Beck Shamil; estaba el ingushe Dzabagi, antiguo Presidente de la República de los Pueblos del Cáucaso; estaba Jakub, dirigente del partido azerí “Mussawat”; estaba Bagration, príncipe heredero de Georgia,…
Los temas de negociación no sólo concernían a la limpieza de comunistas del Cáucaso; también había que expulsar de allá a todos los rusos, eslavos y, en general, a los no originarios de la región. La limpieza debía ser a la vez política y étnica.
No vamos a narrar la guerra del Cáucaso que, al mando de Von Kleist, se inició en el verano de 1942 y llegó justo hasta el río Terek, penetrando sólo unos pocos kilómetros en territorio checheno. Seis meses después, en diciembre del mismo año, los nazis y sus acompañantes volvieron a fracasar y recularon hasta las estepas del Don. Con ellos huyeron los colaboracionistas que no pudieron ser inmediatamente apresados. En combates feroces, las Legiones Orientales tuvieron numerosas bajas y se tuvieron que unir al Batallón Bergmann que, fuera de su ámbito y de la misiones previstas, tuvo que reconvertirse en Crimea en una unidad de combate, algo para lo que no estaba entrenado.
Al final de la guerra, conscientes del destino que les esperaba, las compañías del Batallón Bergmann trataron de entregarse a los británicos y a los norteamericanos, sabedores de que con ellos tenían más posibilidades de salvar el pellejo que con los soviéticos. No todos lo lograron; algunos fueron entregados al Ejército Rojo, identificados y pasados por la armas. Ya hemos presentado muy brevemente las biografías de algunos de aquellos pretendidos “libertadores” del Cáucaso. Podemos explorar la biografía de algunos otros que lograron escapar, como el comandante azerí Fatalibejli-Dudanginski, un desertor del Ejército Rojo que se pasó al bando contrario, donde ascendió en el Batallón Bergmann y llegó a mandar una compañía cuando cayeron muertos los mandos alemanes. No fue capturado al final de la guerra y de la represión se pasó a la política, llegando a convertirse en uno de los dirigentes del exilio anticomunista azerí. Pero no se libró de su justo castigo: un agente del contraespionaje soviético le ejecutó en Munich en 1954. El mariscal Von Kleist fue capturado por los ingleses en 1945, entregado a los yugoeslavos, quienes a su vez lo entregaron a los soviéticos, donde murió en un presidio en 1954. Escapó Theodor Oberländer, el creador del Batallón, que luego fue diputado y ministro en la República Federal de Alemania en la década de los años cincuenta. Fue juzgado en rebeldía en la República Democrática Alemana en 1960 y condenado por crímenes de guerra a cadena perpetua. Había dirigido la matanza de Lvov. Lamentablemente la sentencia no se pudo ejecutar. Tras la caída del muro, Oberländer tuvo la desfachatez de limpiar -era su especialidad- su memoria: en 1993 inició un pleito para anular la sentencia dictada en Alemania oriental y lo peor es que lo logró porque -dijeron los nuevos tribunales “democráticos” de Berlín- el fallo anterior se había fundado en pruebas “falsas”. Pudo morir plácidamente cinco años después en Bonn con la conciencia muy tranquila.
Para mayor gloria del Batallón Bergmann, vamos a finalizar narrando que continuó cumpliendo las funciones para las que había sido adiestrado, especialmente la lucha antiguerrilera en Ucrania, Grecia y Yugoeslavia, cuyos habitantes conocieron la brutalidad y el salvajismo de sus métodos de “limpieza”. La II Compañía, en la cual servían precisamente los chechenos, fue destinada al final de la guerra a Polonia; más concretamente fue la que aplastó inmisericordemente la sublevación del ghetto de Varsovia…
El uniforme de los soldados de las Legiones Orientales sólo se diferenciaba del de la Wehrmacht por un pequeño detalle: en su gorro llevaban como insignia un “kindjal”, la navaja caucásica. Los chechenos que asesinaron dentro de las unidades alemanes, son criminales de guerra, aunque imaginamos que también serían absueltos por los tribunales imperialistas alemanes, como su jefe, el capitán Oberländer. Limpieza de sangre, limpieza étnica, limpieza política… la política nazi e imperalista es siempre limpia y por eso queda también limpia de pruebas. A ellos sí hay que absolverles; a nosotros, los comunistas, a los que estamos en las barricadas contra el fascismo, a nosotros hay que condenarnos. Nosotros además de criminales somos mentirosos. Y somos criminales porque llevamos al pueblo checheno al genocidio el 23 de febrero de 1944.
Vamos a comprobar también ésto.