Bajo el título “La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas rusos” se agrupan una serie de artículos escritos por Stalin en 1924 que habitualmente acompañan a los “Fundamentos del leninismo”, escritos también por el bolchevique georgiano en aquella misma época. Todos esos artículos tienen en común su proximidad al fallecimiento de Lenin y la incorporación al partido bolchevique de una gran cantidad de nuevos militantes obreros y campesinos que fue calificada como la “generación de Lenin”. Era necesario hacer balance de una etapa histórica del partido bolchevique, la primera, aquella que Lenin protagonizó de manera indiscutible, así como de reflexionar sobre la naturaleza de la Revolución de Octubre. A su vez ambas tareas están estrechamente relacionadas con la concepción que del leninismo debía quedar dentro del partido bolchevique. ¿Qué había sido el leninismo y, sobre todo, qué debía ser el leninismo? ¿Cuál es la médula del leninismo? ¿Qué había aportado Lenin al acervo científico marxista?
Estos interrogantes no sólo se plantearon como consecuencia de la muerte de Lenin a comienzos de 1924; no eran una reflexión necrológica sino un problema candente del partido bolchevique y el movimiento obrero internacional. Aprovechando el vacío provocado por la enfermedad de Lenin, en octubre de 1923 una reducida minoría de militantes desencadenaron una guerra interna que amenazó con llevar al partido bolchevique a la disgregación.
El inicio de las hostilidades se produjo el 8 de octubre de 1923, cuando en una intervención pública Trotski trató de movilizar a todos los descontentos que, desde el inicio de la NEP o nueva política económica y la polémica sindical de 1921, se habían mantenido agazapados dentro las filas del partido pero no acataban las resoluciones aprobadas por una amplia mayoría.
Una semana después esa oposición se agrupó y manifiestó su disconformidad con la NEP. La crítica adoptó la forma de carta dirigida al Buró Político por 46 militantes, entre otros, Piatakov, Preobrajenski, Osinski, Kaganovich y Sapronov. La carta, que se conoce habitualmente como la “Plataforma de los 46”, agrupaba a todos los viejos escisionistas resentidos que sólo habían acatado de palabra las resoluciones entonces aprobadas.
En su carta la “Plataforma” atribuía las dificultades económicas de 1923 (denominada “crisis de la tijeras”) a un apoyo insuficiente a la industria. Exigía reforzar el Gosplan, la planificación centralizada, e incrementar los créditos a la industria pesada. En las condiciones del momento, esto sólo se podía hacer en detrimento de la agricultura y del campesinado. Era una propuesta para debilitar la alianza obrero-campesina, lo que significaba poner en riesgo la dictadura del proletariado.
De la economía los miembros de la “Plataforma” pasaban a la cuestión interna del partido, al que ellos calificaban de “burocrático”, pretendiendo que se toleraran las fracciones dentro del mismo.
Aunque Trotski no firmaba el documento de la “Plataforma”, compartía sus puntos de vista. Su declaración de 7 de diciembre titulada “Un nuevo rumbo”, dirigida a los demás miembros del Buró Político, tenía un contenido muy parecido.
Tanto el documento de la “Plataforma” como la declaración de Trotski fueron distribuidos por los comités y células del partido al margen de los cauces previstos por sus estatutos. No cabía duda, por tanto, de que se trataba de todo un desafío fraccional. Diez días después de aparecer la “Plataforma”, el Comité Central se reunió en pleno con la Comisión Central de Control y con representantes de diez organizaciones del Partido. Por 102 votos a favor, 2 en contra y 10 abstenciones se aprobó una resolución que rechazaba todas las tesis de la referida “Plataforma”.
En enero de 1924 se reunió la XIII Conferencia del Partido para abordar de nuevo las cuestiones planteadas por la “Plataforma”, en la que Stalin pronunció el discurso de resumen del debate interno. La resolución de la Conferencia desentraña la naturaleza pequeño burguesa de la oposición y encuentra en ella dos ramificaciones: una de tipo izquierdista que ataca la NEP y pretende regresar al comunismo de guerra, y otra derechista, que considera mucho más influyente y que personaliza en Radek, que pretende abrir el país al capital extranjero.
Cinco meses después, tanto en el XIII Congreso y como en el V Congreso de la Internacional Comunista, la oposición es derrotada por amplia mayoría.
En el XIII Congreso del partido bolchevique, celebrado en mayo de 1924, Zinoviev exigió a Trotski un reconocimiento público de sus errores, a lo que Trotski no sólo se negó, sino que pasó a la ofensiva inmediatamente, atacando a Zinoviev. El 6 de noviembre de 1924 publicó un libro provocador titulado “Lecciones de Octubre” en el que atacaba a Zinoviev y a Kamenev por sus vacilaciones durante la Revolución de 1917. A su vez, esta publicación motivó la réplica de Zinoviev y Kamenev.
En este inicio del debate, fue Zinoviev quien tuvo una participación personal más destacada en la lucha contra el trotskismo, y fue precisamente eso, una participación personal porque, en realidad, las posiciones de Zinoviev tampoco eran las más acertadas; más bien al contrario, compartía buena parte de las tesis trotskistas.
La polémica entre ambas fracciones no sólo no cesó sino que se fue alimentando a sí misma, adoptando progresivamente un carácter mucho más agrio. En un discurso pronunciado el 18 de noviembre de 1924 Kamenev acusó a Trotski de subestimar el papel del campesinado, encubriendo sus concepciones con una fraseología revolucionaria. La asamblea del partido a la que se dirigía Kamenev aprobó una moción denunciando “la ruptura por Trotski de las promesas que había hecho en el XIII Congreso”. En otras reuniones del partido se adoptaron resoluciones similares.
El 15 de enero de 1925 Trotski dirigió una carta al Comité Central en la que afirmaba que no había querido reanudar un debate interno y presentó su dimisión de la presidencia del Consejo Militar Revolucionario. Dos días después el Comité Central constataba que en su carta Trotski no reconocía ninguno de sus errores y que había puesto todas sus esperanzas en que los planes del partido y del Estado soviético fracasaran; que entre las tesis leninistas y las de Trotski había una muralla insalvable que concernía a los aspectos fundamentales del bolchevismo. El Comité Central constataba, además, que Trotski había emprendido una “cruzada abierta” contra su línea política, y apuntaba: “En los últimos tiempos, en ningún problema de importancia, Trotski se ha pronunciado junto con el partido, sino con mayor frecuencia contra las opiniones del partido”. Luego afirmaba que “las intervenciones oposicionistas de Trotski en el partido y alrededor del partido han convertido su nombre en bandera de todo lo no bolchevique, de todas las desviaciones y grupos no comunistas y antiproletarios”. El imperialismo se estaba haciendo eco de los ataques de Trotski contra el bolchevismo, a la espera de que el partido entrara en una fase de descomposición interna y la revolución se hundiera.
Aprovechando aquel caos, Zinoviev pidió la expulsión de Trotski del Partido o, al menos, del Comité Central. Rechazada esta demanda, Kamenev solicitó la exclusión de Trotski del Buró Político. Estas exigencias tropezaron con la oposición de Stalin y otros dirigentes bolcheviques. En el XIV Congreso del partido, Stalin recordó esas propuestas de Zinoviev y Kamenev y explicó que no fueron aprobadas porque “nosotros, la mayoría del Comité Central no estamos de acuerdo […] A continuación, el pueblo de Leningrado y el camarada Kamenev exigen que el camarada Trotski sea inmediatamente excluido del Buró Político, pero nosotros no estamos de acuerdo con los camaradas Zinoviev y Kamenev porque nos damos cuenta de que la política según la cual hay que cortar cabezas implica los más graves riesgos para el Partido […] Es un método sanguinario -es sangre lo que reclaman- peligroso y contagioso; hoy se hace caer una cabeza, mañana otra, después una tercera. ¿Quién quedará en el Partido?”
Finalmente, alimentadas por el cerco imperialista, las contradicciones se fueron agudizando de manera creciente y lo que empezó como una polémica dentro del partido, acabó como una guerra contra el partido que hubo de ser resuelta mediante el recurso a la violencia revolucionaria.
En esa lucha fraccional contra el partido, como he dicho, uno de los elementos fundamentales del debate era la definición del leninismo, cuestión de carácter crucial y decisiva para la estrategia de todo el movimiento comunista internacional. Aunque Stalin utiliza la palabra “táctica” en aquella época se utilizaba con un significado diferente que ahora porque en ella se resumían las cuestiones políticas, económicas e ideológicas más importantes.
Al mismo tiempo que Stalin, Zinoviev ofreció su versión de lo que entendía por leninismo; también Bujarin intervino en el debate para expresar lo que él entendía como leninismo. Únicamente Trotski nunca dio su versión de lo que eso significaba para él, por una razón bien sencilla: él no era y nunca había sido leninista. Él siempre había estado fuera del partido bolchevique, nunca había luchado junto a Lenin, y eso se notaba en su pensamiento. Las concepciones de Trotski hundían sus raíces en el menchevismo y en la ideología reformista de la II Internacional, de donde había importado su singular concepción de la revolución permanente, tratando de introducirla dentro del movimiento comunista internacional, proyecto que fracasó.
Aunque se asocia erróneamente a Trotski, el concepto de revolución permanente es uno de los más importantes del marxismo-leninismo y uno de los peor comprendidos, a causa precisamente del rechazo que provoca su asociación con el pensamiento de Trotski. En consecuencia, el papel de Trotski consistió el desvirtuar la idea de revolución permanente, cuyas raíces estan en los propios escritos de Marx y Engels. A su vez, el concepto de revolución permanente es un aspecto concreto de una problemática mucho más general del materialismo histórico: el problema de la transición, otro de las grandes cuestiones del marxismo-leninismo peor estudiadas.
Cuando Marx y Engels escriben, salvo excepciones, la mayor parte de los países europeos, especialmente Alemania, estaban sumidos en una economía semifeudal, es decir, el capitalismo no había llegado a desarrollarse plenamente, lo cual planteaba al proletariado situaciones extraordinariamente complejas que sólo personalidades realmente geniales como Marx y Engels fueron capaces de solventar con toda la perspectiva estratégica e histórica que involucraba. El proletariado tiene el socialismo como objetivo pero, como digo, la mayor parte de los países ni siquiera habían alcanzado el capitalismo. ¿Cómo pensar en el socialismo en esas circunstancias? Si el capitalismo no se ha desarrollado la clase obrera tampoco ha adquirido la importancia económica y política capaz de convertirla en una fuerza hegemónica, al tiempo que otras capas sociales tienen un protagonismo decisivo. A su vez, la debilidad del capitalismo acarreaba otra serie de deficiencias sin las cuales es impensable la revolución socialista: libertades políticas, unidad nacional, separación de la iglesia y el Estado, etc. Por lo tanto, el atraso capitalista planteaba la cuestión de la revolución democrático-burguesa o, en otras palabras, el programa mínimo de la revolución proletaria.
En determinados estudios esta cuestión se plantea de una manera deformada, como si Marx y y Engels hubieran defendido en alguna ocasión la sucesión histórica ineluctable de una serie de modos de producción (feudalismo, capitalismo, comunismo), o bien bajo el supuesto de que ellos habrían previsto que la revolución proletaria sólo era posible en los países más adelantados, mientras que la historia demostró que empezaba por los más atrasados (Rusia y China). Estas nociones que se imputan al marxismo-leninismo son equivocadas y han contribuido a entorpecer la comprensión de la teoría de la revolución permanente y de otras cuestiones decisivas del materialismo histórico.
Como ya he expuesto, cuando Marx y Engels escriben Alemania era un país atrasado, semifeudal, y ellos ya estaban luchando en esas condiciones por la revolución proletaria, de manera que no se puede decir que ellos plantearan el carácter sucesivo ineludible de los modos de producción. Además, Alemania era entonces un país campesino, de modo que fueron ellos los primeros en destacar el papel revolucionario que podían desempeñar como fuerza de reserva en la revolución proletaria. El desarrollo del capitalismo se inicia en las ciudades y marcha hacia la zonas rurales, cuyo atraso alberga los últimos resto de feudalismo. En consecuencia, desde otro punto de vista, el problema del campesinado es también el problema de la revolución democrático-burguesa. Lo que importa destacar es que Marx y Engels no sólo previeron sino que resolvieron esta cuestión en lucha contra la corriente lassalleana que apareció a mediados del siglo XIX dentro de la socialdemocracia alemana. De modo que quienes, como los mencheviques y los trotskistas, nunca aceptaron el papel del campesinado dentro de la revolución, nada tienen que ver con Marx y Engels porque sus concepciones derivan directamente de Lassalle.
La subsistencia del feudalismo plantea otras cuestiones a la revolución de carácter estrictamente democrático, como la unidad nacional, el derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas, la separación de la iglesia y el Estado, el derecho de asociación, la libertad de expresión, etc., sin las cuales es impensable cualquier tipo de revolución que invoque el protagonismo de las masas en ella. Estas cuestiones democráticas integran el programa mínimo de la revolución democrática; se trata de un legado que la burguesía no quiere o no puede llevar a cabo. A medida que su revolución se retrasa, la burguesía se ve atrapada en un fuego cruzado. Por un lado, tiene que enfrentarse a la aristocracia feudal para llevar a delante su revolución; pero por el otro la clase obrera comienza a despuntar. En esas condiciones la burguesía bascula y tiende al compromiso con las reliquias del Antiguo Régimen; por consiguiente, la clase obrera tiene que asumir la parte más avanzada y progresiva de la lucha de la burguesía. Esta cuestión es tanto más importante en cuanto que el proletariado es aún débil y, por tanto, está obligado a alcanzar un compromiso político con el campesinado y con sectores de la burguesía que aún están dispuestos a seguir adelante con la lucha.
Este es el planteamiento general que de esta cuestión hicieron Marx y Engels en una etapa del capitalismo que aún no había llegado a su momento imperialista, que es cuando Lenin desarrolla la misma estrategia en condiciones diferentes, en condiciones en las cuales la clase obrera no sólo asume e incorpora dentro de su programa las consignas más avanzadas de la burguesía sino que se pone a la cabeza de la lucha por la revolución democrático-burguesa y cuando, además, no sólo pretende con ello inclinar la balanza en favor del proletariado de ciertos sectores burgueses sino que su objetivo primordial es ganarse un sólido aliado entre los campesinos.
La estrategia leninista demostró su fortaleza durante las revoluciones de 1905 y de febrero de 1917, ambas de naturaleza democrático-burguesa, ambas dirigidas por el proletariado y en las que el campesinado desempeñó un papel fundamental.
Una vez agotada esta etapa, Lenin planteó inmediatamente, en abril de 1917, que la naturaleza de la revolución había cambiado y que a partir de entonces había que luchar por la revolución socialista. Esto coincide en el tiempo, y no por casualidad, con la Primera Guerra Mundial y la entrada del capitalismo en su etapa imperialista, que iba a plantear una nueva perspectiva para el movimiento comunista internacional.
Por lo tanto, la marcha de los acontecimientos, el avance del capitalismo en todo el mundo, que barre los restos de cualquier otro tipo de sociedades, el fortalecimiento de la clase obrera, deja cada vez menos margen para la revolución democrático-burguesa y pone, salvo excepciones, a la clase obrera frente a la necesidad de lucha por el socialismo como tarea inmediata.
Ahora bien, como demuestra el fascismo, el propio imperialismo supone la reacción más despiadada y feroz contra amplias masas de la población, por lo que las reivindiciones democráticas nunca han desaparecido de los programas de las organizaciones de clase del proletariado en todo el mundo. Más bien al contrario, se han reforzado, convirtiendo a la clase obrera en la combatiente de vanguardia por los derechos y las libertades más elementales.
La lucha por el socialismo nunca ha eliminado la perspectiva de conquista de las libertades públicas, sin las cuales las masas obreras no pueden reunirse, organizarse, discutir y difundir sus reivindicaciones y consignas entre las masas. Bajo el imperialismo la burguesía tiende a liquidar los derechos democráticos y, como reacción, el proletariado se organiza para su defensa porque la garantía de los mismos no está en la legislación burguesa sino en su capacidad de combate. Por eso, muchas reivindicaciones del programa mínimo de la clase obrera siguen plenamente activas en casi todos los países capitalistas, si bien por sí mismas no constiuyen, como antaño, una etapa previa a la revolución socialista sino una parte integrante de ella, con la que se confunde: para luchar por la democracia hay que luchar por el socialismo; sólo la dictadura del proletariado garantiza los derechos y libertades fundamentales.
A pesar de su carácter socialista, la Revolución de Octubre de 1917 adoptó numerosas medidas de carácter democrático. Esto demuestra la falsedad de la concepción trotskista que equipara la revolución democrático-burguesa al capitalismo. También demuestra su errónea estrategia que les conduce a pretender saltar en el vacío, como decía Maurín, desde la monarquía absoluta hasta la dictadura del proletariado. El trotskismo califica de «etapista» la concepción de Marx, Engels y Lenin que vincula la lucha por las libertades democráticas, la conquista de la república, la autodeterminación, etc., del socialismo, la expropiación de los explotadores y la socialización de la tierra. No sólo la revolución socialista requiere etapas, más o menos largas, más o menos importantes, sino que es en sí misma una etapa, un proceso que atraviesa distintos momentos diferentes, en cada una de las cuales se deben abordar -sucesiva o simultáneamente- problemas también diferentes. No es posible exponer una receta única que ofrezca soluciones generales a países que se encuentran en condiciones económicas, sociales, históricas y culturales muy diversas. Tampoco se trata de sostener, al modo revisionista, que existen modelos nacionales diversos o vías diferentes para la construcción del socialismo. Se trata de comprender muy bien la situación concreta de cada país y entender que por más que la revolución sea un salto, un cambio cualitativo, es también un proceso prolongado en el tiempo. Las palabras que Marx emplea en El Capital son bastante claras al respecto: “El único camino histórico por el cual pueden destruirse y transformarse las contradicciones de una forma histórica de producción es el desarrollo de esas mismas contradicciones”. Se trata de una expresión contudente que hay que completar con el prólogo que complementa la primera edición de esa misma obra, en el que Marx añade: “Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve –y la finalidad última de esta obra es, en efecto, descubrir la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna- jamás podrá saltar ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar y mitigar los dolores del parto”.
Pues bien, esta obra de Stalin responde meticulosamente a las dos circunstancias que eran imprescindibles para acometer la construcción del socialismo en la Rusia de 1917: un diagnóstico minucioso, claro y preciso del estado del país en aquel momento y otro, igualmente minucioso, claro y preciso, de las «fases naturales» que necesariamente debían atravesarse para llegar al objetivo perseguido por la clase obrera y su vanguardia dirigente: el socialismo. Es absurdo pretender el socialismo sin saber los caminos y recorridos concretos que conducen hasta él. Quienes, como los trotskistas, dicen luchar por el socialismo pero no quieren esas fases y esos recorridos, tienen una concepción escolástica y libresca del mismo, algo que comparten con todos los utopistas y soñadores que siempre hablan de sus buenas intenciones sin poner nada en práctica para acercarnos hacia ellas.