En junio de 2016, en el Festival de Cine de Múnich, se estrenó el documental “Ein deutsches Leben” (Una vida alemana), sobre el personaje de Brunhilde Pomsel, secretaria del ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels. ¿Sabía la gente de los crímenes nazis? Esta pregunta, forma la estructura central de la película «Una vida alemana”.
De los cuatro directores del documental (Christian Krönes, Olaf Müller, Roland Schrotthofer y Florian Weigensamer), dos de ellos, Christian Krönes y Florian Weigensamer, concedieron una entrevista al medio alemán Deutsche Welle, servicio de radiodifusión internacional financiado por el presupuesto fiscal federal alemán, en la cual exponían sus opiniones sobre diversos aspectos del citado documental:
Christian Krönes: “Creo que ella [Brunhilde Pomsel] representa a millones de personas que hicieron posible ese sistema. El film da cuenta de una sociedad que se descarrila: crisis económica mundial, desempleo, auge del nacionalsocialismo. Una década más tarde, todo eso desemboca en una de las mayores catástrofes de la historia de la humanidad”.
Florian Weigensamer: ”La visión de la Sra. Pomsel sobre ese tiempo: ‘De eso no me enteré… los campos de concentración’. Hay que mostrar que uno podía enterarse si quería. Ese es el reproche que se le puede hacer. Mirar hacia otro lado, y ser apolítico, ya es culpa suficiente” (1).
¿Quiénes son los Goebbels actuales? ¿Quiénes son las Pomsel actuales?
Realizar estas preguntas y buscar sus posibles respuestas, es una tarea imprescindible hoy en pleno marasmo pandémico, para acercarnos al papel que ha jugado la propaganda en la transmisión del terror para que la población mundial aceptara la liquidación de sus ya de por sí menguados derechos en un delicado acercamiento a un nuevo tipo de nazismo, no centrado en la conquista de un espacio vital (lebensraum) como argumentaban los nacionalsocialistas alemanes, sino en el control total de las personas desde diversos centros mundiales, con aparentes discrepancias políticas entre ellos, pero con un objetivo que los une por encima de los dimes y diretes: la implantación de medidas “profilácticas”, no contra el ataque de seres microscópicos, sino ante el peligro de revueltas generalizadas incontrolables debido a la cada vez mayor desigualdad social y a la desaparición o desprestigio de lo que antaño habían sido los partidos obreros muchos de los cuales ejercían de colchón amortiguador de las protestas mediante un confuso lenguaje aparentemente radical.
Leonard W. Doob, uno de los principales estudiosos de la psicología de la propaganda y profesor de la Universidad de Yale, publicó en 1950 “Goebbels Principles of Propaganda” en un documento de la oficina de prensa de Universidad de Oxford denominado The Public Opinion Quarterly. Dicha publicación era el estudio de un manuscrito de Goebbels confiscado por el ejército estadounidense en Berlín en el año 1945.
Leonard W. Doob resume los principios de la propaganda de Goebbles en una serie de 19 apartados, de los cuales, por su importancia en la actualidad cabe resaltar los siguientes:
— La propaganda debe ser planificada y ejecutada por una sola autoridad. (En la actualidad esta autoridad se ha atribuido a la OMS, aunque solamente sea la transmisora de órdenes de las corporaciones químico-farmacéuticas)
— Para ser percibida, una propaganda debe evocar el interés de una audiencia y debe ser transmitida por un medio de comunicación que capture la atención. (Básicamente la televisión, en segundo lugar la prensa escrita y la radiodifusión y las redes sociales controladas por los grandes conglomerados mediáticos)
— La propaganda debe ser presentada por líderes de enorme prestigio. (Quienes han aparecido como principales propagandistas se les ha inventado un currículum de características científicas afines a los intereses de la industria farmacéutica, eliminando auténticos científicos que no están a sueldo de dichas corporaciones)
— La propaganda debe etiquetar a los eventos y a las personas con frases y consignas distintivas. (Covid; Quédate en casa; Todo irá bien; Contagio; Cuarentena; Es por tu bien, Vacúnate)
— La propaganda debe facilitar el desplazamiento de la agresión ciudadana señalando claramente los sujetos o grupos que deben ser odiados. (El invento del calificativo de negacionista ha sido el dardo a disparar contra todos aquellos que ponían en tela de juicio el entramado pandémico, añadiendo una acusación más directa y que contraviene cualquier norma de los principios penales acusatorios: “Quien no se quiera vacunar provocará muertes entre la población”).
Para el desarrollo de sus estrategias siempre adoptó una identificación entre lo que él denominaba como el “Haltung” o conducta observable y el “Stimmung” o estado de ánimo de los ciudadanos. Usualmente afirmaba que el “Haltung” de la población estaba excelente pero que el “Stimmung” estaba en niveles muy bajos, por lo que procuraba elevarlo ofreciéndoles algún tipo de entretenimiento o relajación. (Es evidente que, en vista de los resultados y la obediencia a las más irracionales órdenes dictadas: reclusión domiciliaria, bozal, distanciamiento, vacunación, podemos deducir que como decía Goebbels de la población alemana, el “Haltung” de la mayoría de la población es excelente. Y para mejorar el estado de ánimo otro invento ha sido el concepto “desescalada”) (2).
Los Goebbels actuales no los encontraremos en lúgubres despachos decorados con águilas imperiales. Los encontraremos en las aulas de ciencias políticas, sociología y psicología de las universidades. Los encontraremos vestidos con camiseta y pantalón corto haciendo “footing” por los campus universitarios. Los encontraremos en los despachos de las grandes corporaciones de medios de comunicación. Los encontraremos sin uniformes, aparentemente como personas “normales”.
Son los que desde los laboratorios de ingeniería social fabrican las consignas, las imágenes, los eslógans, que de forma unánime se repiten de una punta a otra del planeta ya sea por medios escritos o audiovisuales, y como Goebbels, no transmiten información, sino que propagan noticias, algunas con tintes de verisimilitud, otras llenas de falsedades, otras tergiversando cualquier aspecto. Todas ellas en pos de un objetivo: la unificación del pensamiento alrededor de cada uno de los cambios que pone en funcionamiento el capitalismo para su mantenimiento y reproducción, con el menor coste posible.
Harold Lasswell, uno de los pioneros en el estudio de los medios de comunicación masivos, escribió “Propaganda Technics in the World War” (La técnica de la propaganda en la guerra mundial) en un detallado análisis de la función de la propaganda en la guerra de 1914. En 1927, en la revista americana de ciencias políticas, publicó “The Theory of Propaganda” (3), en el cual analiza ciertos aspectos propagandísticos que son idénticos a los que hemos vivido desde marzo de 2020 a partir de la declaración pandémica de la OMS.
Estas son algunas de las consideraciones que Lasswell plasma en la citada publicación: “La propaganda es la gestión de las actitudes colectivas mediante la manipulación de símbolos significativos… La actitud deliberativa puede separarse de la actitud propagandística. La deliberación implica la búsqueda de la solución de un problema acuciante sin querer prejuzgar una solución concreta de antemano. El propagandista está muy preocupado por cómo se va a evocar y ‘poner’ una solución concreta… Si planteamos la estrategia de la propaganda en términos culturales, podemos decir que implica la presentación de un objeto en una cultura de manera que se organicen determinadas actitudes culturales hacia él. El problema del propagandista es intensificar las actitudes favorables a su propósito, invertir las actitudes hostiles al mismo y atraer a los indiferentes o, en el peor de los casos, evitar que asuman una inclinación hostil.
“Cada grupo cultural tiene sus valores adquiridos. Un objeto hacia el que se espera suscitar hostilidad se debe presentar como una amenaza para el mayor número posible de estos valores. Si el plan es atraer actitudes positivas hacia un objeto, debe ser presentado como un protector de nuestros valores, un defensor de nuestros sueños y un modelo de virtud y corrección… El propagandista se ocupa de multiplicar los estímulos que mejor se calculan para evocar las respuestas deseadas, y de anular los estímulos que pueden instigar las respuestas no deseadas… La democracia ha proclamado la dictadura de la palabrería, y la técnica de dictar del dictador se llama propaganda”.
Algo semejante a lo que Hitler había escrito en Mein Kamp: “La propaganda política es el arte esencial de guiar políticamente a las grandes masas”, aunque con anterioridad, durante la guerra de 1914 en Alemania se había acuñado el concepto de “Volksgemeinschaft” (La Comunidad del Pueblo), este concepto hacía hincapié en la necesidad de los alemanes de unirse, reduciendo a la nada los problemas de clase, riqueza o nivel de vida. Igual, igual que la propaganda en torno al covid cuando hipócritamente han realzado que ante los virus no hay diferencia de clase o raza, situando el concepto de consenso interclasista como expresión máxima de comportamiento social.
Pero fundamentalmente a lo largo y ancho del mundo se cierne una nube de inseguridad respecto al futuro. Lasswell, en 1935 escribió “World politics and personal insecurity” (Política mundial e inseguridad personal). El libro es una recopilación de conferencias. Hay 11 capítulos en cuatro partes: método, símbolos, condiciones y control. El primero consiste en un análisis configurativo de las “pirámides de valores mundiales”; el segundo se ocupa de la identificación, la violencia y la seguridad, la igualdad y la supremacía, y los movimientos políticos que las encarnan; el cuarto es una consideración del principal problema de la unidad mundial, a saber, el descubrimiento y la utilización de símbolos aceptables para motivar las identificaciones necesarias.
Esta utilización de símbolos para motivar la identificación con el discurso dominante, también la estamos viviendo: una amenazante bola con pinchos encabeza los periódicos, las páginas web y los noticieros televisivos, junto a personal con bozales ya sean éstos simples trabajadores de cualquier actividad y escenas de hospitales, ambulancias, centros de vacunación… y siempre una consigna: peligro.
Pedro Cerruti, miembro del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la Universidad de Buenos Aires, escribió un interesante ensayo que lleva por título “Harold Lasswell Comunicación, política y poder” (4) en el cual plantea: “Basado en una apropiación simple del modelo conductista de estímulo-repuesta y en el concepto de audiencia masiva como un conjunto atomizado de individuos que reciben de manera pasiva y uniforme los mensajes, la influencia de los medios de comunicación era comparada con una ‘hypodermic needle’ (inyección hipodérmica) de contenidos en la mente de las personas, sus mensajes eran considerados ‘balas’ que impactaban de forma directa sobre ellas y colocaban ‘mágicamente’ ideas en sus cabezas”.
Acierta Cerruti, pero se queda corto pues ahora no solamente inyectan ideas en la cabeza sino que además inyectan pócimas genéticamente modificadas en el tejido celular de las personas. Algo que denominan vacunas, sin que tengan la menor relación con la característica definitoria de las mismas.
Pero lo cierto es que mediante el ejercicio de la propaganda y los mensajes “bala” disparados directamente a los cerebros, se ha alcanzado un consenso interclasista que ha dejado en último lugar la lucha de clases y ha roto la resistencia ante la agresión del capital mundial en esta nueva fase de recomposición y gran cambio de patrón tecnológico.
Pero también es cierto que miles, millones de personas prefieren mirar hacia otro lado a pesar de la multitud de informaciones veraces, no de noticias periodísticas, a las que se puede acceder si se tiene la voluntad de ello. Estas personas son las Pomsel actuales, que mediante su aparente ignorancia contribuyen al enraizamiento del nuevo nazismo.
Estas Pomsel actuales tienen su máxima expresión en el mundo de la comunicación: periodistas, tertulianos, locutores, expertos, sindicalistas, políticos, que mañana, cuando se puedan desentrañar estas criminales agresiones, dirán que no sabían, que las opiniones que vertían parecían verdaderas, al igual que millones de alemanes decían no saber lo que ocurría en los campos de concentración a pesar de respirar el humo de los hornos crematorios.
¿Y los miles de Pomsels sanitarias que inyectan substancias de las cuales desconocen su composición y efectos, a niños y adolescentes? ¿Qué alegarán mañana? ¿Qué era su trabajo? ¿Qué lo hacían convencidas de la bondad de las inoculaciones? ¿Qué la responsabilidad no era suya? ¿Qué como buenos soldados cumplían con la obediencia debida?
Hoy, entre los capitales mundiales existe competencia, que no antagonismo, y precisamente debido a ello hay una simbiosis perfecta en la proliferación de la propaganda, tanto en el nudo del discurso, covid, como en las milagrosas recetas para su hipotética curación: vacuna.
La competencia estriba en un tira y afloja para vender miles de millones de inútiles test y vacunas y de ahí que cada país, cada corporación realiza un alarde propagandístico sobre las supuestas virtudes de sus pócimas.
Que existe un tipo de enfermedad que se ceba en las personas con la salud quebrantada, ancianas supermedicalizadas, nadie lo duda, pero lo que la propaganda oculta son las posibles causas, y entre ellas los cientos de millones de vacunas inoculadas durante el invierno de 2019 a ancianos de todo el mundo, que son precisamente los que han fallecido predominantemente durante el 2020 atribuyendo sin rigor de diagnóstico su fallecimiento a un supuesto covid.
‘Expertos’ y periodistas
Harold Lasswell, en un ensayo de 1941 titulado “Radio as a tool to reduce personal insecurity” (La radio como instrumento para reducir la inseguridad personal) explicó que el propósito de sus emisiones era reducir las inseguridades personales que afectaban a los miembros de la clase media. En las difíciles condiciones de la depresión económica y la guerra mundial, afirmó que las conferencias y mesas redondas radiofónicas (no había televisión) debían proporcionar noticias sobre los factores internos y externos que causaban las ansiedades individuales. Según Matteo Battistini (5), debido a las crecientes tensiones entre lo ideal y lo real, entre la ambición y la dificultad económica, pensaba que las emisiones debían comunicar optimismo para apelar a la clase media como guardiana de la moral, el sacrificio y los valores.
En la actualidad, las emisiones televisivas siguen exactamente el mismo patrón acuñado por Lasswell que no por casualidad fue jefe de la División Experimental para el Estudio de las Comunicaciones en Tiempos de Guerra, establecida por el gobierno estadounidense en la Biblioteca del Congreso y financiada por subvenciones de la Fundación Rockefeller.
Podemos entrever el mismo papel de la propaganda en esta fabricada pandemia, que en el período entre la Gran Depresión de 1930 y el inicio de la segunda guerra mundial, por ello no es casualidad el papel protagonista de militares y policías al lado de las “balas directas al cerebro” disparadas por políticos, periodistas y tertulianos. Se trata de la política de la zanahoria y el garrote en un contexto de terror generalizado.
Pero una cosa son los fabricantes de noticias y lenguajes y otra los intermediarios para su difusión: éstos reciben el nombre de periodistas. Son los propagandistas, los que difunden la propaganda. Serge Halimi Rui Pereira los denominó los nuevos perros guardianes, que “dan la espalda a aquellos a quienes debería servir para servir a aquellos a los que deberían vigilar”.
Abbott Joseph Liebling fue un periodista estadounidense que estuvo estrechamente asociado con The New Yorker desde 1935 hasta su muerte en 1963. Fue de los pocos periodistas radicalmente crítico con el Comité de Actividades Antiamericanas y desde sus artículos defendió a Alger Hiss, acusado de espía comunista por Whittaker Chambers, ex miembro del partido comunista que se puso al servicio del FBI.
En 1949 publicó “Of Mink and Red Herring” (De visones y arenques rojos) un libro de artículos críticos sobre los periódicos de Nueva York, con una crítica del «periodismo difamatorio” aplicado a las víctimas de “Elizabeth Bentlev y los de su calaña” (Bentlev fue una miembro del partido comunista norteamericano que también se puso al servicio del FBI para denunciar a los miembros del partido).
Liebling definía tres tipos de escritores de noticias: 1) El reportero que escribe lo que ve; 2) el reportero interpretativo que escribe lo que ve y añade lo que él cree que ha visto; 3) el experto que escribe lo que cree que es el significado de lo que no ha visto… añadiendo que “siempre que la información objetiva falta, nace el experto”. Así podemos calificar a la pléyade de periodistas “expertos” que desde hace un año y medio embrutecen las mentes de la ciudadanía repitiendo las consignas emanadas de quienes les retribuyen mensualmente. Sin lugar a dudas podemos calificarlos de periodistas canallas, pues se sitúan en el espacio intermedio entre Goebbels y Pomsel.
Como conclusión, cabe pensar en la necesidad de la coordinación de los diferentes medios ya sean audiovisuales o escritos, que reúna a periodistas y escritores con principios éticos y claro contenido de clase para enfrentar, en este período de resistencia, las agresiones del capital.
(1) https://www.dw.com/es/la-secretaria-de-goebbels-ante-la-c%C3%A1mara/a-38313436
(2) https://academic.oup.com/poq/article-abstract/14/3/419/1832014
(3) The American Political Science Review, Vol. 21, No. 3, aug., 1927, pp. 627-631
(4) Austral Comunicación, vol. 8, número 2 de diciembre de 2019
(5) https://www.researchgate.net/publication/289813136