El matemático alemán Gottlob Frege |
De hecho, la llamada «clase política» que, a pesar de Mosca, un politólogo contemporáneo de Mussolini, no es una clase social, pues es socialmente improductiva, no contribuye al Producto Social Bruto de un país sino, al revés, vampiriza parte de él se las vería muy tiesas con la filosofía del lenguaje, el atomismo lógico de Russell o el Círculo de Viena de principios del siglo pasado. La lingüística es un campo apasionante. Las cosas, los conceptos, hay que precisarlos y, si no, más vale echarse a dormir. Para R. Carnap, un positivista lógico comunista, por cierto, la sintaxis lógica era un campo de la investigación lingüística en el que prescindimos de los usuarios del lenguaje, eventualmente, y analizamos exclusivamente las relaciones entre expresiones. En otras palabras, cuando un «político», por ejemplo, dice lo que dice, ¿qué está diciendo en realidad? El Círculo de Viena, con M. Schlick a la cabeza, quería, como Frege, matematizar el lenguaje, es decir, constreñir lo que se dice (las palabras) a proposiciones exactas y que no se presten a anfibologías ni llamen a engaño. Que no haya tahures de la palabra (que es lo que pensaba Platón de los poetas, y por eso pedía su expulsión de su ciudad ideal). En crítica literaria algo pasa de esto. Cuando un escritor dice que sus fuentes de inspiración son grandes escritores como Faulkner, como dijera un postizo rumiante A. Muñoz Molina, pongamos por caso, hay que preguntarle -e interrumpirle si procede- para decirle: ¿pero usted ha leído a Faulkner? Y como responderá afirmativamente, la siguiente pregunta es:¿qué obra, qué novela, y se cuidó usted de estudiar la circunstancia histórica y personal faulkneriana para entender «Absalón, Absalón»? No hace falta leer a Faulkner para ser un buen escritor, pero no presuma, ni menos se compare con maestros para pasar por uno de ellos.