Primero fueron los anarquistas, demonizados porque querían destruir la sociedad existente. No tenían alternativa; no querían construir una sociedad distinta sino acabar con la actual.
Luego fueron con los comunistas, que en 1917 demostraron que se podía construir otro tipo de sociedad. Pero la propaganda lo que decía era que los comunistas eran la quinta columna de un país extranjero, inexistente, al que llamaron “Rusia”. Todos los que trataban de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores eran “rusos” o “prorrusos”, es decir enemigos extranjeros.
Luego llegó el mito de los terroristas para justificarlo todo, pero si tal cosa no existía, se lo inventaron porque era eficaz. La tortura de un detenido se empequeñecía cuando se trataba de un terrorista, real o supuesto. Por eso siempre hubo tantos terroristas, como antes hubo tantos comunistas y anarquistas. Cuado más terroristas menos derechos. Por ejemplo, de la voz de un terrorista sólo puede salir apología del terrorismo, que es un delito. Lo que antes era un derecho se convierte en un delito.
Un enemigo del Estado no puede tener derechos, tanto da si es exterior como interior. En un Estado no puede haber voces discordantes, no pueden coexistir mensajes distintos. El Estados no puede permanecer indiferente y convierte a las opiniones indpendientes en “amenazas informativas”, o “desinformación en línea”.
Hoy los terroristas no ponen bombas sino que escriben en algún blog. Pero la proliferación de contenidos digitales es peor que la lucha armada. Obliga a la policía a colgar la pistola y encender el ordenador para buscar a los nuevos enemigos del Estado, analizar contenidos, valorarlos, crear bases de datos con ellos, listas negras, perfiles de sus autores… Demasiado trabajo que, además, se presta a demasiadas interpretaciones, a cada cual más subjetiva.
Por eso la empresa de armamento Raytheon ha salido en auxilio de la policía creando M3S (Sistema de Vigilancia Multimedia) para garantizar el control de los contenidos que circulan por las redes sociales (*). Los países de la OTAN ya lo utilizan, así como las multinacionales de la comunidad de inteligencia y empresas privadas de mercenarios, pero sólo si son aliados de Washington.
El sistema tiene una puerta trasera en su versión móvil (APK bajo Google Android) directamente vinculada a la comunidad de inteligencia estadounidense. Rastrea, busca, recopila, traduce y analiza textos, audio, vídeo y otros contenidos de cualquier red social, medio de comunicación u otro recurso en más de 40 idiomas. El precio supera los 5 millones de dólares.
Una de sus características es la segmentación sociodemográfica de la audiencia y el “tono” de las publicaciones. Una veintena de empresas emergentes trabajan bajo diversos contratos con el complejo militar-industrial de Estados Unidos para determinar el “tono” de los contenidos en la red. Pero también recopila los metadatos: geolocalización, identidad de los autores, sus direcciones, correos electrónicos, números de teléfono, sus currículos, sus biografías, su historial de viajes, transacciones bancarias, etc.
La inteligencia artificial detecta cualquier publicación considerada “subversiva”, “peligrosa”, “susceptible de causar un perjuicio” o “con contenido no autorizado” y permite al Estado neutralizar la circulación de dichos contenidos, crear listas negras, eliminar la “amenaza informativa” en su origen, bloqueando a sus autores y presentándolos como delincuentes.
En este régimen de vigilancia participan las empresas privadas, la industria tecnológica, así como los inquisidores y “verificadores de hechos” dedicados a la censura de los contenidos multimedia. A la represión pública se le suma la privada.
(*) www.raytheonintelligenceandspace.com/what-we-do/advanced-tech/m3s