Robert Montoya nació en Argelia en el seno de una familia de emigrantes españoles en la antigua colonia norteafricana. Pero su vida de mercenario empezó en Bastia, en la isla de Córcega, cuando era ayudante de una gendarmería de provincias, remota y aislada.
El comandante Prouteau, jefe de la célula antiterrorista que operaba clandestinamente desde el Elíseo, a las órdenes directas del socialfascista Miterrand, necesitaba alguien así, que conociera el microclima corso, que está a caballo entre el independentismo y la mafia.
Montoya llegó al Elíseo al mismo tiempo que Mitterrand, con la diferencia de que a él nadie le conocía y nadie sabía lo que tramaba allí dentro, tan cerca del poder.
Allá permaneció durante cuatro años, hasta 1986, cuando fundó su propia empresa de seguridad, que tenía un nombre misterioso parecido a la clave de un cajero automático: SP2I.
Dos años después estalló en Francia uno de esos “escándalos” con los que los medios se rasga las vestiduras para vender más periódicos o conquistar más audiencia: el caso de los fontaneros de la Presidencia de la República.
Era un asunto con cierto parecido a Watergate: el espionaje telefónico de un alguacil del Consejo Superior de la Magistratura, un sindicato progresista muy activo en los medios judiciales, y enfrentado a Mitterand y al partido socialista.
¿Les suena el famoso camelo de la separación de poderes? Tras el espionaje está el ojo de Montoya vigilando de manera subterránea porque entonces ya ni era gendarme, ni trabajaba para el Elíseo… oficialmente.
O sea, que seguía haciendo lo mismo pero clandestinamente, de manera que no salpicara al Presidente de la República. El espionaje a los jueces fue subcontratado a SP2I.
Cuando en 1992 los tribunales le condenan, el antiguo gendarme ha puesto tierra de por medio. Vive en África, en Togo para ser más exactos, donde establece la base de su negocio de trapos sucios, transporte de fondos, logística, guardaespaldas, matones, pistoleros…
En 1998 un informe de la ONU indica que en el Zaire/Congo Montoya había reclutado unos 200 ó 300 mercenarios como guardaespaldas del mariscal Mobutu.
En Angola, Montoya vende armas al movimiento contrarrevolucionario Unita de Jonas Savimbi en la larga guerra contra el MPLA de Dos Santos.
La base del negocio es una estrecha amistad con el antiguo presidente togolés, el general Gnassingbé Eyadema, al que durante su funeral el presidente francés Jacques Chirac calificó como “un amigo personal”.
Entonces era frecuente ver a Montoya entrar y salir del Palacio Presidencial en Lomé, la capital de Togo, donde adiestró a las tropas antidisturbios de la policía y siguió con su especialidad: instalar escuchas telefónicas para que Eyadema se enterara de lo que hablaban sus enemigos.
Para el mercenario el chollo llega cuando la petrolera estadounidense Exxon-Mobil le encarga que asegure el transporte de mercancías por Doba, al sur de Chad, cerca de las fronteras de Camerún y la República Centroafricana.
A partir de ahí, Exxon-Mobil pretende construir un oleoducto de 1.000 kilómetros para exportar el petróleo hacia Camerún desde los pozos de Chad de los que ha desalojado a su competidora francesa Total.
Con el jugoso contrato en el bolsillo, Montoya crea nuevas sociedades mercenarias en las que llega a emplear a 2.500 personas. Entre ellas destaca SAS (Security Advisory and Service), que mantiene lazos muy estrechos con Executive Outcomes, la poderosa empresa sudafricana especializada en reclutar mercenarios.
Otra de sus empresas es Darkwood, intermediaria para África occidental de BVST, que a su vez es una empresa bielorrusa especializada en la venta de material militar. El informe de la ONU de 7 de noviembre de 2005 asegura que entre 2002 y 2004 dos tercios de las ventas de armas en Costa de Marfil pasaron por sus manos.
El 15 de noviembre de 2004 la ONU impone un embargo de armas a Costa de Marfil para impedir que el gobierno legítimo del país, presidido por Laurent Gbagbo, pueda hacer frente a la sublevación que han organizado los imperialistas franceses en su contra.Que Montoya contrató a los mercenarios que bombardearon el campamento de Bouaké, está más que demostrado. Ahora bien, el gendarme no trabajaba por cuenta del gobierno de Costa de Marfil, como tratan de hacer creer los medios franceses, sino del propio imperialismo francés. No había cambiado de patrono.
Las instalaciones de las empresas de Montoya, desde las que se preparó el bombardeo, estaban en el mismo aeropuerto de Lomé, a la vista del gobierno local y de sus “amigos íntimos” de París.
El fontanero no tenía nada que esconder. Los pilotos entraron en Costa de Marfil desde el aeropuerto de Lomé y salieron luego por la misma vía. Los imperialistas dicen que van a África a vigilar pero siempre miran para otro lado.