El primero será mucho más rentable, atraerá capital y creará títulos financieros “verdes”, como acciones, bonos, obligaciones, derivados… La cuota de ganancia se multiplicará. Ocurrirá como en cualquier supermercado: las mercancías “ecológicas” se hacen publicidad a sí mismas y a los incautos no les importa pagar un precio más elevado por ellas, lo cual contradice las leyes del mercado: un precio más alto no restringe la demanda sino que la aumenta, siempre que el producto sea “limpio”.
Por eso el lavado de cerebro de millones de consumidores se convierte en imprescindible. Tienen que ser “educados” en el respeto al medio ambiente desde niños para pagar un precio más elevado cuando sean mayores.
Para multiplicar el rendimiento, las nuevas empresas “verdes” necesitan capital y eso exige canales de drenaje que conduzcan a ellas desde la bolsa, las subvenciones, los fondos de inversión, los fondos buitre, los de pensiones… Es el nuevo maná, el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.
Cuando el dinero público se gasta en subvencionar a empresas privadas, los posmodernos (sindicalistas, anarquistas y revolucionarios de todos los pelajes), ponen el grito en el cielo. Pero si se trata de impedir el calentamiento del planeta, aplauden a rabiar. Por eso los medios de comunicación empiezan a cambiar los titulares: “Bruselas planea gastar un billón de euros en inversiones verdes durante la próxima década” (*).
Nadie se queja de las “inversiones verdes” porque en tal caso las empresas que reciben el dinero no parecen perseguir un ánimo de lucro. Más bien se equiparan a una ONG que actúa desinteresadamente para salvar al planeta de la hecatombe.
Hace años que el capital financiero internacional elaboró planes para gestionar los billones de dólares que va a generar el nuevo “capitalismo verde”. El primer bono empresarial “ecológico” lo creó en 2013 la empresa sueca Vasakronan, que no se dedica a la energía, ni al transporte, ni nada parecido: es una empresa inmobiliaria.
Las demás vinieron luego. Son siempre grandes y conocidos monopolios internacionales que han hecho de la “ecología” su sello de identidad porque es sinónimo de moderno, a diferencia de la minería o la siderurgia, que parecen reliquias del siglo XIX: humo, vertidos, extractivismo, CO2…
El mercado financiero previsto para los proyectos respetuosos con el clima es el orden de 45 billones de dólares y las bolsas del mundo afilan los cuchillos para apoderarse del botín. La City of London Corporation fue la primera en iniciar la carrera, impulsada por la Corona británica, el Banco de Inglaterra, Bloomberg…
En julio el Ministro británico de Hacienda, Philip Hammond, presentó una guía titulada “Estrategia financiera verde: transformar las finanzas para un futuro más verde” donde manejan cuantías mareantes, del orden de los 118 billones de dólares.
Cuando se manejan estas cantidades, que no son otra cosa que papeles, es importante tener en cuenta que el mundillo financiero lo protagonizan los intermediarios, como se dice en la jerga. No importa tanto el propietario como el gestor, es decir, no tanto la marioneta como el que mueve los hilos.
En el capitalismo ocurre en todos los órdenes: cuando los incautos creen en una emergencia climática, los otros piensan en bonos, cotizaciones y negociaciones. Pero los que manejan los hilos son siempre estos últimos y se ríen de los anteriores, de la carne de cañón.
(*) https://www.elboletin.com/noticia/176270/economia/bruselas-planea-gastar-un-billon-de-euros-en-inversiones-verdes-durante-la-proxima-decada.html