El problema de que pocos tengan control sobre una porción considerable del conocimiento es evidente. Si esa información se genera o difunde en sintonía con agendas particulares, entonces las repercusiones, por ejemplo la uniformidad, pueden resultar bastante costosas para una sociedad.
Dentro el ámbito científico es bien sabido que, en buena medida, la legitimidad de un estudio o investigación está determinada por la publicación que respalda dicho trabajo. Tomando en cuenta esto, queda claro el poder que ejercen estás publicaciones para validar u oficializar el conocimiento científico. Pero si bien la existencia de filtros parece bastante sensato, el problema es que estas publicaciones –diarios altamente especializados en distintas ramas de la ciencia– están aglomeradas alrededor de 6 grandes editoriales (las cuales aparecen en el infográfico incluido en esta nota).
Esto no quiere decir que las compañías que controlan buena parte del panorama científico-editorial tengan agendas oscuras o laboren de acuerdo a intereses en la sombra, algo que ignoramos; pero es más o menos obvio que si este flujo depende de pocas manos entonces el poder implícito en la publicación y difusión de conocimiento puede terminar aliado a los intereses asociados a estas seis grandes compañías.
Un reciente estudio de la Universidad de Montreal, a través de su School of Library and Information Science, advirtió que durante las últimas décadas los medios especializados en ciencias se han condensado en grandes compañías, las cuales hasta cierto punto determinan aquello que compondrá el desarrollo científico de la ciencia actual. Al respecto, el Profesor Vincent Lariviere, quien encabezó el estudio, afirma en entrevista para el sitio Waking Times:
Las grandes editoriales controlan más de la mitad del mercado de estudios científicos, tanto en ciencias naturales como médicas, sociales y humanidades. Además, estas grandes editoriales comerciales tienen enormes ventas, con márgenes de ganancias de aproximadamente 40%. Y si bien las editoriales han desempeñado históricamente un papel vital en la diseminación de conocimiento científico dentro de la era impresa, es cuestionable son, aún hoy en la era digital, necesarios.
No deja de resultar paradójico, en primer lugar, que la comunidad científica, la cual a través de los años se ha jactado de autonomía, terminó enrolándose en un modelo bajo el cual su sistema de legitimación y difusión quedó en manos de seis grandes editoriales –un grupo al cual se ha etiquetado como “oligarquía académica”. En segundo lugar parece que la relevancia de estas publicaciones ya podría considerarse un tanto caduca, en una época en la que la posibilidad de publicación de contenidos en plataformas digitales está al alcance de cualquiera.
Los medios capitalistas son las verdaderas armas de destrucción masiva del cerebro.