Los ferroviarios de la SNCF marcan sobre todo la pauta con una huelga intermitente que puede perturbar seriamente la vida cotidiana de los franceses durante tres meses.
Los sindicatos protestan contra un proyecto de reforma del gobierno que quiere poner fin a su estatuto especial, que incluye un empleo de por vida. Han creado un nuevo concepto de movilización, con una huelga de dos días cada cinco, es decir un total de 36 días de paros alternados hasta fines de junio.
La SNCF ha aconsejado a los usuarios que renuncien a tomar el tren desde el lunes por la noche hasta el jueves por la mañana -las huelgas de 48 horas de la empresa pública duran de hecho varias horas más-, pues el movimiento “va a ser muy inoportuno” para los 4,5 millones de viajeros diarios, según el presidente del grupo, Guillaume Pepy.
Mañana a los ferroviarios se sumarán otros sectores en huelga: los empleados de la limpieza y del sector de la energía.
El mismo día, el personal de la empresa Air France hará huelga por cuarta vez en un mes para pedir un aumento general de sueldo del 6 por ciento, aunque no haya en este caso relación directa con las reformas de Macron.
A ello se suman movimientos de estudiantes, contrarios a una ley que modifica el acceso a la universidad mediante un sistema de selección.
Hasta ahora, el presidente francés, que asumió el cargo en mayo pasado y dijo estar dispuesto a “transformar” Francia, ha logrado imponer sin gran resistencia sus reformas, incluida la muy delicada reforma laboral.
Desde mayo de 2017, varias manifestaciones de relativo éxito -los propios ferroviarios, funcionarios, jubilados- no han alterado la voluntad reformadora del ejecutivo.
El método Macron, calificado de “brutal” por los sindicatos, consiste en intentar reformar velozmente en todos los sectores para sorprender a los sindicatos. “Al abrir continuamente nuevos frentes, convierte en obsoleta la oposición al primero de ellos pues ya ha abierto un segundo frente”, explica el politólogo Philippe Braud.
Pero esta vez Macron lo va a tener mucho más difícil, advierten los analistas, pues ataca a la SNCF, un fortín reacio a los cambios ante el cual varios gobiernos se han estrellado
El desafío es tal que varios responsables políticos y sindicales comparan esta batalla como la que libró en Reino Unido en 1984 la primera ministra conservadora Margaret Thatcher contra los mineros.
“Emmanuel Macron quiere acabar con lo que queda de Estado social” denuncia Eric Coquerel, de la Francia insumisa, de izquierda. “Y empieza por el sector más organizado, el más combativo, el de los ferroviarios, con la intención de jugárselo a todo o nada, igual que Thatcher”, agrega
“Francia es la única gran economía europea que no ha derrotado al desempleo masivo” (8,9 por ciento a fines de 2017), alegaba Macron en agosto pasado, para justificar su agenda reformista.
Por su parte, los sindicatos saben que se juegan mucho en este conflicto en la SNCF, empresa muy endeudada y que afrontará próximamente la apertura a la competencia europea.
Los sindicatos temen que si el gobierno gana esta batalla, tendrá las manos libres para imponer luego otros proyectos. Por ello apuestan por ganarse a la opinión pública francesa.
Según un sondeo de Ifop para el Journal du Dimanche, 53 por ciento de los franceses consideran injustificada la huelga, pero hace dos semanas eran 58 por ciento. Ello demuestra que la causa de los huelguistas “progresa mientras entramos en lo más duro del conflicto”, estima Frédéric Dabi, director adjunto de Ifop.
Pero, al mismo tiempo, 72 por ciento de los franceses están convencidos de que el gobierno no dará marcha atrás. Es la reputación que pretende defender Macron.
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Los Estados mixtos o del "bienestar" con ciertos derechos y servicios públicos se acabaron, EE.UU. arrastra a sus colonias hacia él a la vez que aumenta el saqueo en las mismas; se acabaron las ideas keynesianas al mando de los países capitalistas, y con ellas un capitalismo que daba algunas concesiones para evitar estallidos.