Georges Cuvier |
Con, en su momento, Al Gore de «starring«, como Tom Cruise lo fue de la Iglesia de la Cienciología, sectas, charlatanes. Un derviche ofrece más credibilidad. Tengo para mí que la verbosidad parlanchina sobre el Cambio Climático («climate change«, que dicho en inglés le da más empaque al invento) en una variante -involuntaria- de añejas teorías que responden al label de «catastrofismo» al que sólo le falta el «sensorround» para darle realismo a la cosa (como experimentó quien suscribe en salas de cine londinenses años ha viendo «La aventura del Poseidón», film que inauguró el «género catastrófico» en el celuloide salvando, por cierto y dicho sea de paso, a Hollywood de la ruina).
En términos geológicos, el CATASTROFISMO fue propagado en las primeras décadas del siglo XIX por el paleontólogo francés Georges Cuvier (1769-1832). Su interpretación fue que en el pasado habían tenido lugar periódicas inundaciones de la tierra firme que exterminaban a las especies terrestres existentes, y que iban seguidas de la aparición de nuevas especies que sustituían a las extinguidas. En síntesis, el catastrofismo geológico de Cuvier venía a decir que del estudio del registro geológico se desprendía que en el transcurso de la historia de la Tierra habían tenido lugar súbitas catástrofes universales, que habían actuado sobre la superficie terrestre, asolando todo a su paso y exterminando a los seres vivos existentes en ese momento, como se dijo.
Estas revoluciones geológicas, o cambios de gran magnitud en la configuración de la Tierra sólo podían ser explicados apelando a la acción repentina y violenta de fuerzas naturales y devastadoras (terremotos, volcanes, krakatoas, tsunamis, etc.). La última de estas catástrofes habría sido el diluvio universal descrito en la Biblia. El marco teórico catastrofista estaba en bastante buena armonía con los relatos bíblicos de la creación y otros milagros (como los actuales Big Bang, genes perdidos et alli).
El catastrofismo se suele oponer a la teoría uniformista del geólogo Charles Lyell (a quien leyera un joven Darwin) diciendo que los cambios eran procesos lentos y constantes producidos por causas pequeñas que actuaron a ritmo uniforme a lo largo de inmensos periodos de tiempo. En 1870 la geología uniformista y la evolución «gradualista» se habían convertido en los principios rectores de la ciencia dejando atrás a Linneo (1707-1778), creador del llamado «fijismo» que postulaba que todas las cosas y animales eran creaciones inalteradas de Dios.
Hasta aquí la pequeña historia donde los cambios obedecen a causas naturales y no a la garra del hombre como ocurre con el nuevo milenarismo que llaman «cambio climático» que, mire usted, haberlo, lo ha habido siempre -sería de necios negarlo-, pero no como lo pintan. Ahora se propone para arreglarlo nuevos impuestos y tasas sobre emisiones de CO2 para frenar el desarrollo de los llamados países emergentes o BRICS. La cumbre de Copenhague (diciembre de 2009) y la catastrofista teoría del calentamiento (no hace ni cien años se hablaba de todo lo contrario: del enfriamiento) global, tenían como objetivo crear una suerte de consenso mundial necesario para que los países ricos puedan imponer a los países pobres y en vías de desarrollo modelos productivos que no supongan una amenaza para las economías de los primeros.
Una teoría que ha sido convertida en dogma por las potencias occidentales, al estar exenta del más elemental debate científico (al revés: ha habido «climagates»), y gracias a la estigmatización de todos aquellos que osaban contradecirla (o sea, nosotros los «conspiranoicos» cuyo lema es: «piensa mal (de estos hijoputas criminales) y acertarás», llamándoles «negacionistas» en clara referencia a los «negacionistas» del Holocausto. Los negacionistas como herejes y los conspiranoicos como zumbados. Y así…
Good evening.