Maravillas lo experimentó en carne propia. Nunca mejor dicho. Nunca tan terriblemente dicho. Tenía 14 años. Y ellos, los verdugos que enarbolaban la bandera franquista, la violaron repetidamente delante de su padre. Cuando se cansaron, o parecían cansarse, la sometieron por última vez. Y entonces sí, también con su progenitor de testigo, la fusilaron. Para ella ni siquiera hubo una cuneta: según distintos relatos, sus restos fueron arrojados a los perros.
“La noche los vio entrar
eran hombres sin luz
venían a todo gritar
eran la muerte azul”
Así dicen las primeras estrofas de “Maravillas”, escrita y cantada por el músico navarro Fermín Valencia. Este frío sábado de febrero, la canción-himno recorrió el aire gélido de Lezkairu, uno de los barrios más nuevos de Pamplona. La emoción también estaba en el aire, donde se mezclaba con la rabia y el dolor: desde esta mañana, la plaza de esta zona de la capital navarra lleva el nombre de Maravillas Lamberto. El acto, tan emotivo como simbólico, fue impulsado por el ayuntamiento.
En una Navarra que suma 3.500 víctimas del franquismo, el nombre de esta niña resume los sufrimientos de cada una de ellas. “Es un símbolo de la fuerte represión que hubo en este territorio”, comenta el presidente de la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra (AFFNA-36), Jokin de Carlos Mina, también presente en el acto. Junto a él estaba Josefina Lamberto, la única hermana de Maravillas que aún vive y que entonces, cuando la muerte llegó a su casa, tenía siete años. Es, por tanto, el último relato viviente del horror vivido aquel 15 de agosto de 1936 en Larraga, el municipio situado a unos 40 kilómetros de Pamplona donde vivía junto a su familia.
Era de noche. De repente, sonó la puerta. El mensaje era claro: o la abrían, o la tiraban. Así lo advirtieron los dos guardias civiles del puesto de Artajona que se presentaron en el hogar de la familia Lamberto. “Hicieron levantar a mi padre, que estaba en la cama. Mi hermana Maravillas, que sabía lo que estaba pasando esos días en el pueblo, les preguntó qué le iban a hacer”, recuerda Josefina.
Los temores ya rondaban desde hacía varios días. Vicente Lamberto, marido de Paulina Yoldi y padre de Maravillas, Josefina y Pilar (ya fallecida), era un humilde campesino afiliado a UGT. Con eso era suficiente para que los falangistas del pueblo lo pusieran en la diana. Primero amenazaron con expulsarle de Larraga. Luego optaron por ir a buscarle a casa, despertarle a punta de metralleta y llevárselo para siempre. Maravillas pidió ir con él. Los captores, que sabían cómo transcurrirían las horas posteriores, cogieron a la niña y la subieron al camión. En este secuestro participaron, además de los dos agentes de la Benemérita, el falangista Julio Redín Sanz y otro hombre que fue identificado como “el hijo del churrero de Larraga”.
El relato más terrible de la represión franquista en Navarra se completa con una serie de hechos difíciles de describir con palabras. Vicente fue encerrado en el calabozo del ayuntamiento, y Maravillas fue subida a la Secretaría. Allí comenzaron las violaciones. “En el pueblo cuentan que se oían sus gritos”, dice el presidente de AFFNA-36. El calvario duró, como mínimo, lo que dura una noche de verano. “A la mañana siguiente –apunta Josefina-, los vecinos vieron salir a mi hermana con la ropa destrozada”.
Maravillas y su padre fueron llevados hasta el término municipal de Ibiricu, situado a unos 40 kilómetros de Larraga. Según reconstruye el historiador Iñaki Egaña en el libro “Los crímenes de Franco en Euskal Herria. 1936-1940” (Editorial Txalaparta), el vehículo se detuvo a la altura del kilómetro 12 de la carretera de Estella a Etxarri Aranaz. “La volvieron a violar delante de su padre y luego los mataron a ambos”, añadió De Carlos Mina.
En ese contexto, Egaña incluye en su obra el testimonio de un vecino de la zona que fue recogido en su momento por el historiador navarro José María Jimeno Jurío. “Tardaron en descubrir el cadáver de Maravillas una semana. Lo descubrieron por el olor. Era verano, tiempo de mucho calor, y se descompuso. Además, los perros le habían comido los gordos de las piernas. Porque estaba desnuda del todo. Desnuda del todo. Eso ya nos acordamos bien. Hubo que matar a los perros por eso. Tratamos de cogerla para llevarla a enterrar a esa huerta nuestra, pero no se podía. Estaba destrozada por los perros y los gusanos. Así que bajaron al pueblo, trajeron de la trilladora de Ibiricu gasolina y la quemaron. No quedó nada de ella. Hasta el pueblo bajó el olor de carne quemada”, describió el lugareño.
Siguiendo la tónica habitual, los autores de este crimen disfrutaron la absoluta impunidad. De nada sirvió que en Larraga todos conocieran sus nombres. En cualquier caso, Josefina se niega a bajar los brazos. No lo hizo cuando era una niña y vio cómo se llevaban a su hermana y a su padre. Tampoco cuando los franquistas, para aumentar el dolor y el daño, les robaron la tierra que trabajaban. Su madre incluso acabó en la cárcel. Tras ser puesta en libertad, se marchó a vivir con sus dos hijas a Pamplona, la ciudad que hoy, por fin, dedica una plaza a Maravillas.
“La muerte no fue capaz
La historia no termina ahí. Josefina, que acabó haciéndose monja y fue una de las fundadoras de la asociación AFFNA-36, consiguió llevar los asesinatos de su hermana y su padre hasta un juzgado de Buenos Aires: desde hace cuatro años, el caso de la familia Lamberto forma parte de la querella contra los crímenes del franquismo presentada en Argentina. Las esperanzas, en cualquier caso, siguen siendo pocas. “Sabemos quiénes siguen mandando en este país, y también sabemos que nunca va a haber justicia para los nuestros”, afirma el presidente del colectivo memorialista. 82 años después, la sombra de la impunidad sigue cubriendo el cielo de Navarra.
http://m.publico.es/politica/2031584/maravillas-lamberto-la-nina-violada-y-asesinada-por-falangistas-jamas-sera-olvidada-en-pamplona
NO TENGO PALABRAS, EL HECHO EN SÍ, LO DICE TODO DE LOS VERDUGOS.