Al mismo tiempo, en un país donde se generaliza un tipo de lucha así se desnuda la verdadera naturaleza carcelaria, represiva y fascista del Estado.
Un país en el que las pancartas exigen libertad y derechos democráticos denuncia lo que no hay y la necesidad de conquistarlos.
Es lo que ocurrió en España durante la transición, es lo que intentaron tapar entonces por todos los medios y es lo que ahora vuelve al primer plano.
¿Por qué? Es evidente: porque entonces no se logró lo que se pretendía, romper con el fascismo, lo cual permitió que el Estado se reprodujera tal cual había salido en 1939 de la guerra civil.
Las mismas causas generan los mismos problemas y los mismos problemas requieren las mismas soluciones: acabar con el fascismo en España. Pero no se acaba con la mierda escondiéndola bajo el felpudo: o limpiamos la casa, u olerá a podrido siempre.
Como en España las cosas han vuelto al punto de partida de siempre, los oportunistas vuelven también a lo suyo, exactamente igual que en la transición. No sólo el fascismo se reproduce en un Estado fascista, sino que junto a los fascistas son imprescindibles los embaucadores, esos que dicen que están con nosotros y dicen cosas parecidas a nosotros.
La represión genera un auge de las movilizaciones por la amnistía a las que se apuntan los costrosos. En Euskadi durante la transición a la palabra amnistía hubo que añadir la palabra “osoa” (total), o bien “orokorra” (general) porque la gangrena oportunista no tenía claro que en una amnistía hay que sacar a todos los presos antifascistas de la cárcel, y no sólo a los suyos.
Ahora ocurre lo mismo. En Andalucía algunos hablan de “amnistía social” para dar a entender que hay presos de primera y de segunda división, y que es legítimo sacar a unos para dejar a los otros dentro, que el encarcelamiento de unos es “injusto”, a diferencia de los otros (que están bien donde están).
La represión ha alcanzado unas dimensiones que los oportunistas nunca fueron capaces de imaginar y se apuntan al carro para exigir que salgan los presos “catalanes”, mientras que los otros no, como si las leyes o los tribunales que encarcelan a unos y otros no fueran los mismos.
Por eso la prensa intoxicadora (La Vanguardia, Público, El Plural) se ha afanado en poner de manifiesto que la manifestación por la amnistía del sábado en Madrid era en solidaridad con Catalunya, o por los presos políticos independentistas. ¿No vieron los lemas de las pancartas?
Los fascistas lo han dejado bien clarito cuantas veces ha sido necesario: es lo mismo que Usted sea un pacifista o un violento. Irá a la cárcel igual y créame: cuando esté preso le dará igual que le hayan condenado por el artículo 21 o por el 22.
Veamos. En una manifestación, los primeros que llegan al lugar de la convocatoria son los policías y no acuden para proteger su derecho a manifestarse, sino todo lo contrario. Tampoco acuden porque haya habido algún episodio de esos que los periodistas llaman “violencia”, porque la manifestación no ha empezado.
En una manifestación son los policías los que persiguen a los manifestantes, y no al revés. Además, lo hacen con la porra en la mano y si le alcanzan a Usted, le zurran sin hacerle ninguna pregunta. ¿Estaba Usted en la manifestación o era un mirón?, ¿fue Usted quien puso el contenedor en medio de la calle o era el pacifista que sólo estaba sentado en medio de las velitas rezando a la Virgen de los Desamparados?
Como cualquier otra persona que lucha, un manifestante nunca es violento. Los violentos son los que ponen las etiquetas, lo mismo que la Inquisición ponían un capirote para ridiculizar a sus víctimas. El primer paso es el letrero: te califican de antisistema, radical o terrorista; el segundo es quemarte en la hoguera (pero como no está de moda ahora “sólo” te meten en una cárcel.
La lucha por la amnistía y contra la represión se rige por una única consigna libertaria: a los inocentes los defendemos y a los culpables con mucho más ahínco.