Al final, no ocurrió ni una cosa ni otra. Los casadistas fueron a la cárcel y al pelotón de fusilamiento como los demás. Y la derrota no se pudo gestionar, no pudo haber evacuaciones ordenadas ni preparar la salida de muchos de los republicanos más destacados y comprometidos. Algunos de ellos, solamente pasaron de las cárceles de Casado a las de Franco.
En ese momento histórico, en la huida precipitada hacia los puertos de Valencia, Gandía, Cartagena, Almería y Alicante, comienza el documental Espías en la arena de Pablo Azorín y Marta Hierro. Con la desesperación de los republicanos que huyeron a bordo de cargueros de fruta, como el Stanbrook, que se estuvo un mes en el puerto de Orán sin que les dejaran desembarcar. En Argelia fueron ocho mil los refugiados españoles, cuatro mil en Túnez y mil en el Marruecos francés. Y al igual que los que escaparon por los Pirineos, fueron a parar a campos de concentración, especialmente los que se consideraron “peligrosos izquierdistas”. Un trato que no esperaban como luchadores antifascistas.
Con la ocupación nazi de Francia y ascenso de Petáin, su situación no hizo más que empeorar hasta que los aliados ejecutaron la Operación Torch, la invasión del norte de África. Los antifascistas españoles entonces fueron liberados, pero lentamente. Y los que habían trabajado en la inteligencia militar de la República o tenían preparación para ese tipo de misiones fueron reclutados por los estadounidenses. En la recientemente establecida OSS (Office of Strategic Services), matriz de la CIA, valoran a los españoles y brigadistas que han perdido la guerra civil por su probado compromiso antifascista.
El documental se ha estrenado en Madrid, Valencia, Palma, Alicante y Málaga y seguramente este año se emita en RTVE e IB3. Marta y Hierro y Pablo Azorín venían de filmar Agente Sicre, el amigo americano, la biografía de Ricard Sicre, ilerdense que fue agente de los estadounidenses, obtuvo información de los nazis apresados durante la contienda y organizó una misión que iba a ser el preámbulo de la invasión de España por parte de los aliados: la Operación Banana.
Los aliados querían conocer hasta qué punto estaba implicado Franco con el Eje. Los republicanos seleccionados tendrían que infiltrarse en España para informar sobre movimientos de tropas, lo que permitiría a los aliados anticiparse a una ofensiva contra sus ejércitos en el norte de África. Las misiones de los espías en cada ciudad recibieron nombres de frutas. En Barcelona, Operación Cereza; en Madrid, Limón; Cartagena, Naranja; Melilla, Albaricoque y Cádiz, Uva. La misión en su conjunto: Banana.
Si los nazis hubieran penetrado con sus tropas en España, estaba previsto tomar Ceuta y Melilla para desde ahí bombardear los puestos de artillería y las comunicaciones de la península. En 1943, los cines estadounidenses proyectaron la película Inside fascist Spain para preparar a su población ante la llegada de un nuevo conflicto. Los documentalistas han conseguido imágenes de este film que nunca antes se habían visto en España. Franco a su vez construyó centenares de búnkeres en las costas.
En julio de 1943, los espías españoles desembarcaron en Río de la Miel, en Málaga. Eran ocho hombres. Manuel Lozar, radiotelegrafista de la Marina de Guerra Republicana, Ignacio López, teniente radiotelegrafista de aviación, Pedro Royo, telegrafista de artillería antiaérea, Jaime Pérez Tapia, comandante de batallón de la 207 Brigada Mixta y Guillermo Garrido de las Heras, sargento del Tercer Batallón de la primera brigada de carros blindados. Junto a ellos, iban tres guías veteranos del ejército republicano que conocían el terreno, Joaquín Centurión, Francisco Bueno Ledesma y Luis Ruiz Aguayo, que tenían como objetivo conectar a la misión con el PCE de Málaga y redes clandestinas que pudieran darles apoyo y lugares seguros para cobijarse y esconder las radios.
Llegaron a las cinco de la mañana. Escondieron su armamento en una cueva y se vistieron con trajes. A quien iba vestido en aquella época con cierto nivel no le paraban, dice el documental. Estuvieron siete meses transmitiendo información. Sobre los movimientos militares y sobre algo que les pilló de sorpresa, la situación en España era mucho más complicada de lo que les habían hecho creer.
Les enviaron al matadero, sentencia uno de los entrevistados. Hablo con Pablo Azorín sobre este aspecto y explica: “En África los responsables norteamericanos y principalmente de Unión Nacional Española, organización pantalla del PCE, crearon un retrato de lo que ocurría en España que nada tenía que ver con la realidad con la que se toparon cuando desembarcaron en la costas de Nerja. Unión Nacional Española, organización que tenía que proporcionales apoyo en la península, simplemente no existía, la vigilancia y represión policial era extrema y fruto de ello el PCE se hallaba muy debilitado, asediado y penetrado por la policía y los delatores”.
A la presión de la policía hubo que añadir que se quedaron sin dinero. Las importantes sumas que recibieron para llevar a cabo la misión tenían orden de entregárselas a un enlace del PCE enviado a Málaga desde Francia, Víctor Moreno, que a su vez se lo dio a un contacto del partido en Madrid. Los espías se quedaron sin dinero hasta para los gastos más elementales. Se les rompieron las radios, además, y podían transmitir pero no escuchar a los estadounidenses. Reclamaron fondos de lo entregado, pero el enlace del PCE no volvió a contestar sus demandas.
Desesperados, decidieron arriesgarse y viajar a Madrid a contactar con el PCE. Lo logran, tras un mes intentándolo, con Apolinario Poveda Francisco y enlaces del PCE en Argel, a los que les transmiten su decepción y sentimiento de abandono. Pero a día de hoy no se conoce aún qué pasó con los fondos de la misión, según cuenta Azorín: “No tenemos ninguna evidencia de lo que ocurrió con el dinero que los agentes entregaron al enlace que el PCE envió desde Francia. En un principio pensamos que alguien se lo podía haber apropiado. Tras estudiar el momento que vivía el PCE en el 43 y 44, con una grandísima presión de la policía política, en el que el miedo, la tortura, los infiltrados y delatores acosaban al Partido Comunista, nos dimos cuenta de que la organización de este en el interior de España estaba totalmente descompuesta con enormes problemas de coordinación y comunicación entre los dirigentes y las células activas, sufriendo una gran precariedad de medios. Las necesidades económicas para mantener una organización en la clandestinidad son muy grandes, crearse una cobertura adecuada y moverse en un Estado policial militarizado consumía los escasos recursos económicos con gran celeridad”.
Por otra parte, las intrigas políticas también condicionaron la misión. Los comunistas no querían colaborar con los americanos. Si en aquellos días estaban en el mismo bando, resulta extraño. Azorín tampoco tiene respuesta: “La verdad es que lo desconozco, intuyo que el PC quería, con cierta lógica, controlar y dirigir a sus militantes y evitar que fuesen utilizados como carne de cañón por otros. Es la misma directiva que el PCE dictó desde Moscú a todos sus militantes de no integrase en fuerzas regulares de los ejércitos aliados. Por ejemplo, los comunistas españoles tuvieron una fuerte presencia en la Resistencia Francesa en unidades ligadas al Partido Comunista Francés, pero inapreciable en el Ejército Francés Libre del general De Gaulle”.
Otra desgracia fue que los ingleses, por medio de su embajador en Madrid, Sir Samuel Hoare, habían desarrollado otros planes para España. Por medio de una red de sobornos a los generales de Franco, detallados recientemente en el libro Sobornos (2016, Debate) de Ángel Viñas, pretendían asegurarse la neutralidad del país sin necesidad de intervenir. La Operación Banana podría poner en riesgo todos sus planes. No querían oír nada de agentes infiltrados. De hecho, desde febrero de 1943, la misión Blackbone ya estaba cancelada por el alto mando aliado. Con la neutralidad de España, la guerra finalmente no pasaría por la península.
En marzo de 1944, la Brigada Político Social, a través de un delator infiltrado, Antonio Rodríguez López el Chato, los miembros de la misión son arrestados. Tras los interrogatorios, cayeron doscientas personas involucradas. Fue uno de los golpes más graves recibidos por el PCE en toda su historia. Pero para no tener problemas con los aliados, fueron juzgados por “auxilio a la rebelión”, en lugar de por espías, que es lo que eran. La instrucción del caso la llevó el coronel Enrique Eymar Fernández, famoso por solicitar favores sexuales a las mujeres de los presos que acudían a pedirle ayuda, como se detalla en Espías en la arena.
Los aliados se lavaron las manos. A través de Luis Pérez Tapia, hermano de uno de los detenidos, el 13 de marzo en la embajada de Estados Unidos en Madrid recibió una petición de ayuda. En la instrucción que recibieron en el norte de África los agentes, se les dijo que si atravesaban dificultades acudiesen a la embajada a solicitar protección. El 22 de marzo de 1944 se envió desde la embajada en Madrid a Washington un despacho con detalles sobre la operación policial y las detenciones. La prueba de que el Gobierno americano conocía su situación y decidió abandonarlos a su suerte.
El agente Salvador Rodríguez Santana y sus colaboradores José López Iglesias y Francisco Muriel Martín fueron fusilados en Melilla. Salvador Soler López, José Cerezo Fernández, Enrique Tirado Cobos, Antonio González Torres y Adolfo Pacheco Mateos, todos ellos miembros del PCE que colaboraron con la operación, en Málaga. Manuel Lozar Feliz, Ignacio López Domínguez, Pedro Royo Sanz, Guillermo Garrido de las Heras, Víctor Moreno Cristóbal, junto a los militantes comunistas Jesús Carreras Olascoaga, Félix Pascual Hernández Piedecasas y José Vicente, en Alcalá de Henares. Carreras había asumido la jefatura del PCE en el interior tras las sucesivas caídas de Heriberto Quiñones y Jesús Bayón. Pascual Hernández era el responsable de las estafetas o puntos de enlace del partido.
A Jaime Pérez Tapia, Francisco Alaminos y José Jiménez Martín les conmutaron la pena capital por treinta años de cárcel; salieron de prisión a principios de los sesenta. En un informe de la OSS, se califica a la Operación Banana como el mayor descalabro del espionaje aliado en toda la II Guerra Mundial, solo excusable por la inexperiencia de la agencia de espionaje americana en el momento de ponerla en marcha.
Para los agentes reclutados solo hubo olvido. Azorín relata que desgraciadamente era previsible su destino: “Fue algo común a la mayoría de los agentes irregulares de la OSS. Pero, además, la mayoría de los republicanos españoles que participaron en la operaciones de la OSS en España militaban en el Partido Comunista. El advenimiento de la Guerra Fría, el posterior reconocimiento internacional y apoyo a la dictadura por parte de Estados Unidos, los convirtió en personajes incómodos a los que era mejor enterrar en el olvido. Si en su momento, cuando fueron hechos prisioneros, encausados y condenados a muerte, no se les ayudó ni reconoció, ¿qué beneficio puede obtener Estados Unidos en reconocer oficialmente a un grupo de comunistas españoles que sirvieron en su principal servicio de inteligencia militar?”.
En los testimonios recogidos por el documental se explica que los americanos veían a los españoles como a una “panda”, más que como a unos compañeros. Los tenían como peones. Sin más. La madre de Manuel Lozar intentó pedir clemencia arrojándose al vehículo que trasladaba a la esposa de Franco, sin éxito. Ricard Sicre, coordinador de los espías desde África, quedó marcado por el fracaso de la operación, aunque, como cuenta su documental biográfico, luego volvió a España con una empresa de importación americana —fue el responsable de traer, entre otros productos, la Pepsi-Cola pero, tal y como confiesa su hijo, impactado por el mundo real en el que no contaban las personas ni los ideales—.
Durante su investigación, Marta y Hierro y Pablo Azorín han tratado con familiares directos aún vivos de los represaliados. Ellos también sufren el olvido y el silencio, tal y como cuenta Azorín: “Los más mayores, ya muy pocos, que vivieron directamente la detención, cárcel y fusilamiento de su familiares y las cuatro décadas de dictadura, sufren todavía el trauma del silencio y del temor social sin haber tenido, hasta ahora, la ocasión de reconciliarse con ese pasado tan duro. Los más jóvenes no llegan a comprender ni aceptar que la memoria de sus familiares, defensores de la legalidad republicana y la democracia, sigan siendo ignorada por gran parte de la sociedad, que los juicios sumarísimos, carentes de toda garantía jurídica, por los que fueron condenados a muerte no sean declarados nulos y sus restos debidamente honrados, como todas las víctimas de la Guerra Civil y su larga posguerra, por una sociedad que en su conjunto se declara defensora de la democracia y enemiga del totalitarismo”.
“Madre mía, madre mía… Muchachos, mi último adiós”, fueron las últimas palabras de Manuel Lozar en la cárcel antes de ser fusilado en las tapias del cementerio de Alcalá de Henares la mañana del 16 de enero de 1945, a menos doce grados, junto a siete personas más. Sus cuerpos están enterrados en las fosas comunes 38 y 39. El responsable de su destino, Dwight Eisenhower, abrazaba a Franco el 21 de diciembre de 1959 en Torrejón.