Como en tantas otras facetas, el lenguaje siempre es engañoso. La crisis en ciernes tampoco es financiera; no es otra cosa que una crisis capitalista de superproducción como las de “toda la vida”.
La crisis, pues, ya no se disimula; lo único que se disimula es el mensaje, la palabrería.
Todos saben que el desplome es inminente, pero han confesado que no pueden hacer nada. De ahí que la política económica siga siendo exactamente la misma.
Las continuas emisiones de papel moneda por parte de los bancos centrales ya no sorprenden a nadie. Los bajos tipos de interés tampoco, por lo que las consecuencias son obvias: el dinero es barato y la burbuja se multiplica.
El precio del oro también se multiplica porque ante la anunciada tempestad, todos buscan su paraguas: el valor refugio o, como decía Marx, la única moneda de reserva.
Sólo los más incautos guardan su dinero en la cuenta corriente, de donde -poco a poco- el banco les va robando pequeñas cantidades a cada una de sus víctimas. En la jerga financiera los llaman “tipo de interés negativos”.
Los listillos tienen mucho dinero, pero no lo tienen en un banco porque, como ya hemos informado aquí (y no nos cansaremos de insistir), los propios bancos han anunciado a sus clientes al menos tres veces por carta (esas que nadie lee nunca) que en caso de quiebra no reembolsarán los depósitos superiores a 100.000 euros.
Desde el año pasado, en caso de quiebra, el plazo para reclamar los 100.000 euros se ha reducido de tres meses a 7 días.
Con la crisis comenzará el corralito: los bancos van a saquear el dinero que los clientes tienen depositado para casos imprevistos, como enfermedad, jubilación, estudios universitarios de los hijos, bodas, compra de un nuevo coche eléctrico que no contamine, vacaciones, turismo…
Cuando lleguen las quiebras bancarias, las sumas inferiores a 100.000 euros no serán reembolsadas por el banco, sino por un fondo de garantía cuya reserva de 2.000 millones cubre matemáticamente sólo una pequeña parte de las futuras víctimas, es decir, a los 20.000 incautos que hayan reaccionado más rápido.
Los privilegiados hoy, esos que han conseguido guardar algún ahorro porque han cobrado la herencia de una tía soltera que falleció hace un par de años, serán los parias de la crisis. Se quedarán a cero y se pondrán a cortar la circulación de las calles para exigir que les devuelvan el dinero que les han robado.
Los jubilados verán reducidas sus pensiones a niveles de hambre, como ha explicado claramente Macron: “Nada sería peor para nosotros que refugiarnos y detener las reformas [de las pensiones]. Los franceses entienden perfectamente que no tienen que pagar impuestos por un sistema arcaico de mantenimiento de privilegios. Por eso la CGT puede bloquear el transporte durante un año si así lo desea, pero eso no impedirá la reforma de las pensiones”.
¿Comprenden Ustedes el significado de eso a lo que Macron llama “reforma”? Los pensionistas vascos sí lo han entendido y llevan varios días de marcha hacia Madrid. Hoy han llegado a Briviesca, en Burgos, y pronto los verán en las calles de la capital sujetando las pancartas.
Pero aquí los sindicatos no van a cortar las carreteras, como en Francia. Se callan como buenos perros que son. Los partidos “de izquierda” tampoco hablarán de ello en las próximas elecciones, no vaya a ser que los votantes vean las orejas al lobo.
Las protestas y las luchas ya no son patrimonio de los obreros en activo.
Los obreros en activo no se podrán jubilar nunca. Para poder sobrevivir tendrán que trabajar hasta que se mueran y se morirán jóvenes de puro agotamiento.
Los afortunados que cobren algún tipo de pensión tampoco se podrán dormir en los laureles: están condenados a seguir luchando hasta que se mueran para que no les quiten sus miserables pensiones.
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