No obstante, sigue siendo una importante fuente de intoxicación porque -en buena parte- el ordenador se ha convertido en un televisor y a la inversa. Por lo demás, en Estados Unidos el número de personas que recurren la televisión de forma regular para acceder a las noticias ha bajado del 57 por ciento en 2016 al 50 por ciento en 2017, según un sondeo de Pew Research.
Los estudios sicológicos que se han llevado a cabo sobre los efectos de la televisión en los espectadores se han mantenido siempre en un segundo plano, por razones obvias. La televisión debilita la capacidad de atención, genera un estado de hipnosis bajo la apariencia de relajación, no requiere actividad crítica inteligente, incluso la altera, poniendo en reposo a las neuronas. Esta relajación conduce a una impregnación efectiva con contenido publicitario y otros mensajes de propaganda.
En 2001 el periodista Luc Mariot reveló al público las conclusiones de una investigación sobre la pequeña pantalla en la película “Le tube” de Peter Entell. Entre las pruebas realizadas, el periodista asiste a The Fordham Experiment, dirigido por el hijo de Marshall McLuhan, que consiste en mostrar que una película vista en televisión o en películas no se percibe de la misma manera. La luz reflejada (cine) y la luz directa (televisión) no tienen los mismos efectos sobre el cuerpo y la mente. En el grupo de televisión, el espectador experimenta los programas con una mayor impregnación emocional, con una pérdida de la sensación externa de las escenas vistas. La luz directa da a las imágenes televisivas el poder de invadir la mente como en un sueño, neutralizando la actividad crítica.
Recurriendo a electroencefalogramas, el neurólogo estadounidense Thomas Mulholland muestra que la televisión sumerge al espectador en un estado de somnolencia, de letargo del cerebro. Debido a la suspensión de la actividad del cerebro, se pone frente a las imágenes proyectadas en un estado de hipnosis. Contrariamente a su hipótesis original, que consistía en considerar que el cerebro estaba en un estado de actividad frente a la televisión (lo que habría dibujado ondas beta en el electroencefalograma, el encefalograma muestra ondas alfa, que son las que observamos cuando no hacemos nada. Cuanto menos trabaja el cerebro, más ondas alfa produce. Por otro lado, cuando enfocas tu atención, no hay más alfa.
El potencial de la televisión para la publicidad se descubrió en la década de los sesenta. Desde entonces, la televisión ha fabricado en gran medida la pasividad a través de programas que no requieren reflexión para que los anuncios logren sus objetivos con la máxima eficacia. La televisión vende a los anunciantes tiempo disponible del cerebro de los espectadores. El espectador, pasivo frente a su pantalla, no opondrá ninguna resistencia al embalaje publicitario. Relajación, hacer reír o llorar a los espectadores a medida que los programas progresan, prepara el cerebro para dormir en anticipación de episodios sucesivos, mientras se nubla la actividad crítica.
El publicista Herbert Krugman compara la televisión con algunas de las técnicas de lavado de cerebro utilizadas por los militares. Relata experiencias utilizadas durante la Guerra de Corea, como sumergir el cuerpo en agua a la temperatura corporal durante horas y evitar que la persona toque algo. Estas técnicas se basan en una fase de desensorización muy similar al estado de desensorización causado por la televisión. La imagen de la televisión es pobre en datos sensoriales, llevando al espectador a perder la sensación de su cuerpo. En el caso del lavado de cerebro, la pérdida de las claves sensoriales por las que la persona se reconoce a sí misma es la fase preparatoria del cambio impuesto a su mundo intelectual. En el caso de la televisión, las imágenes sumergen al espectador en un sueño despierto, donde la identidad se disuelve (incluyendo la realidad de una imaginación personal y singular) y a la que proporcionan sueños.
Krugman fue director de investigación para anunciantes. En los años sesenta General Electric (que fabricaba los tubos de rayos catódicos de ls televisiones) le contrató para impedir que se lanzaran acusaciones contra la televisión, pero confirmó lo que McLuhan habia escrito en 1964 (*). La televisión es el medio preferido para la publicidad porque es capaz de reducir la externalidad de las escenas vistas, como si fuera una extensión del cerebro. El mensaje se emite colonizando la mente del espectador porque es de la misma naturaleza que su imaginación. La diferencia es, por supuesto, que ya no es su inconsciente el que produce las imágenes, sino que provienen de un universo que él no controla. Este universo es también capaz de suplantar su propia actividad mental y al mismo tiempo unificar su pensamiento con el de otros espectadores.
Los estragos de la televisión sobre la infancia
Desde su nacimiento, los padres ponen una televisión en las habitaciones de los niños para mantenerlos anestesiados todos los días durante horas. Los niños devoran demasiada televisión y cada vez más claramente la publicidad se dirige directamente a su cerebro, lo que se corresponde a una disminución de la audiencia entre los adolescentes, que se sienten más atraídos por los videojuegos e internet, ccuyos efectos sobre el individuo no son muy diferentes de los de la televisión.
Los estudios sobre niños pequeños muestran el peligro de colocar repetidamente a un niño delante de las imágenes en movimiento en la pantalla. El más importante los publicaron en 2007 dos investigadores de la Universidad de Washington (Seattle), Dimitri Christakis y Frederick Zimmerman en la revista “Pediatrics”. Sobre un grupo de 3.300 familias, el estudio reveló que la exposición a la televisión antes de los tres años lleva unos años más tarde a trastornos de atención definidos como ADHD (“deficit attention disorder”) o trastornos por déficit de atención, con o sin hiperactividad estigmatizada, especialmente en las escuelas. El consumo audiovisual precoz conduce a un cambio en la sinaptogénesis, es decir, en la formación del cerebro infantil y su sistema psíquico.
El investigador alemán Christian Pfeiffer ha estudiado la relación entre los resultados escolares y el consumo televisivo. Comparó diferentes grupos de estudiantes socialmente homogéneos y demostró que los peores resultados académicos de cada grupo estaban directamente relacionados con el número de televisores y otras pantallas por hogar y el número de horas que se pasaban delante de la pantalla.
Por su parte, el español Jesús Bermejo Berros ha analizado la construcción de la inteligencia y la persona, destacando los efectos del consumo intensivo de televisión y de otras pantallas sobre la formación de la atención. Lo llama “modo horizontal de atención” porque no tiene conexiones profundas con los experimentos.
No se trata de unos u otros programas sino del medio como tal: la exposición temprana y repetida a la televisión impide el desarrollo psicológico de los niños. Además de los efectos sobre la construcción sináptica del cerebro, en Francia el Ciem (Colectivo interasociativo sobre la infancia y los medios) destacó otras consecuencias de la televisión sobre el desarrollo infantil. En particular, el hecho de que no adquiera el uso del lenguaje tan rápidamente como cuando las palabras le son dirigidas por su entorno y que su cerebro no sea, además, requerido por todas las experiencias motoras y sensoriales que hacen que la psique se desarrolle y se enriquezca.
Los argumentos son psicológicos. La televisión combina un defecto del habla específicamente dirigido al niño, demostrando que él o ella es objeto de atención y cuidado tanto como la educación, y un defecto motor, cuyas consecuencias son conocidas desde hace mucho tiempo por los psicólogos. Piaget y Winnicott demostraron la importancia de las habilidades motoras para el aprendizaje del niño. La formación del niño depende del encuentro entre su cuerpo y la materia, que son el marco de su experiencia del mundo, enriquecida y complejizada a medida que las experiencias progresan. Sin embargo, frente a la pantalla, el niño no se mueve ni manipula objetos reales, lo que tiende a bloquear la formación de su experiencia. Los ojos del niño parpadean sólo un poco y la mirada está como congelada. Las imágenes televisivas no estimulan el conocimiento de los niños, ni sustituyen la experiencia, el fracaso y la confrontación con los demás en la formación de su psique.
El Ciem y la Unaf (Unión Nacional de Asociaciones Familiares) hicieron un llamamiento sobre el peligro de la televisión para la infancia y en 2008 el CSA, consejo regulador de las televisiones francesas, prohibió ofrecer programas destinados específicamente a niños menores de tres años.
Otro efecto de la televisión sobre la infancia son los trastornos por déficit de atención y la agresividad en los niños que están expuestos a un consumo excesivo de televisión. Estas consecuencias han sido destacadas por el colectivo “No al cero en conducta”, un colectivo de psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas, fundado a finales de 2005 en respuesta a prácticas de trastornos de conducta detectables en niños pequeños. El déficit de atención de algunos niños pequeños es consecuencia del consumo intensivo de televisión y no se resuelve con su estigmatización.
Si la televisión es peligrosa para los niños, también lo es para los adultos, mucho más allá de los envases publicitarios. Desviada o engañada -tantos errores, equivocaciones, falsedades, filtraciones en las noticias y en otros lugares-, los espectadores se alejan de la realidad para entrar en el mundo de la ficción.
La televisión es, sobre todo, una droga barata que, como cualquier otra, está asociada a la sensación de fuga, pero también de autodesconfianza. Alimenta la pasividad, empujando a a retirarse al hogar de cada cual. Debilita la capacidad de acción de los individuos al disociar sus experiencias. Tiene efectos hipnóticos capaces de crear una ilusión de satisfacción y un mundo paralelo, al margen de las contradicciones y las luchas del mundo real.
Influye en el ritmo y contenido de los pensamientos del espectador. Las imágenes pasan y se suceden unas a otras, fabricando una realidad paralela y condicionamientos culturales, sociales y políticos. En la calle ya no hay mítines, ni carteles, ni pintadas, ni siquiera en época electoral. Nos enteramos de que se han convocado elecciones gracias a los medios y, muy especialmente, a la televisión. La política tampoco es real; forma parte de la ficción.
(*) Marshall McLuhan, Galaxia Gutenberg, https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3662235