La guerra en la sombra de Emiratos Árabes Unidos contra Sudán

Una de las guerras más brutales se desarrolla en Sudán, en medio del olvido mediático. Es consecuencia de la injerencia de Emiratos Árabes Unidos en la destrucción del país africano, iniciada años atrás, cuando en 2019 fue derrocado Omar Al Bashir, tras meses de protestas orquestadas desde el exterior.

El enfrentamiento entre el ejército, encabezado por el general Abdel Fattah Al Burhan, y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), un poderoso grupo paramilitar comandado por el general Mohamed Hamdan Dagalo, alias “Hemedti”, han sumido al país en el caos. Pero tras la fachada de un enfrentamiento civil, se libra una guerra a través de intermediarios, donde Emiratos Árabes Unidos actúa como la mano oculta que fortalece a uno de los bandos.

Emiratos Árabes Unidos está proporcionando un apoyo militar crucial a las RSF de Hemedti. Las remesas dee armas llegan a través de sofisticadas rutas encubiertas. La principal vía de suministro identificada es Chad, país vecino de Sudán. Desde allí, utilizando aviones de carga, Emiratos Árabes Unidos ha estado enviando armas, drones y otro material bélico a las fuerzas paramilitares.

El apoyo no es casual. Hemedti no es solo un señor de la guerra; es un capitalista con importantes intereses en las minas de oro de Sudán. Por su parte, Emiratos Árabes Unidos es un centro neurálgico para el tráfico del oro sudanés, gran parte del cual se extrae y comercializa de manera irregular. Al respaldar a Hemedti, Emiratos no solo busca ampliar su influencia política en el Cuerno de África, sino también proteger un flujo de recursos vital para su economía y su posición como centro de comercio de metales preciosos del mundo.

La estrategia emiratí va más allá del apoyo logístico. Los sátrapas financian una sofisticada campaña de intoxicación desde Abu Dabi. Han creado grupos de presión, empresas de relaciones públicas y granjas de bots para lavar la imagen de Hemedti, presentándolo no como el cabecilla de una milicia acusada de numerosos crímenes de guerra, sino como un actor político legítimo y necesario para la estabilidad de la región.

Paralelaente las campañas desacreditan al ejército sudanés y a sus aliados, creando un ecosistema de información que justifica y enmascara la intervención externa. Esta guerra narrativa es tan importante como la que se libra en el terreno, ya que dificulta las presiones internacionales contra el bando respaldado por Emiratos o, en el mejor de los casos crea ese pantano característico de “ni unos ni otros”.

La guerra ha devastado el país y lo ha vuelto a fragmentar. Las RSF controlan vastas regiones, incluida la capital, Jartum. La ONU ha alertado sobre la hambruna que afecta a millones de personas, en lo que es ya la mayor crisis de desplazamiento interno del mundo.

Lejos de la imagen de mediador neutral que quiere proyectar, Emiratos Árabes Unidos aviva las llamas de la guerra, en Sudán lo mismo que en Libia.


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