El 24 de febrero, a las 4 de la mañana, los tanques rusos entraron en Ucrania desde Bielorrusia. Seis horas después la empresa de telecomunicaciones Nordnet informó de una avería en un satélite a raíz de un ataque informático que dejó sin internet a miles de europeos.
Unas horas después del discurso oficial de Putin anunciando la operación en Ucrania, 6.000 turbinas eólicas alemanas fueron alcanzadas por otro ciberataque. Los días siguientes estuvieron marcados en Ucrania por los ataques sistemáticos a los sistemas informáticos mediante la aplicación “wiper”, capaz de borrar todos los datos de un ordenador (1).
Letonia y Lituania también fueron atacados por la misma aplicación informática. ¿Fue un ataque ruso?
Con la guerra llegó una avalancha de flujos tóxicos hasta los cortafuegos de los servidores. El 3 de marzo Taiwán sufrió un apagón que dejó a 5,5 millones de personas sin electricidad, justo horas antes de la reunión televisada entre la presidenta Tsai Ing-wen y el secretario de Estado estadounidense. ¿Fue un ataque chino?
El 8 de marzo Netflix, Amazon, Whatsapp, YouTube y Wikipedia sufrieron ralentizaciones simultáneas. Al día siguiente, Spotify, TikTok y Netflix volvieron a experimentar una importante ralentización del flujo digital.
No se sabe quién provoca estos ataques, que no deben meterse en el mismo saco, ya que tienen objetivos distintos. Obviamente las sospechas van contra Rusia, dado el contexto actual de guerra. Pero al mismo tiempo Rusia es uno de los países más atacados. Por ejemplo, el 6 de marzo Anonymous reivindicó la difusión de mensajes contrarios a la guerra, infiltrados en canales de televisión rusos en directo como Russia 24, Channel One, Moscow 24, así como en plataformas de streaming como Wiki e Ivi.
Los ataques de denegación de servicio también afectaron a los sitios web rusos del Ministerio de Defensa, el Kremlin y la Duma, dejándolos inaccesibles durante varias horas.
En internet todos atacan y son atacados; todos son víctimas y verdugos a la vez. La desestabilización digital es una parte de la desestabilización social. A comienzos del año pasado el Foro Económico Mundial pronosticó un “ciberataque equivalente a la pandemia de coronavirus”, al que calificó como “ciberpolígono” (2). Lo más probable es que, como todos los planes que prepara el Foro, la ciberpandemia acabe convirtiéndose también en realidad.
No obstante, la guerra digital no son sólo ciberataques, sino también la censura, una materia en la que Google, Facebook y demás son especialistas capaces de convertir en invisible lo que se creó para ser difundido.
La censura de Google contra los medios rusos es muy anterior la guerra. En 2017 Eric Schmidt, el cabecilla del buscador, ya propugnaba convertir en “invisible” a la cadena rusa Sputnik (3). Redes sociales como Snapchat, Facebook, Twitter o TikTok recurren a trucos informáticos para hacer invisibles ciertas cuentas o reducir su audiencia.
Hasta ahora los Estados se habían mantenido en un aparente segundo plano en materia de censura, dejando la tarea a los monopolios tecnológicos. A finales de febrero la Unión Europea se propuso institucionalizar y legalizar a la Santa Inquisición moderna sin ningún tipo de complejos.
Los trucos informáticos para silenciar y descalificar son cada vez más variados. Incluso han aparecido Torquemadas que han hecho de la censura su razón de existir con el pretexto de la “comprobación de los hechos”, que nunca afectan a las grandes cadenas de información porque son carroñeros del periodismo que sólo desafían a los medios alternativos.
El 10 de marzo Facebook eliminó uno de los pilares con los que justificaba la censura: los insultos, llamamientos a la violencia y amenazas de muerte estaban prohibidas, pero ahora se permiten excepciones contra los soldados rusos, Putin y Lukashenko. Un portavoz del monopolio declaró: “Tras la invasión rusa de Ucrania, hemos tomado la decisión de permitir temporalmente formas de expresión política que normalmente no se aceptarían, como ‘muerte a los invasores rusos’”.
Estados Unidos ha controlado la infraestructura digital del mundo y, sobre todo, impuso la extraterritorialidad de su ley interna. Internet ha sido el último símbolo de su hegemonía imperialista. En cuanto se ha tambaleado, internet se ha dividido en bloques por razones estratégicas y de seguridad.
Se acabaron Windows y Android. Se acabó la computación en la nube (Amazon, Google, IBM). Ahora impera la balcanización. China ha inaugurado su “Gran Cortafuegos”, destinado a garantizar su seguridad digital y en 2019 Rusia aprobó la Ley de Internet Soberano que le permite desengancharse de la infraestructura mundial de la red.
(1) https://www.theguardian.com/world/2022/feb/24/russia-unleashed-data-wiper-virus-on-ukraine-say-cyber-experts
(2) https://www.weforum.org/videos/a-cyber-attack-with-covid-like-characteristics
(3) https://www.lesechos.fr/2017/11/google-veut-rendre-moins-visibles-les-sites-russes-rt-et-sputnik-188630