La guerra de las nuevas tecnologías acaba de comenzar

Las grandes empresas tecnológicas, que trabajan para la defensa de los intereses del imperialismo, se han convertido en un instrumento fundamental de la guerra moderna y, en consecuencia, son enemigos militares a destruir, lo que causará daños duraderos al capital, las cadenas de suministro mundiales y la confianza de miles de millones de usuarios.

En una guerra las sorpresas tecnológicas son bien conocidas. Rusia se ha enfrentado a Starlink y otras tecnologías impulsadas por Microsoft, entre otros monopolios digitales, que limitaron sus operaciones de ciberguerra en Ucrania y han debilitado considerablemente sus medios de guerra electrónica.

Mucho más que la ayuda masiva en sistemas de armas, municiones y logística proporcionada de manera ilimitada por la OTAN a Ucrania, las nuevas tecnologías digitales han contribuido a bloquear las iniciativas tácticas del ejército ruso en los teatros de operaciones del Donbas

En setiembre del año pasado, las nuevas tecnologías también jugaron un papel decisivo en el ataque a los dirigentes de Hezbollah, que había tomado precauciones para evadir la vigilancia masiva de los grandes monopolios digitales, pilares de la inteligencia militar del imperialismo estadounidense.

Aquel ataque, atribuido a una operación conjunta entre la Unidad 8200 y el ejército israelí en un intento de reconstruir el mito de su invencibilidad, es obra de Estados Unidos. El resto es un encubrimiento exhaustivo, ilustrado por la negación de Washington de tener conocimiento alguno de lo ocurrido en Líbano.

Los modernos artilugios conectados son exactamente igual que los drones. Por razones evidentes, Hezbollah no ha revelado la magnitud de sus pérdidas y, sobre todo, la desorganización de sus estructuras de mando y comunicaciones. La pérdida de su cuartel general y, a su vez, de los comandantes de sus fuerzas de choque, así como de los misiles balísticos, formaron parte del despliegue de nuevas tecnologías para el espionaje y la interceptación de señales electromagnéticas de radio.

Los ataques contra dispositivos de comunicaciones inalámbricas en Líbano son los primeros en la historia de las guerra posmodernas. Ya sea por el uso de radiofrecuencias que provocan el sobrecalentamiento y la posterior explosión de dispositivos alimentados por baterías de iones de litio o polímero de litio, o por la piratería de cadenas de suministro industriales a través de empresas fantasma e intermediarios, los ataques fueron limitados en su alcance para evitar el pánico fuera de Líbano y, sobre todo, el fin de la confianza en los monopolios de las nuevas tecnologías, así como en las empresas que fabrican y venden dispositivos alimentados por baterías de iones de litio o polímeros de litio.

El ataque ha asestado un golpe fatal a ciertas industrias. Los objetivos se centraron, desde una perspectiva propagandística, principalmente en dos tipos de dispositivos utilizados por un grupo de usuarios bastante definido: buscapersonas y walkie-talkies. Se han atacado otros dispositivos, pero los medios de comunicación no les han dado demasiada importancia, ya que desvirtúan la narrativa sobre la que se ha construido la publicidad de productos electrónicos y eléctricos durante las últimas dos décadas.

Los ‘accidentes’ no suceden por casualidad

Como venimos diciendo, la “seguridad nacional” ha sustituido a la “mano invisible” de los mercados. La conclusión más obvia es que los “accidentes” no suceden por casualidad. Se preparan y se planifican cuidadosamente. La dirección tomada por la industria de las baterías y las decisiones en el desarrollo de la electrónica de consumo están orientadas políticamente. La elección de las baterías de iones de litio dista mucho de ser óptima y, de ninguna manera, es la única vía posible para el diseño de otro tipo de baterías.

La elección de baterías no extraíbles en móviles, altavoces y otros dispositivos domésticos destapa consideraciones que van más allá de las comerciales y tecnológicas. Los grandes monopolios digitales las han impuesto como normas generales para el mundo entero, combinadas con el control absoluto de un solo país sobre la informática, los sistemas operativos, los nuevos lenguajes y las emisiones de radio electromagnéticas. De esa manera es posible militarizar uno de los sectores de la industria.

El ataque de Líbano podría haber ocurrido en cualquier otro lugar, sin que se supiera con certeza si se trataba de un ataque de tipo militar o no, como ha ocurrido en la Península Ibérica durante el apagón del mes de abril. Su ocurrencia en Líbano, en medio de la guerra entre Israel y Hezbollah, reveló su naturaleza. En cuestión de minutos y en dos oleadas sucesivas con 24 horas de diferencia, decenas de personas murieron y miles más resultaron heridas por la explosión de sus dispositivos inalámbricos.

Este tipo de ataque, calificado de terrorista por Líbano, debió de probarse en un laboratorio y luego a escala real, probablemente dirigido contra sistemas pertenecientes a países que no podrían haber sospechado nada. Los “accidentes” ocurren a diario y, a menudo, es prácticamente imposible determinar con precisión las causas reales de algunos de ellos, ya sean industriales, aéreos o de otro tipo. Nadie ha podido descubrir aún qué sucedió con el vuelo MH370 de Malaysia Airlines y sus desafortunados pasajeros el 8 de marzo de 2014.

El dominio del espectro electromagnético

El dominio del espectro electromagnético precede al de internet y es exclusivo e inherente a la hegemonía estadounidense, ya que es más importante que los espacios aéreo, marítimo y espacial de ese país. Eso explica el bloqueo tecnológico de China y la negativa categórica de Washington a compartir un monopolio exclusivo que no puede transferir a nadie. Son otros países usuarios de internet los que se convierten en personajes pasivos de ese espacio, y no al revés. De ahí las inmensas, pero no insuperables, dificultades que enfrentan países como China y Rusia para liberarse de una matriz que pertenece a un actor que se considera su adversario y no duda en utilizar su monopolio para obtener ventajas comparativas en lo que considera una guerra para mantener su hegemonía mundial.

Hezbollah no se equivocó al optar por mecanismos de comunicación de bajo coste para escapar de la trampa de la vigilancia de los móviles e internet. Lo que no sabía es que los dispositivos elegidos incluían un elemento armado (baterías de iones de litio) que podía activarse a distancia. La guerra de Oriente Medio es un claro ejemplo de cómo serán las próximas. Ciertos objetos de uso cotidianos, que se han convertido en indispensables y adictivos, son bombas de relojería preparadas para sembrar el terror en cualquier momento.

Por eso han propagado el mito del Internet de las Cosas (IoT) que, lo mismo que los drones, son espadas de Damocles que penden sobre las cabezas de millones de usuarios. El hogar es inteligente y está conectado a internet, lo mismo que la alarma de “seguridad”. Pueden vigilar el interior desde tu móvil. La iluminación se conecta y controla mediante una aplicación que utiliza un servidor a miles de kilómetros de distancia. El reloj de pulsera ya es “inteligente” y está conectado a internet. El coche también está conectado y la conducción es “inteligente”. En casi ninguna vivienda falta una televisión conectada, un ordenador portátil con batería o una consola de videojuegos. Las bicicletas y los patinetes ya son eléctricos y están conectados. Los walki-talkis son dispositivos obsoletos, pero aún los utilizan la policía, los bomberos y las unidades de emergencia. Lo mismo ocurre con los buscapersonas, los bipers y los receptores GPS.

Lo ocurrido en Líbano es solo la punta del iceberg. Israel y sus socios creyeron necesario revelar al mundo un recurso técnico secreto, cuya sola mención condenaba a su divulgador a acusaciones de “conspiranoia”. Fue una admisión de debilidad. Cualquier nueva tecnología que no se explote hábilmente para ganar una guerra se vuelve contra su poseedor. El uso de tecnologías militares punteras siempre ha deslumbrado, como se comprueba con la aparición de la radio y luego del radar, o incluso de los aviones a reacción, los satélites espaciales y la bomba atómica.

La pérdida de confianza en los monopolios digitales

La consecuencia del empleo de estas técnicas es la destrucción irreversible de la confianza en ellas, en la información y la comunicación, impactando así en los enormes ingresos generados por una industria integrada dentro de los aparatos militares de Estados Unidos. Una persona no entiende por qué debe gastar más de mil euros en un móvil de alta gama con obsolescencia programada, que proporciona a su propio gobierno y a otros las mejores herramientas del mercado para rastrear, geolocalizar, robar sus datos y escrutar sus movimientos. Mucho menos puede aceptar pagar la misma cantidad por un dispositivo capaz de transformarse en una bomba controlada remotamente, que puede activarse para destruirlos con una simple orden de radiofrecuencia, algo que ya se está experimentando en España con las riadas, tanto si son verdaderas como falsas.

Los múltiples bloqueos a China demuestran que los países han perdido la confianza en las cadenas de suministro industriales y comerciales mundiales. También desconfían de los productos con un alto coeficiente tecnológico añadido, y esta tendencia se acentuará aún más cuando se trate de productos sensibles o sistemas de armas. Las razones esgrimidas en el pasado por muchos países no alineados para su negativa a comprar sistemas de armas occidentales están justificadas. Estas armas, en particular los aviones de combate y los misiles, permanecen bajo control mediante puertas traseras y sistemas de autodestrucción ocultos.

El progreso de las fuerzas productivas se ve deliberadamente restringido por consideraciones militares. Debido a la creciente adicción a los smartphones y objetos conectados entre todos los segmentos de la población mundial, es muy posible que nadie pueda prescindir de estos dispositivos, incluso siendo conscientes de los riesgos asociados a su uso. Algunos incluso aceptarán que su móvil les explote en la cara.

Es una hipnosis colectiva parecida a la de la pandemia de 2020. Los dispositivos conectados han usurpado la vida cotidiana. Incluso en las calles son mayoría los que caminan pegados a un móvil.


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