Dentro de muy poco una discriminación absoluta llegará a todos los aspectos de la vida cotidiana aunque, afortunadamente, a fecha de hoy los dispositivos son fácilmente pirateables.
Va a ser una carrera contra el reloj. Las empresas se esforzarán para que nadie burle sus controles “sanitarios” y los trabajadores deberán superar unos dispositivos cada vez más sofisticados para sobrevivir en una sociedad de pesadilla.
No podremos salir a la calle con una décimas de fiebre, por más que traguemos con mascarillas de carnaval y guantes de fregar. La película de Travolta “Fiebre del sábado noche” será ilegal. Debemos aprender a bajar nuestra temperatura corporal antes de abandonar el confinamiento. Si las máquinas nos detectan, los vecinos nos echarán del autobús y se apartarán de nosotros.
No servirá de nada mostrarles nuestros certificados de que nos hemos vacunado de la triple vírica, el Zika, el Ébola, el SARS, el MERS, la gripe aviar y el kuru. Se encenderá una luz roja y nos señalarán con el dedo para que nos larguemos del lugar. ¡Maldita sea!, ¡Se me olvidó la vacuna de recuerdo del H3N7 que antes me inyectaba una vez al año y ahora todas las semanas!
De momento los apestados tenemos algunos remedios para pasar desapercibidos, tales como la barba, las gafas, la gorra, el maquillaje, una cinta de pelo, unos cascos de audio, un jersey de cuello alto… Cualquier cosa que oculte nuestra piel a las máquinas.
Debemos estar al tanto de los descerebrados, que son gente peligrosa y los centros de investigación los financian para que todas nuestras precauciones sean inútiles. Los diputados les apoyarán con leyes sanitarias que nos dirán cómo debemos vestir para que, al menos, una parte de nuestra piel quede al descubierto y los drones puedan medir nuestro calor corporal.
Así lo recomiendan los mejores médicos, expertos, virólogos, veterinarios y epidemiólogos, que son los que han sustituido a los tertulianos de la televisión. Apelan a nuestro sentido de la responsabilidad cívica para que no contaminemos a nadie. Nos obligarán a que nosotros mismos nos pongamos la soga alrededor del cuello.
Naturalmente que siempre habrá gente irresponsable, canallas y sinvergüenzas que lleven una botella de plástico llena de agua fresca para echársela por encima en cuanto tengan que entrar en un comercio que en grandes titulares anuncie en la puerta: “Se prohíbe la entrada a los que tengan fiebre”.
En España hay varias empresas que distribuyen aparatos para que la histeria no se acabe nunca. Una es Sensia y la otra es una multinacional china llamada Dahua, la misma que cedió los sensores térmicos al hospital de campaña que se instaló en el recinto ferial de Ifema, en Madrid.
Afortunadamente, con todas las técnicas ocurre lo mismo: no funcionan casi nunca, o dejan de funcionar, o se estropean, o las estropean.
Los apestados vamos a tener un poco de suerte y es posible que el capitalismo y los recortes jueguen a nuestro favor. Las cámaras térmicas son como el aeropuerto de Castellón. El negocio es instalarlas, no repararlas. Tras la instalación todo son gastos. Luego nadie sabe llevar el mantenimiento, nadie lee los manuales de instrucciones y nadie sabe cómo funcionan. Algunas de ellas serán olvidadas, el monitor se apagará o simplemente se acabarán los fondos para poner a un guarda jurado delante de la pantalla con un contrato precario, o en sustitución del titular, que ha cogido la baja porque padece coronavirus.
Empezarán los falsos positivos. Los sanos se enfadarán porque los han confundido con apestados en medio de un espectáculo público, lo cual es una vergüenza. Ellos creían que los contaminados eran los demás y se ven cazados en su propia trampa.
Nuestros mejores aliados serán las cremitas contra las arrugas, las sesiones de bronceado, las quemaduras solares, los reflejos de luz o calor procedentes de espejos, o de climatizadores o calefactores… Quizá lo mejor sea llevar un cigarro encendido en la boca de manera permanente.
Los falsos negativos se colarán como si fueran sanos, contribuyendo a propagar la peste. Los expertos de la London School of Hygiene and Tropical Medicine calculan que un 46 por ciento de los apestados podrán pasar el filtro, lo cual es un atentado intolerable a la salud pública.
El Congreso de los Diputados deberá promulgar nuevas leyes sobre los diferentes tipos de fiebres y los policías deberán seguir cursillos especializados para diferenciarlas. Tendrán que ponerles colorines, de manera que la fiebre amarilla, por ejemplo, quede fuera. ¿O quizá no?
Las cámaras térmicas no pueden sustituir a las de videovigilancia que ya están en funcionamiento y habrá que complementarlas con otras, capaces de leer el iris o el genoma para que, además de los apestados, guardemos la distancia social de los gitanos, los sudacas y los catalanes.
Los científicos y expertos de los laboratorios ya han conseguido financiación de las fundaciones benéficas para profundizar en un terreno que hasta ahora ha estado muy descuidado por las ciencias auténticas.