Estados Unidos ha presionado a los gobiernos europeos para que aumenten sus gastos militares hasta el dos por ciento de su PIB. La mayor parte de ellos ha procedido como el gobierno de coalición entre PSOE y Podemos, corriendo solícitos a cumplir las exigencias de Estados Unidos, como buenos vasallos.
Al mismo tiempo, los gobiernos vacían de chatarra sus arsenales militares, enviándolos a Ucrania, para justificar más compras de armas. Es una sustitución del óxido militar por algo más moderno, a la altura de los tiempos.
Los aumentos presupuestarios benefician a los traficantes de armas, entre los que destaca el Pentágono. Las remesas a Ucrania también. Sin embargo, en época de bancarrota económica muchos países no pueden gastar ni un céntimo más. Washington ha salido en su ayuda aprobando un programa de préstamos y arriendo similar al establecido durante la Segunda Guerra Mundial.
Entonces el programa se financió con las reservas de oro de los países que se acogieron a él, así como con créditos obtenidos de los bancos estadounidenses.
La historia se repite. El Congreso estadounidense acaba de aprobar un programa de arrendamiento para Ucrania que inundará este país y todos los países de Europa del este amigos de la OTAN con una enorme cantidad de armas.
Es parte integrante del plan de recuperación económica de Estados Unidos y confirma el papel central de la guerra en su sistema económico. La economía estadounidense no puede sobrevivir sin la guerra y la actual ofrece más perspectivas de recuperación que los mecanismos de estímulo que han venido implementado hasta la fecha.
La Guerra de Ucrania y el rearme mundial son un salvavidas para una economía estadounidense en bancarrota. Es un nuevo Plan Marshall, una una oportunidad crucial para dilatar lo inevitable.
También es un buen momento para reafirmar su hegemonía frente a las potencias europeas. Los préstamos de guerra no los va a pagar sólo Ucrania, que es un Estado fallido, sino los aliados de Washington.