La economía registró una notable expansión del 4.5 por ciento anual en el cuarto trimestre, la más alta en cinco años. Es más del doble del crecimiento de la vecina Alemania, la cual, como Suecia, depende de las exportaciones a Europa para sostener gran parte de su prosperidad.
Para albergar a todos los recién llegados, el año pasado Suecia comenzó a construir más casas que en cualquier año desde 2006. El primer ministro, Stefan Loefven, dice que el ritmo se debe acelerar todavía más a lo largo de la próxima década para que el país optimice el crecimiento.
El paro está cayendo, mientras el gobierno está aumentando el gasto en bienestar social y cuidando a una ola récord de solicitantes de asilo provenientes de países arrasados por guerras, como Siria, Irak y Afganistán.
El otro factor de crecimiento son los estímulos del banco central, que el mes pasado bajó su principal tasa de crédito al récord de -0.5 por ciento, con lo cual se llega a más de un año con tasas negativas para la economía más grande de la región nórdica.
Las tasas de interés bajas impulsaron el gasto y los préstamos a consumidores. Los precios de las casas rompieron registros históricos.
La última pieza del rompecabezas, las exportaciones, cerraron el año al ritmo más veloz en diecinueve trimestres. Los esfuerzos del Riksbank para mantener bajo control la corona sueca sin duda están jugando un papel. Son las ventajas de no estar en el euro.
Ahora Suecia espera que esta breve ola de prosperidad se alargue un poco más, para lo cual necesita un imposible: que la economía mundial no descarrile.