Una de las consecuencias de esta victoria de 2006 fue el giro de los planificadores de ese proyecto de ocupación colonizadora hacia la estrategia denominada “soft power”, traducible como “poder inteligente”, tal y como el adoptado por las fuerzas de la OTAN en 2010, que tuvo como resultado el catastrófico incendio que Occidente presentó como la “primavera árabe”; en realidad una primavera norteamericana-sionista destinada a devastar el “Eje de la Resistencia” a partir de su principal baluarte, Siria.
Pero pese a la multiplicación de planes y estrategias, Siria, el Eje de la Resistencia y últimamente Rusia, han conseguido crear una nueva perspectiva fundamentada en tres constataciones:
– la agresión es incapaz de alcanzar sus objetivos, permaneciendo Siria unida e indivisible
– el peso militar y estratégico del Eje de la Resistencia es ahora más importante que hace cinco años
– el tiempo juega a favor de la Resistencia, y los agresores, cada día que pase, podrán obtener menos que el día anterior
De ahí procede la terrible decepción y la horrible frustración de los agresores y de sus aliados, estando cada uno de ellos condenado a escoger el camino para aliviar sus pérdidas y, eventualmente, invertir la situación en el momento oportuno. Eso es lo que explica la dispersión de la tomas de posición y la discordia convertida en la característica dominante en el seno de su bando, dividido entre realistas y los que se niegan a ver los hechos. En esta última categoría se encuentran Arabia saudí e Israel, protegidos por Estados Unidos, que, sin embargo, presiden la parte de los realistas, dirigiéndose hacia una solución política.
Arabia saudí considera que su fracaso en Siria se añade a todos sus demás fracasos en la región, lo que anula su espacio estratégico vital y lleva inevitablemente a la pérdida de su capacidad de controlar las decisiones del mundo árabe y musulmán.
En cuanto a Israel, este fracaso significa el fin del sueño por el que ha trabajado desde hace al menos quince años: destruir a Hezbollah, desmantelar el Eje de la Resistencia. Además, este fracaso coincide con el refuerzo de las capacidades militares de Hezbollah, que le permite alcanzar una nueva igualdad de disuasión estratégica, colocando a Israel ante la incapacidad de llevar a cabo por si solo una guerra victoriosa.
Y, como guinda para exacerbar la amargura de unos y otros, la cuestión siria emprende el camino de una solución política que supone, en caso de ser aplicada por todas las partes, consagrar los beneficios de los ganadores y las pérdidas de los perdedores, con algunos regalos de compensación que harían el fracaso menos estrepitoso.
Un contexto que ha llevado a israelíes y saudíes a intentar invertir la situación y volver al terreno para compensar estas pérdidas, alcanzando sus objetivos en todo o en parte. De ahí la alianza israelí-saudí declarada públicamente, tras haber sido durante mucho tiempo secreta, sin ninguna contemplación hacia palestinos, árabes y musulmanes, una alianza cuyo plan se resume en cuatro puntos:
El primer punto es la criminalización de Hezbollah y su resistencia, rodeándole por todos los flancos para hacer creer que constituye un peligro para el mundo entero, alcanzando así condiciones para una coalición internacional en su contra, semejante a la formada contra el Califato Islámico. Israel podría formar parte de esta coalición y por consiguiente no tendría que asumir en solitario la carga de combatir, escapando a la reciente situación de disuasión estratégica que se le ha impuesto. En este objetivo, los dos aliados compartirían las tareas.
Arabia saudí se ha encargado de presentarlo como una “organización terrorista”, bajo el pretexto de que representa “una amenaza para la seguridad nacional árabe”. Ha comenzado a trabajar a nivel local, antes de acudir al Consejo de Cooperación del Golfo y al Consejo de Ministros árabes de Interior. Tendrá que continuar su búsqueda en la cumbre árabe prevista para abril, y luego en la ONU.
Por lo que respecta a Israel, su tarea consiste principalmente en centrarse en la amenaza que Hezbollah representaría para “la población civil israelí y para la estabilidad de Oriente Medio”, y de ahí proceden sus declaraciones sobre sus capacidades ofensivas de 41.000 combatientes muy experimentados y 100.000 misiles, cuyo alcance sería de 10 a 350 kilómetros.
El segundo punto se basa en la explosión de la situación de seguridad libanesa y en la apertura de numerosos frentes contra Hezbollah, asociado al corte de sus medios y refuerzos. Es la causa de la escalada en el tono del discurso político y del transporte de armas hacia el Líbano.
Forma parte de esta operación el barco abordado actualmente en Grecia, que tras partir de Turquía se dirigía hacia Trípoli (Líbano) con 6.000 armas de fuego a bordo, incluyendo fusiles de alta precisión y 45 toneladas de municiones y explosivos. Y, de otra manera, la anulación de la “donación” saudí al ejército y a las fuerzas de seguridad libanesas formaría parte de esta misma operación, con el fin de privarlos de los medios necesarios para el restablecimiento de la seguridad una vez instalada la desestabilización.
El tercer punto consiste en desencadenar la guerra contra Hezbollah, tras la constitución de una amplia coalición internacional parecida a las que hemos conocido en el transcurso de las tres últimas décadas, comenzando por la instrumentada para liberar a Kuwait de Saddam Hussein y llegando a la supuesta coalición, siempre dirigida por Estados Unidos, contra el Califato Islámico. La idea de los diseñadores de este proyecto saudí-israelí es que esa coalición infligiría a Hezbollah una larga guerra que lo agotaría hasta el punto de exterminarlo.
El cuarto punto estriba en el torpedeo de cualquier solución política en Siria, planteando condiciones previas inaceptables hasta el fin del mandato presidencial de Obama, con la esperanza del regreso de los republicanos antes de concretar cualquier acuerdo. Así sería mucho más fácil discutir el asunto sirio y todos los demás asuntos, incluyendo el de Hezbollah. De ahí la obstinación del ministro saudí de Asuntos Exteriores en bloquear la solución prevista, aferrándose a la destitución del Presidente sirio.
La fase inicial de este proyecto, desarrollado por el régimen sionista en Israel, se está ejecutando por Arabia saudí utilizando todas las posibilidades mediáticas, financieras y políticas. Pese a ello, descartamos la posibilidad de que el plan saudí-sionista alcance el éxito yendo más allá de este estadio, porque las evoluciones en el escenario sirio y regional así como la coyuntura de las relaciones internacionales y regionales no le anuncian el triunfo. Hay que recordar el fracaso de su coalición árabe, de su coalición islámica y, últimamente, el rechazo al acatamiento por parte de los ministros de Interior de los principales Estados árabes, para afirmar que la locura saudí no lleva al éxito.
En cuanto a Israel, podría considerarse ganador cualquiera que sea el desenlace, porque le basta recoger los beneficios de la “normalización con los árabes”, con los que se situaría en la misma trinchera contra Hezbollah, contemplado como el enemigo que lo obliga a gastar el 80 por ciento de su producto nacional en su defensa y en su seguridad.
Lo más peligroso de esta alianza denominada “árabe-israelí”, es que pueda pasar página de la cuestión palestina, llevando a su abandono por los árabes. Consideramos que Hezbollah prepara para cada situación la respuesta que conviene, a fin de ofrecer a quienes le apoyan la victoria que merecen.