El imperio español ante la vastedad de las tierras que había conquistado a base de fuerza bruta, religión católica y genocidio, dividió las tierras de América en virreinatos y capitanías generales; según la importancia que le atribuía a ese territorio. El virreinato del Río de la Plata abarcaba a la actual Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia y parte del norte de Chile. Alrededor de 4,5 millones de kilómetros cuadrados, con sus habitantes incluidos, sus propiedades, sus cultivos y animales, sus industrias artesanales etc. imponiendo un nuevo orden casi de esclavitud, y limitando los movimientos de la población nativa.
Pero nunca el imperio español pudo llegar al confin sur de América: La patagonia y Tierra del Fuego, limitándose a simples exploraciones de las costas marítimas sin adentarse en el territorio. Ello se debió básicamente a la resistencia feroz que opusieron los mapuches; una de las naciones que conformaban la gran nación Pampa; y a lo inhóspito de su climatología con temperaturas de 30 grados bajo cero.
Al declararse la independencia argentina de España, los primeros gobiernos patrios, estaban ocupados en consolidar la independencia conseguida, llevando la guerra de independencia contra el imperio español a Chile y el Alto Perú, que incluía a la actual Bolivia.
Esta situación duró aproximadamente hasta los años 1890, en que el gobierno argentino prepara un gran ejército, armado ya con fusiles remington de repetición y ametralladoras pesadas marca Madsen de fabricación alemana.
Entre los años 1830 y 1890, los diversos gobiernos argentinos mantuvieron una política zigzagueante con los pampas y mapuches, a veces de paz y a veces de guerra. Juan Manuel de Rosas había llegado a acuerdos con los indios, entregándoles diversos avituallamientos y ganado a cambio de la sal que precisaba para sus saladeros, donde se preparaba la carne salada (charque), para ser exportada al caribe y a los EEUU, para consumo de los esclavos que trabajaban en las plantaciones de caña de azúcar, algodón y tabaco.
Pero la oligarquía argentina deseosa de apoderarse de más de un millón de kilómetros cuadrados de tierras aptas para el ganado; y sobre todo del subsuelo patagónico que se sabía que albergaba petróleo no dudó en armar lo que se llamó eufemísticamente la «conquista del desierto».
No hubo tal conquista del desierto, simplemente porque no había desierto. La patagonia estaba habitada por aproximadamente un millón de indígenas de las etnias Pampa, Mapuches, Onas, Yaganes y Alacaluf. Estas tres últimas en Tierra del Fuego.
La barbarie desatada contra los indios fue de tal crueldad que dos militares argentinos escribieron dos libros que recomiendo vivamente leer. Una Excursión a los indios Ranqueles del General Lucio Mansilla; y La Guerra al Malón del Comandante Manuel Prado.
Ambos militares mostraron con precisión y un gran sentimiento humanitario, los terribles sufrimientos de los indígenas ante el incontenible del ejército argentino que tomaba muy pocos prisioneros. Pero si tomaba prisioneras a las indias para someterlas a trabajos domésticos en las casas de los terratenientes solo por la comida y un jergón donde dormir.
El ejército argentino estaba comandado por el General Julio Argentino Roca, un hombre implacable, que llevó la muerte y el exterminio hasta conseguir ocupar todo el territorio patagónico. Esa guerra desigual y sin normas, dejó un saldo de 300 mil indios muertos y 50 mil soldados fallecidos no solo en combate, sino merced a las pésimas condiciones de vida que se les daba. Eran en general hombres que habían sido peones de campo que fueron enrolados a la fuerza, y que terminaron siendo policías en Buenos Aires en el mejor de los casos. Los indios que pudieron hacerlo huyeron a Chile cruzando Los Andes, y gracias a ello salvaron sus vidas, y gracias a esos sobrevivientes se supo de la crueldad que se aplicó contra ellos. Los gobiernos argentinos de la época siempre negaron esos hechos, pero nunca pudieron explicar como las tierras que eran de los indígenas fueron adquiridas por chirolas por sus nuevos dueños que se hicieron con fincas enormes de hasta un millón de hectáreas (un millón de campos de fútbol).
Este es otro de los muchos crímenes cometidos por la oligarquía argentina que está totalmente impune. Sus autores materiales están muertos; y el General Roca fué «elegido» presidente de la República para el período 1905-1912. Su estatua ecuestre luce en uno de los puntos centrales de Buenos Aires, y su hijo «Julito» Roca fué el firmante del tratado Roca Runciman en la década de 1930, conocida como la década infame, que entregaba la carne argentina a los frigoríficos ingleses. De tal palo tal astilla.