150 años de la fundación de la Primera Internacional (11)
La Comuna suscitó simpatías generales. Bakunin y sus partidarios, por el contrario, sacaron de la experiencia conclusiones diferentes. Continuaban combatiendo aún más violentamente toda política y todo Estado, recomendando organizar, en cuanto llegara el momento favorable, comunas en ciudades aisladas que arrastrarían a las demás. Esta estrategia condujo al proletariado español a resultados desastrosos muy poco después.
Marx, que durante la Comuna, como lo prueba una de sus cartas al internacionalista francés Varlin, se había esforzado por mantener relaciones con París, fue encargado por el Consejo General para que escribiera un manifiesto. Asumió la defensa de la Comuna, calumniada por toda la prensa burguesa, y demostró que era una nueva gran etapa del movimiento proletario, que era el prototipo del Estado proletario que asumiría la realización del comunismo. Ya sobre la experiencia de la revolución de 1848, Marx había llegado a la conclusión de que la clase obrera, tras la toma del poder político, no podía limitarse a ocupar el aparato del Estado burgués, sino que era necesario romper toda esta máquina burocrática y policíaca. La experiencia de la Comuna le convenció definitivamente de ello. Una vez dueño del poder, el proletariado se había visto obligado a crear su propio aparato de Estado, adaptado a sus necesidades. Pero el Estado proletario no podía limitarse al marco de una sola ciudad, aunque fuera la capital. El poder del proletariado debía extenderse a todo el país para tener posibilidades de consolidarse.
El aplastamiento de la Comuna tuvo consecuencias extremadamente graves para la Internacional. El movimiento obrero francés quedó prácticamente interrumpido durante varios años. En la Internacional sólo quedó representado por participantes en la Comuna que habían fijado su residencia bien en Inglaterra, bien en Francia, que habían conseguido escapar a las persecuciones, y entre los cuales se desarrollaba la más encarnecida lucha de fracciones, lucha que se transportaba al seno del propio Consejo General.
El movimiento obrero alemán sufrió igualmente duras pruebas. Bebel y Liebknecht, que habían protestado contra la anexión de Alsacia y Lorena y se habían solidarizado con la Comuna de París, fueron detenidos y condenados a prisión en una fortaleza. Schweitzer, que había perdido la confianza de su Partido, se vio obligado a marcharse. Los partidarios de Liebknecht y Bebel, los eisenachianos, continuaron trabajando al margen de los partidarios de Lassalle, y sólo comenzaron a acercarse a estos últimos cuando el Gobierno desplegó sus fuerzas contra ambas partes en lucha. De este modo, la Internacional perdió de un golpe sus dos puntos de apoyo en los dos principales países de la Europa continental.
En el propio movimiento inglés se produjo un viraje. La guerra entre los dos países más desarrollados del continente desde el punto de vista industrial fue beneficiosa para la burguesía inglesa. Se encontró en condiciones de apartar de sus fabulosos beneficios una cierta parte que distribuyó entre los obreros privilegiados. Los sindicatos obtuvieron una mayor libertad de acción. Se suprimieron algunas leyes dirigidas contra los sindicatos. Estas reformas influyeron sobre algunos miembros del Consejo General que jugaban un papel importante en el movimiento sindical. A medida que la Internacional se radicalizaba, muchos de ellos se hacían cada vez más reformistas. La Comuna y los furiosos ataques contra la Internacional que aquélla provocó les asustaban. Se apresuraron a desligarse del manifiesto sobre la Comuna de París, aunque hubiera sido escrito por Marx por mandato del Consejo General. Se produjo sobre este punto una escisión en la sección inglesa de la Internacional.