Cuando el senador Joseph McCarthy llegó al coto de caza, la temporada ya estaba empezada. Y cuando volvió con sus presas a casa, herido y borracho, la partida continuó sin él. Sin embargo, su nombre quedó ligado a los límites del coto. En diciembre de 1954, McCarthy fue condenado por el propio Senado estadounidense. “Ha actuado en contra de la ética senatorial y ha pretendido llevar al Senado a la deshonra y al descrédito, obstruir los procedimientos constitucionales del Senado y perjudicar su dignidad”. Así quedaba reprobado el senador por Wisconsin. Y con ello salvadas las excusas para justificar y disculpar la “caza de brujas” anticomunista a lo largo y ancho del país. No solo eso. La “caza de brujas”, el “terror rojo”, una actividad y un clima que suponían un todo de amplio espectro, quedaban englobados bajo un nuevo término: “mcarthysmo”. Tanto fue así que adoptaría traducción universal. Toda persecución política por parte de elementos del Estado se podía calificar de episodio macartista, ya sucediera en cualquier parte del mundo. Porque lo importante no eran los elementos de fondo de tales persecuciones, sino los formales. El primero, la participación de “elementos del Estado”, lo que hacía al propio Estado un ente intocable en su conjunto, y lo humanizaba en su imperfección y en su capacidad de reconversión y limpia. Y segundo, en la cualidad episódica, en lo que se circunda temporalmente y, de nuevo, se disculpa como una mancha académica que no debe emborronar el expediente.
Joseph McCarthy le fue a los EEUU -discúlpese en lenguaje- un tonto útil. Y el macarthysmo, como término, un truco historiográfico que cercena sutilmente gran parte de la historia. Algo así como un saco donde entra todo, desde el famoso Comité de Actividades Antiamericanas -HUAC, siglas inglesas de House Committee on Un-American Activities- al clima generalizado de persecución. El nombre de McCarthy quedó ligado a “caza de brujas”, a los “Diez de Hollywood”, al “terror rojo”. El senador reportó méritos para ello. Pero él mismo fue un capítulo más en una historia compleja.
Evidentemente toda la “caza de brujas” y el clima de histeria anticomunista no dependió de McCarthy. Pero la estrategia del “todo es McCarthy” era la que mejor podía funcionar para que el gobierno de los EEUU saliese indemne de una aventura que se estaba volviendo demasiado arriesgada.
El Comité de Actividades Antiamericanas existía como organismo dependiente del Congreso de los Estados Unidos desde 1934, cuando fue creado para investigar la presencia de propaganda política extranjera en el país. Se centró particular y oficialmente en la posible actividad nazi entre estadounidenses de origen alemán y en el seno del Ku Klux Klan. La pronta conclusión fue que no había indicios concluyentes de penetración nazi, menos aún en el Klan, que era, a fin de cuentas, una “antigua institución estadounidense”. Tras ello, el Comité viró sus investigaciones hacia la influencia y extensión del comunismo, especialmente sobre aquellos sectores o gremios de notable influencia social, como podían ser los artistas e intelectuales. En el marco del New Deal y de las políticas de la administración Roosevelt -sustentadas en la Works Progress Administration- el principal y más famoso de los proyectos subvencionados fue el del Federal Theatre Project, que trató entre 1935 y 1939 -cuando fue cancelado- de desarrollar un amplio programa de actividades teatrales por todo el país que diera trabajo a miles de profesionales de las artes escénicas y que entretuviera a los trabajadores, en aquellos años de la Gran Depresión. Aprovechando la oportunidad, talentos como Arthur Miller y Orson Welles encontraron hueco para sus obras en el proyecto. El tono político de muchas de las representaciones pronto alarmó al gobierno estadounidense, cuyo Departamento de Estado llegó a a prohibir la representación de varias obras, como una que criticaba abiertamente la invasión de Etiopía por la Italia fascista y que hacía una representación crítica de Mussolini. El Departamento arguyó que no podía representarse en los escenarios a Jefes de Estado extranjeros, porque existía riesgo de provocar conflictos diplomáticos. La dramaturga y directora del Federal Theatre Project, Hallie Flannagan, tuvo que comparecer ante el Comité de Actividades Antiamericanas en 1938, para responder a preguntas tan insospechadas como la presunta militancia comunista de Christopher Marlowe, uno de los autores cuyas obras habían sido representadas -Christopher Marlowe, el autor isabelino, nacido en 1564-. Era el macarthysmo, antes de McCarthy.
Los interrogatorios de McCarthy, con un estilo agresivo y chabacano, grabados y difundidos públicamente, le confirieron la acertada imagen de estandarte anticomunista. En 1952 fue reelegido senador con el 54% de los votos. Había conseguido hacerse con el fervor popular de los católicos e incluso con el favor personal de la familia Kennedy, a pesar de encuadrarse en partidos políticos diferentes.
La persecución y las listas negras que se hicieron famosas por incluir notorios nombres de Hollywood comenzaron su sistemático curso en 1947, a cargo del Comité de Actividades Antiamericanas, con naturaleza de Comité Permanente desde dos años antes y presidido por el demócrata Edward Joseph Hart. Ya un año antes, en 1946, el diario The Hollywood Reporter publicaba una columna titulada Un voto para Stalin, donde se daban nombres y apellidos de supuestos infiltrados comunistas primordialmente en el mundo del cine. Walt Disney y Ronald Reagan fueron los profesionales que abrieron las audiencias del Comité, como abanderados contra la infiltración soviética en la industria del cine. Después de la primera salva, once testigos -en calidad de testigos fueron convocados por el HUAC- terminaron siendo declarados abiertamente hostiles; entre ellos, Bertolt Brecht, que procedió a abandonar los Estados Unidos. Quedaron los famosos “Diez de Hollywood”, acogidos en vano a la Primera Enmienda y a su derecho a no declarar. Fueron condenados por desacato al Congreso. Sólo uno de ellos revertirá su condena, evitará la prisión y el destierro profesional, el director Edward Dmytrik, tras reconocer su pertenencia al Partido Comunista, renegar de ello y delatar a otros colegas -para “salvar su piscina”, como apuntaría genéricamente Orson Welles sobre los delatores-. En 1950 se publica el folleto Red Channels -Canales Rojos: Informe sobre la influencia comunista en la radio y la televisión- que incluía el nombre de 151 personajes públicos -cineastas, escritores, periodistas, músicos, actores- de militancia o simpatía comunista. El folleto, publicado por el periódico semanal Counterattack -Contraataque-, órgano de American Business Consultants Inc., ponía de manifiesto la amplísima red gestada para declarar un absoluto estado de terror colectivo.
Los intereses corporativos funcionaron perfectamente engrasados con la HUAC y el FBI de Hoover, que tenía ya por entonces cientos de miembros infiltrados en el Partido Comunista de los Estados Unidos -CPUSA-. McCarthy, el senador, era la figura propicia para ponerse en primera línea de fuego de aquella cruzada anticomunista dentro del país.
Los interrogatorios de McCarthy, con un estilo agresivo y chabacano, grabados y difundidos públicamente, le confirieron la acertada imagen de estandarte anticomunista. En 1952 fue reelegido senador con el 54% de los votos. Había conseguido hacerse con el fervor popular de los católicos e incluso con el favor personal de la familia Kennedy, a pesar de encuadrarse en partidos políticos diferentes. McCarthy, por mucho que se le asocie con la persecución de Hollywood, no fijó su atención principal en el mundo del arte. Las listas negras de artistas e intelectuales habían crecido en el seno del Comité de Actividades Antiamericanas, del que McCarthy nunca formó parte. La lista que confeccionó el senador republicano y le sirvió de trampolín, quedó dibujada como una mera amenaza en febrero de 1950, cuando durante un discurso, sin dar nombres, dice tener una relación de 205 comunistas infiltrados no en entre bambalinas y sets, sino en el mismo Departamento de Estado. La cruzada de McCarthy se dirigía hacia la supuesta infiltración en el ejército y en el propio gobierno. En el momento de iniciar su inquisición el Presidente del gobierno era el demócrata Truman. Pero dos años más tarde, Eisenhower ganó las elecciones presidenciales, el primer republicano en veinte años. Y McCarthy encontrará en sus propias filas el principal escollo que salvar, finalmente insuperable.
Tras su reelección como senador se le asignó la presidencia del Subcomité de Seguridad Interna del Senado. Se le consideraba un puesto y una responsabilidad menor, pero McCarthy supo utilizar la posición para llevar a efectos la ofensiva final contra cualquier indicio de actividad comunista. Nombró a dos jóvenes de confianza como abogados del Subcomité, Roy Cohn -abogado principal- y Robert F. Kennedy -asistente-. En nombre de este Subcomité, interrogará a numerosos intelectuales, resultando paradigmática la audiencia a Dashiell Hammett, casi un ejercicio dramático de pura farsa. En el otoño de 1953 McCarthy inició su acometida contra el ejército, el caso Peress -el del dentista del Ejército al que el senador acusó de infiltración comunista en el cuerpo militar- supuso un desgaste y un cierto revés para McCarthy, que se granjeó la enemistad de importantes sectores dentro del Ejército cuando involucró al respetado General Ralph W. Zicker, inmediato superior de Peress.
En 1954 el tiempo de McCarthy comenzaba a acabarse. En la primavera de ese año, McCarthy y Roy Cohn fueron denunciados por favorecer el trato dentro del cuerpo de un asesor del Subcomité. Las audiencias del Ejército contra McCarthy fueron televisadas. McCarthy salió absuelto de toda culpa, no así Cohn, ni tampoco algunos de los cargos militares enfrentados a McCarthy. Las deliberaciones, en cualquier caso, importaban poco. La estrategia de la acusación contra McCarthy se centró en dejarle que se mostrase tal y como era, agresivo y un tanto simplón, y esperar que el público, ahora que no le veía enfrentado a la “amenaza comunista” sino a una de las más “antiguas instituciones estadounidenses”, el Ejército, le sentenciara. El senador de Vermont, Ralph Flandes, forzó finalmente la moción de censura del de Wisconsin, que quedó bajo investigación de un Comité específico compuesto por otros cinco senadores, dirigido por Arthur V. Watkins.
McCarthy, después del varapalo en la cámara, pasó a un segundo plano. Había sido reprobado, pero no por su visceral anticomunismo, sino por su alboroto. Con un severo problema de alcoholismo, murió apenas dos años después, en mayo de 1957. Él desapareció, pero la caza de brujas continuó, entonces sí, arreglando los desajustes de tono que el senador había introducido. Ni mucho menos desapareció el Comité de Actividades Antiamericanas, complemento y ejemplo inspirador para McCarthy. Aún en 1961 fueron condenados por desacato al Congreso -al acogerse a la Quinta Enmienda ante el HUAC- figuras como el cantante Pete Seeger o el dramaturgo Arthur Miller. En 1969 el Comité cambió de nombre, asumiendo el de Comité de Seguridad Interna. En 1975 fue formalmente disuelto y sus funciones pasaron a competencias del Comité Judicial del Senado. Al gobierno estadounidense le quedaban múltiples recursos, los programas del FBI y de la CIA para atacar las “nuevas amenazas subversivas” sobre suelo de los Estados Unidos serían más funcionales y sigilosos que los exabruptos del senador McCarthy.
Olvido Rus http://drugstoremag.es/2015/01/la-caida-de-mccarthy-y-la-continuidad-de-la-caza-de-brujas/