El imán de la mezquita de Omari |
En marzo de 2011, cuando empezó la Primavera Siria, los medios dijeron que todo había empezado allá porque unos jóvenes habían realizado unas pintadas en los muros de las calles, los habían detenido, las familias iniciaron protestas contra la represión y poco a poco la población se fue sumando.
Según escribe Steven Sahiounie (*), todo empezó mucho antes en una de las mezquitas locales, la de Omari, dirigida por el imán Sheikh Ahmad Al-Sayasneh, un anciano casi ciego. Procedentes de la frontera jordana, Deraa se fue llenando de visitantes, especialmente libios, que acumularon armas en la mezquita de aquel viejo imán.
Hasta entonces no había pintadas, ni detenciones, ni manifestaciones callejeras. Nadie sospechaba lo que estaba a punto de ocurrir, salvo en Jordanía, donde la CIA había instalado su cuartel general para preparar la Primavera en Siria. De ahí procedían los libios que luego cruzaron la frontera en Deraa. Se trataba de veteranos de todas las provocaciones orquestadas por los imperialistas contra los países árabes en los últimos años, de Afganistán a Túnez.
En Deraa a los mercenarios se unieron los miembros locales de los Hermanos Musulmanes, descontentos por las fuertes restricciones que el gobierno de Bashar Al-Assad y los baasistas imponían a sus actividades, empeñados en defender un Estado laico y multiconfesional.
Los Hermanos Musulmanes y algunos salafistas locales lograron que durante meses los extranjeros pasaran desapercibidos en una localidad tan pequeña como Deraa. Estaban a la espera de la menor oportunidad para saltar y arrastrar a la calle a todos los figurantes que pudieran, ignorantes de la trama que dirigía las operaciones desde Jordania.
Como tal oportunidad no se produjo, hubo que inventarla, pura ficción, ya que jamás existió ninguna pintada, ni ningún detenido, ni ningún familiar que desfilara por la calle para denunciar la represión. Lo mismo que en otros países árabes, se trataba de destruir un Estado y sembrar el caos. “A río revuelto, ganancia de pescadores”.
En Deraa empezaron a menudear las manifestación exigiendo democracia y un cambio de gobierno. La mayor parte de los manifestantes procedían de otras ciudades, especialmente de Idlib y junto a ellas apareció el conejo de la chistera: un “ejército sirio libre” avalado por el inefable senador McCain, ahora ya en vías de extinción política.
Por el mismo procedimiento artificioso, otras manifestaciones saltaron en otras ciudades sirias, en medio del estupor general de los vecinos, e incluso de la policía, que miraban atónitos a aquellas gentes que se manifestaban por sus calles y con las que ni siquiera se podían comunicar porque no hablaban árabe o lo hacían con un acento que jamás habían escuchado.
En sus bolsillos aquellos manifestantes aún guardaban sus billetes de Turkish Airlines, con tarjetas de embarque emitidas en Afganistán, Europa, Australia y varios países del Magreb. Habían aterrizado en Estambul, donde el servicio secreto turco los había alojado hasta que salieron en autobuses del gobierno hacia la frontera. La logística de aquella legión extranjera era turca, el dinero era saudí y las armas estadounidenses, llegados vía Bengasi.
Uno de los jefes legionarios era Mehdi Al-Harati, un libio con pasaporte irlandés que había cumplimentado el contrato con su país al servicio de la CIA y ahora quería seguir el mismo modelo en Idlib, la base de operaciones del recién creado “ejército libre de siria”, al que pasaría revista con todos los honores militares el senador McCain, entrado clandestinamente en Siria, igualmente que los demás legionarios, sin pasaporte ni control fronterizo de ninguna clase.
En Arizona un hipócríta como McCain utilizaba otro lenguaje, pronunciándose a favor de la expulsión de Estados Unidos de cualquier extranjero sin papeles o en situación irregular, pero ya saben que en este tipo de asuntos todo depende del cómo, el cuándo y el por qué. Los galones por los cuales McCain calificó de “libre” a su tropa ya los conocen: degollamientos, violaciones, secuestros, tráfico de seres humanos, prostitución… todo ello no sólo reconocido y reivindicado sino rodado al mejor estilo de las superproducciones de Hollywood y puesto en internet para que todos nos sintiéramos debidamente escandalizados.
Hasta aquellos primeros días de Deraa, Siria nunca había conocido lo que era Al-Qaeda, salvo por las noticias de la guerra de Afganistán y luego la de Irak. Cuando llegaron dos millones de refugiados irakíes, entendieron las consecuencias de lo que aquello significaba, pero jamás imaginaron que les podía tocar a ellos.
Las agencias de viajes vendían viajes a Siria como el destino turístico más seguro del Mediterráneo oriental. Un verdadero oasis. Por aquellas fechas llegaron a Damasco Brad Pitt y Angelina Jolie, que fueron recibidos por Bashar Al-Assad y su esposa en su residencia privada. Fueron de los pocos que se interesaron por los dos millones de refugiados irakíes, a quienes manifestaron su deseo de visitar y ayudar. Brad Pitt se quedó estupefacto cuando Bashar Al-Assad, en persona, sin ningún guardaespaldas, le llevó a visitar los campos de refugiados. En aquella época el presidente de Siria aún viajaba sin escolta, pero los actores estadounidenses nunca daban un paso sin los suyos.
Aquel escenario paradisiaco acabó en Deraa y sucedió lo mismo de siempre: los hechos empezaron a aparecer del revés. El pueblo sirio no era víctima de una agresión militar extranjera sino que se estaban levantando contra su gobierno. Entre los portavoces del imperialismo (CNN, Sky, BBC y demás) no hubo ni una sola voz discordante, prueba fehaciente de que todos ellos, sin excepciones, carecían de voz propia; no eran más que altavoces de las directrices emanadas de la CIA. Los grandes de medios de comunicación clamaban contra el terrorismo, pero no eran más que parte del mismo terrorismo.
Como la intoxicación necesita imágenes, en Siria surgió el negocio de las grabaciones rudimentarias con móvil. La cadena de televisión Al-Yazira pagaba 100 dólares por cualquier material gráfico sobre las mil y una atrocidades de la policía, los militares y seguidores del gran dictador de Damasco. La represión del régimen apareció por todas partes, a 100 dólares la grabación. Nunca se habían visto tantos atropellos juntos y todos ellos procedían de la misma fuente: el gobierno. El negocio era tan bueno que las ciudades de Siria se convirtieron en un plató de televisión, con sus figurantes, sus guiones y sus realizadores.
Hasta el viejo Al-Sayasneh, el imán de la mezquita de Omari, se ha convertido en una estrella del espectáculo. Al principio el gobierno le puso bajo arresto domiciliario. En enero de 2012 le expulsaron a Jordania, de donde dio el salto a la Meca, o sea, a Hollywood. Ahora imparte conferencias a lo largo de las universidades de Estados Unidos y la prensa no se cansa de hacerle entrevistas para que relate lo mal que viven los sirios por culpa de la dictadura de Al-Assad.