- Dostó, dostó: creo que sufro de un mal incurable.
- Usted dirá.
- Verá, cuando oigo o veo al futbolista cómico o payaso Joaquín no me río; al revés, me da casi por llorar. Le diré más: si estoy solo, no me río, pero si estoy en cuadrilla, simulo que me descojono con risa de hiena para no parecer un insustancial, como dicen en Bilbao. ¿Es grave, Doc?
De hace ya un tiempo acá se está instalando la idea de un futbolista, el bético Joaquín, como quintaesencia del humor hasta el extremo de constituir la piedra de toque que divide a los que tienen sentido del humor y los sosos que no le encuentran la gracia.
Un exponente del nacional-folklorismo -tipo Lola Flowers- cuajado de tópicos y olés y ojús, de la “grasia” estereotipada de los hermanos Álvarez Quintero y su andalucismo prototípico pasado por el pasapuré del antonomásico senequismo del, primero, falangista, y, luego, monárquico, gaditano José María Pemán, cuyo vórtice es el cliché del andalucismo folklórico y el andaluz “gracioso”. Al igual que el vasco serio y noble, o el catalån fenicio o el baturrismo cazurro del aragonés y otras “construcciones” e hipotipos sociológicos que se pusieron de moda a finales del siglo XIX con el positivismo o, mejor, el romanticismo de Herder y su “volkgeist”, describiendo y pintando el “alma” de los pueblos (el “alma vasca” escribiría Unamuno).
Ignora Joaquín el dicho epicúreo, o tal vez quijotesco, que dice que “nada en demasía”. Las cosas en su justa medida. Y, como diría Bergamín, las cosas en su sitio y no como están. Salirse de madre es sadismo, humor sádico y ofensivo en este caso. No se ríe Joaquín del Valencia, pero lo anihila, volviéndolo dos veces perdedor, humillándolo imperialmente con el romano vae victis! Pero la culpa no es de un patán como éste, ni menos de quienes no han podido transmitir otros valores -además de los gringos winners y losers- por ser perseguidos por lo cañí en Celtiberia show.