Ha estallado una crisis diplomática de gran magnitud entre Japón y China. El gobierno de Tokio ha cruzado una línea roja: está reforzando su alianza militar con Estados Unidos y armando las islas más cercanas a Taiwan.
La tensión en Asia sigue siendo alta. Pekín anunció el miércoles la suspensión de las importaciones de marisco japonés. Es una respuesta directa a la explosiva declaración realizada hace diez días por la nueva primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, quien afirmó que se están preparado para intervenir militarmente en caso de que China intente recuperar la provincia de Taiwan.
“Un intento de conquistar Taiwan por la fuerza constituiría una situación que podría amenazar la existencia del país”, dijo Takaichi, que amenaza públicamente con el envío de tropas japonesas a Taiwan. Es un acontecimiento sísmico. El gobierno chino ha protestado como corresponde y Tokio se niega a reconsiderar su postura.
La situación ha cambiado sustancialmente desde que en 1947 Japón renunciara a la guerra “para siempre” en el artículo 9 de su Constitución, “así como a la amenaza o el uso de la fuerza como medio para resolver controversias internacionales”.
Hasta ahora el ejército japonés tenía prohibido realizar operaciones ofensivas en el extranjero. Cuenta con poco menos de 250.000 efectivos y posee un arsenal moderno, aunque limitado en comparación con el de China.
En 2015 el antiguo primer ministro Shinzo Abe, asesinado en 2022 acabó con la historia japonesa de posguerra. Promulgó la “Ley de Paz y Seguridad”, que, por primera vez, autoriza el ejercicio del derecho a la “autodefensa colectiva”. Ahora el ejército japonés ya puede intervenir en el extranjero, como en los peores tiempos del militarismo.
‘Hemos venido para quedarnos’
Estados Unidos ha encargado a Japón la custodia de Taiwan y, para justificar su sumisión, el gobierno de Tokio ha elaborado toda una cadena de falacias argumentales: un ataque chino a Taiwan constituiría una “amenaza existencial” para la estabilidad de la región.
El viraje ha desatado la resistencia de la sociedad japonesa, que no olvida los desastres de la Segunda Guerra Mundial.
Washington se retira gradualmente de Europa para fortalecer su presencia en el Pacífico. El 30 de mayo el secretario de Guerra, Pete Hegseth, lo recordó en Singapur: “Nuestros amigos europeos deben asumir una mayor responsabilidad por su seguridad. Al compartir la carga, podemos concentrar nuestros esfuerzos en el Indo-Pacífico, nuestro teatro de operaciones prioritario. Y hemos venido para quedarnos”.
Con el pretexto de la “protección”, Estados Unidos mantiene con Japón un Tratado de Defensa Mutua que le permite mantener una presencia militar muy importante en Extremo Oriente, es decir, controlar las dos orillas del Océano Pacífico.
Actualmente Estados Unidos cuenta con 120 bases militares en Japón, con más de 50.000 soldados, lo que constituye el mayor contingente militar estadounidense fuera de su territorio y donde realizan cada vez más ejercicios militares conjuntos para intimidar a Rusia, China y Corea del norte.
El 15 de septiembre Estados Unidos, Japón y Corea del Sur llevaron a cabo el ejercicio militar “Freedom Edge” para coordinar y compartir sus buques, aeronaves e incluso servidores en caso de guerra en la región.
El mayor desafío del Extremo Oriente: China
En 2022 Japón dió un salto a sus provocaciones al designar a China como “el mayor desafío estratégico” para el orden internacional. Este cambio redefinió por completo su estrategia militar. China, que había sido víctima del imperialismo japonés en 1933, pasaba a ser victimario.
A partir de entonces, Estados Unidos y Japón han establecido un mando conjunto: escenarios de guerra, cadenas de toma de decisiones compartidas y la previsión de una respuesta coordinada en caso de que China recupere a Taiwan. Ambos socios desplegaron baterías de misiles en el flanco más expuesto de Japón: las islas Nansei y Ryukyu, dentro del alcance inmediato de Taiwan.
Por su parte, China hace alarde de su poderío militar. Está intensificando sus ejercicios militares y demostrando una modernización sin precedentes de su potencia de fuego. El espectacular desfile militar del 5 de septiembre, en el que Pekín presentó al mundo su misil balístico intercontinental Dongfeng 61 —capaz de transportar diez ojivas nucleares a una distancia de entre 12.000 y 16.000 kilómetros— dejó al mundo con la boca abierta.