El recorrido: Salieron hacia Almería su padre Joaquín y su madre Encarnación, sus hermanos Eugenio (4) y Carmela (6 años), así como toda la familia por parte del padre, incluida una abuela de 70 años. Su hermano Salvador, de 16 años, salió días antes hacia Almería y luchará en un frente hasta el final de la guerra.
Su historia: “Nos fuimos con lo puesto. Había mucho miedo. La gente pasaba y decía que iba para la carretera de Almería; Salimos el día 7 a las 7.30 de la tarde. Era ya de noche”.
Joaquín camina con unos zapatos negros de charol. “Acabé andando con los pies. De los zapatos, sólo quedó la envoltura. En lo único que pensábamos eran en andar y en quitarnos de en medio”. Al día siguiente, a la altura de Torre del Mar, comienzan los bombardeos. Su hermano Salvador, de 16 años, ha salido días antes hacia Almería. De él ha aprendido que, cuando lanzan bombas, es mejor no meterse en ningún agujero o alcantarilla. “Me tenía dicho que me quedara al aire libre; que me tumbara en las zanjas que hay en las huertas para sembrar, porque así, si la metralla arrasa, te pasa por encima”. Es lo que hace cada vez que aparecen los cañoneros Canarias y Cervera en la costa o cuando sobrevuelan los aviones. “En uno de los tramos de la carretera apareció la aviación. Cada uno salió para un lado para esconderse y yo me tiré en una hondonada del terreno. Llevaba una taleguilla con un poco de ropa. A pocos metros había un carabinero que fue lanzado por una de las bombas. El pobre murió en el acto. A mí vino un trozo de metralla que dio en la taleguilla y que he tenido guardado hasta hace poco”.
La muerte se hace presente en cada tramo del camino, pero Joaquín no se amedrenta. “Había niños asustados, otros eran más fuertes. Yo era un niño fuerte, no conocía el miedo”. Por eso, cuando la gente comienza a gritar que una bomba ha volado un autobús lleno de personas, se asoma para comprobar que no hay dentro ningún familiar. “Aquello era para cerrar los ojos”.
En el trayecto, Joaquín pierde a su hermana Carmela, de su cuyo cuidado está a cargo. Entre el tumulto la pequeña, de seis años, se extravía. La familia se inquieta y empieza a buscarla entre los cientos de personas que huyen. “Íbamos despavoridos, chillando. ¡Carmela! Menos mal que pudimos recuperarla y seguir todos juntos”.
La carretera está atestada. Los refugiados avanzan pegados y la desesperación se desata cada vez que pasa un vehículo. “Iban las camionetas cargadas de criaturas, apiñadas… Yo he visto cómo una madre lanzaba a su hijo, de unos tres años, a una camioneta para que se lo llevaran”.
En el camino, comienza a ocurrir algo extraño y Joaquín se percata de ello. “A la altura de Nerja, empecé a ver a hombres motorizados con cazadoras de cuero. Avanzaban por la carretera, parecía que exploraran el camino. Eran militares”. Son los soldados de las tropas italianas, que cortan el paso a los refugiados que van en la cola del grupo. Cunde la decepción. “Para nosotros fue un jarro de agua fría. Después de tanta lucha, de tantas angustias… Todo el mundo se quedó pasmado”.
Aquella noche será la primera de los cuatro días de trayecto que pueden dormir. Pero al día siguiente, hay que volver a andar, esta vez, de vuelta, de regreso a Málaga. Allí les espera su casa, en el número 6 de la calle Miraflores, que sigue intacta, porque la familia que no salió hacia Almería se ha encargado de protegerla.
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