Los grupos de presión de Israel en Occidente andan frenéticos estos días. Están desesperados por desacreditar y denunciar cualquier acto político o trabajo artístico que exponga la fea cara criminal de la ocupación israelí, especialmente en el mundo occidental y sus festivales, foros, universidades y medios de comunicación.
Se trata de un ataque a la libertad de expresión, que antaño fue un pilar de la democracia occidental, pero que desgraciadamente ya no lo es.
Actualmente se está llevando a cabo una feroz campaña contra la película Farha, del director jordano Darin Sallam, que narra la historia de una niña de 14 años cuyo pueblo fue brutalmente atacado por soldados israelíes durante la Nakba de 1948.
Desde su escondite, ve cómo matan a sangre fría a toda una familia, una experiencia que cambia su vida y el futuro con el que soñaba.
El ministro israelí de Finanzas, Avigdor Lieberman, ha proferido una retahíla de insultos contra la película y la cadena Netflix por planear su exhibición. Él y un grupo de organizaciones sionistas pidieron que se prohibiera la película en el Festival de Cannes por considerar que sus creadores son antisemitas, y que no fuera nominada a los Oscar, como había solicitado el Ministerio de Cultura jordano.
El cineasta israelí Alon Schwartz se enfrentó a una campaña de odio similar por su documental sobre la masacre de Latrun, en la que más de 80 prisioneros de guerra egipcios fueron quemados vivos. Sus cuerpos fueron arrojados a una fosa común que luego se pavimentó para crear un aparcamiento y ocultar así cualquier rastro del crimen.
Los grupos de presión israelíes intentan presentar a este Estado como un oasis de democracia, coexistencia, derechos humanos y libertad de expresión, negando y suprimiendo la narrativa palestina y presentándola como antisemita.
Por desgracia, esta repugnante falsificación de la historia cuenta con la complicidad de algunos gobiernos europeos -sobre todo en Londres, Berlín, París y Bruselas-, además de Washington.
Las bandas criminales sionistas desalojaron por la fuerza a más de 760.000 palestinos de sus hogares so pena de muerte antes de la Nakba de 1948, y borraron del mapa más de 450 de sus aldeas, en un plan sistemático de limpieza étnica.
Estos hechos han sido ampliamente descritos y documentados por historiadores israelíes como Ilan Pappé, basándose en testimonios personales y archivos internacionales. La película no hace nada más.
De lo que no se dan cuenta los israelíes es de que están fracasando sus esfuerzos por ocultar su sangrienta historia y las masacres que han cometido y siguen cometiendo contra personas inocentes en la Palestina ocupada, y por impedir que el relato veraz palestino llegue a distintas partes del mundo.
Europa no es el mundo, y los gobiernos europeos no son sus pueblos. Hay medios alternativos, sociales y de otro tipo, que pueden utilizarse. Lo más importante es que la nueva generación de jóvenes árabes y musulmanes -incluidos los palestinos- es muy consciente y creativa, también en las artes, los medios de comunicación y en todo tipo de soportes. Es este cambio acelerado lo que tanto preocupa y asusta a Israel.
El fracaso de sus campañas de desinformación, el amordazamiento de la libertad de expresión y la utilización del arma tóxica del antisemitismo quedaron patentes durante el Mundial de Qatar. Los equipos de televisión israelíes que se encontraban allí quedaron conmocionados por el odio que les mostraron los aficionados árabes y de otros países, incluidos los procedentes de países “normalizadores”.
La llegada al poder de un gobierno abiertamente racista y fascista bajo Benjamin Netanyahu -producto de décadas de criminalidad y supremacismo- puede ayudar a levantar el velo de duplicidad de la fea cara de Israel.
Farha llegará a todos los espectadores con principios del planeta, y el insulto antisemita no ayudará. Aunque no gane ningún premio, conquistará corazones en todo el mundo. Y si Netflix se somete a la presión sionista y lo retira -como han hecho Facebook, Instagram y Twitter al prohibir y excluir contenidos palestinos-, hay muchos otros puntos de venta a los que se puede recurrir.
El director y el equipo de producción de la película merecen todo nuestro apoyo y solidaridad frente a estas campañas nauseabundas.
Esta solidaridad, junto con el enorme apoyo a la causa palestina mostrado por los aficionados árabes y de otros países en el Mundial de Doha -que ondeaban banderas palestinas en sus partidos y se negaban incluso a hablar con los equipos de televisión israelíes- me hace confiar en que esta causa está resurgiendo, apoyada por un resurgimiento de la resistencia creativa en los territorios palestinos ocupados, y que el fin de la ocupación es sólo cuestión de tiempo.
Abdel Bari Atwan https://www.raialyoum.com/israels-war-on-the-palestinian-narrative