Yazan al-Saadi
Con el paso del tiempo, poco a poco, se ha ido exponiendo una gran parte de las circunstancias siniestras y oscuras de la limpieza étnica sionista de Palestina a finales de la década de 1940. Un aspecto -poco estudiado ni tratado en profundidad- es el internamiento de miles de civiles palestinos en al menos 22 de los campos de concentración y trabajo, dirigidos por los sionistas, que existieron de 1948 a 1955. Ahora podemos conocer un poco más sobre los contornos de este crimen histórico gracias a la extensa investigación llevada a cabo por el gran historiador palestino Salman Abu Sitta y el miembro del Centro Palestino de recursos Badil, Terry Rempel.
El estudio -que será publicado en el próximo número de la revista Journal of Palestine Studies– se basa en las casi 500 páginas de los informes del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), escritos durante la guerra de 1948, que han sido desclasificados, puestos a disposición pública en 1996 y descubiertos por casualidad por uno de los autores en 1999.
Además, los autores han reunido los testimonios de 22 antiguos presos palestinos de esos campos civiles, a través de entrevistas que han llevado a cabo ellos mismos en 2002, o documentados por otros en otros momentos.
Con estas fuentes de información, los autores, como ellos dicen, han reconstruido una historia más clara de la forma en que Israel capturó y encarceló a «miles de civiles palestinos como trabajadores forzados» y los explotó «para sostener su economía en tiempo de guerra«.
A la búsqueda del crimen
«Me topé con este pedazo de la historia en la década de 1990 cuando estaba reuniendo material y documentos de los palestinos», dijo Abu Sitta Al-Akhbar. «Cuanto más profundizas, más descubres que los crímenes han ocurrido, que no se han registrado y que no son conocidos».
En aquella época Abu Sitta fue a pasar una semana a Ginebra para visitar los archivos del CICR, que se acababan de inaugurar. Según él los archivos se habían puesto a disposición del público tras las acusaciones de que el CICR había tomado partido por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Era una oportunidad que no podía dejar pasar, mostrar que el CICR había registrado los acontecimientos que tuvieron lugar en Palestina en 1948. Fue allí donde cayó sobre el archivo que trataba la cuestión de los cinco campos de concentración dirigidos por los israelíes.
Entonces decidió buscar testigos o antiguos presos y entrevistar a los palestinos en los territorios de la Palestina ocupada, Siria y Jordania. «Todos ellos han descrito la misma historia y su experiencia real en esos campos», dice.
Inmediatamente le asaltó una pregunta: por qué en la historia había tan pocas referencias sobre estos campos, sobre todo cuando se ha aclarado, gracias a sus investigaciones, que estos campos habían existido y que hubo más de cinco.
«Muchos antiguos presos palestinos vieron el concepto de Israel como un enemigo peligroso, por lo que pensaron que su experiencia de trabajo en estos campos de concentración no era nada en comparación con otra tragedia más grande: la Nakba. La Nakba lo eclipsó todo», explicó Abu Sitta.
«Sin embargo, cuando profundicé en el período de 1948-1955, encontré más referencias como Muhammad Nimr al-Jatib, que fue el imán de Haifa, que transcribió entrevistas con alguien de la familia al-Yahya que estuvo en uno de los campos. Pude localizar el rastro de ese hombre en California y pude discutir con él en 2002», añadió.
Lenta pero firmemente Abu Sitta fue encontrando otras referencias, como la información de un judío llamado Janud, que escribió una tesis de doctorado en la Universidad Hebrea sobre el asunto, y los relatos personales del economista Yusif Sayigh, que contribuyeron confeccionar mejor el alcance y la naturaleza de aquellos campos.
Después de más de una década, Abu Sitta y su coautor, Rempel, pudieron finalmente presentar sus hallazgos al público.
De la carga a la oportunidad: los campos de concentración y de trabajo
El establecimiento de campos de concentración y de trabajo tuvo lugar después de la proclamación unilateral del Estado de Israel en mayo de 1948.
Antes de aquel suceso, el número de palestinos cautivos en manos de los sionistas era bastante reducido, ya que, como se afirma en el estudio, «los dirigentes sionistas concluyeron rápidamente que la expulsión forzada de la población civil era la única manera de crear un Estado judío en Palestina con una mayoría judía lo suficientemente grande como para que fuese ‘viable'». En otras palabras, para los estrategas sionistas, en las fases iniciales de la limpieza étnica, los presos fueron una carga.
Aquellos cálculos cambiaron con la proclamación del Estado de Israel y la participación de las fuerzas armadas de Egipto, Siria, Irak y Transjordania, después de que tuviera lugar el grueso de la limpieza étnica. A partir de aquel momento, «las fuerzas israelíes comenzaron a capturar prisioneros, tanto soldados árabes regulares (para un eventual intercambio), y -de manera selectiva- civiles palestinos no combatientes en buen estado de salud».
El primer campamento fue el de Ijlil, en torno a 13 kilómetros al noreste de Jaffa, en la aldea palestina destruida Ijlil al-Qibiliyya, vacía de población, a comienzos de abril. En su mayoría Ijlil se componía de tiendas de campaña, con cientos y cientos de presos, clasificados como prisioneros de guerra por los israelíes, rodeados de alambre de espino, torres de vigilancia y una puerta con los guardias.
Con las sucesivas conquistas de Israel y el consiguiente aumento del número de presos, se crearon otros tres campos. Son los cuatro campos «oficiales» que los israelíes han reconocido y que el CICR visitó activamente.
En el estudio se señala: «Los cuatro campamentos estaban sobre o eran anexos a instalaciones militares puestas en marcha por los británicos durante el Mandato. Se utilizaron durante la Segunda Guerra Mundial para que el internamiento de los prisioneros de guerra, alemanes, italianos u otros. Dos campos -Atlit, creado en julio a unos 20 kilómetros al sur de Haifa, y Sarafand al-Amar, en el centro de Palestina- ya habían sido utilizados en la década de 1930 y 1940 para la detención de inmigrantes ilegales».
Atlit fue el segundo campo más grande después de Ijlil; podía albergar hasta 2.900 presos, mientras que Sarafand tenía una capacidad máxima de 1.800 presos y Tal Letwinksy, cerca de Tel Aviv, a más de 1.000.
Los cuatro campos estaban administrados por «antiguos oficiales británicos que habían desertado de sus filas, cuando las fuerzas británicas se retiraron de Palestina a mediados de mayo de 1948», y los guardias y el personal administrativo de los campos eran antiguos miembros del Irgún y del grupo Stern, dos grupos calificados como organizaciones terroristas por los británicos antes de su marcha. En total, los cuatro campos «oficiales» empleaban 973 soldados.
Un quinto campamento, llamado Umm Jalid, fue instalado en el sitio de otra aldea vaciada de población, cerca de la colonia sionista de Netanya; incluso se le asignó un número oficial en los registros, pero nunca tuvo estatuto «oficial». Podía albergar a unos 1.500 presos. En contraste con los otros cuatro campamentos, Umm Jalid fue «el primer campamento creado exclusivamente como campo de trabajo» y «el primero de los campos ‘reconocido’ para ser cerrado […] a finales de 1948″.
Además de estos cinco campos «reconocidos», había al menos otros 17 «campos no reconocidos» que no fueron mencionados en las fuentes oficiales, pero que los autores han descubierto a través de muchos testimonios de prisioneros.
«Al parecer, muchos» [campos], dicen los autores, [fueron] «improvisados o ad hoc, a menudo se coponían de una comisaría, una escuela o la casa del notable de la aldea», que podía contener de unas decenas a 200 presos.
La mayoría de los campos, oficiales o no, se situaban dentro de las fronteras del Estado judío propuesto por las Naciones Unidas, «a pesar de que al menos en cuatro [campos no oficiales] -Beersheba, Julis, Bayt Daras y Bayt Nabala- estaban en el Estado árabe asignado por las Naciones Unidas», y otro estaba dentro del «corpus separatum» de Jerusalén.
El número de presos palestinos no combatientes «superó ampliamente» al de soldados árabes las fuerzas armadas regulares o verdaderos prisioneros de guerra. Citando un informe mensual de julio de 1948, escrito por el jefe de la misión del CICR Jacques de Reynier, el estudio indica que de Reynier señaló que «la situación de los internos civiles se había ‘confundido totalmente» con los prisioneros de guerra, y que las autoridades judías ‘trataban a todos los árabes entre los 16 y los 55 años de edad como combatientes y los encerraban como prisioneros de guerra'». Además, el CICR descubrió que entre los presos de los campos oficiales 90 prisioneros eran hombres mayores y 77 eran jóvenes varones de 15 años de edad o menos.
El estudio destaca las declaraciones del delegado del CICR Emile Moeri en enero de 1949 sobre los prisioneros de los campos: «Es doloroso ver a esas pobres gentes, en particular a los ancianos, que han sido arrancados de sus aldeas y enviados sin motivo a estos campos, obligados a pasar el invierno en tiendas de campaña húmedas, lejos de sus familias; los que no son capaces de sobrevivir en estas condiciones mueren. Niños (de 10-12 años) también están en esa situación. Del mismo modo, algunos enfermos que padecen tuberculosis languidecen en los campos en condiciones que, aunque correctas para personas con buena salud, les conducirán sin duda a la muerte si no encontramos una solución a este problema. Desde hace mucho tiempo hemos exigido a las autoridades judías la liberación de estos civiles enfermos que necesitan tratamiento y que se les ponga al cuidado de sus familias o en un hospital árabe, pero no hemos recibido respuesta».
El informe señalaba que «no existen cifras precisas sobre el número total de civiles palestinos detenidos por Israel durante la guerra de 1948-49» y parece que las estimaciones no tienen en cuenta los campamentos de «no oficiales», ni el traslado frecuente de presos entre los campos en funcionamiento. En los cuatro campos «oficiales», el número de presos palestinos nunca superó los 5.000, según los datos de los archivos israelíes.
Basándonos en la capacidad de Umm Jalid y en las estimaciones de los «campamentos no oficiales», el número total de presos palestinos se podría situar en torno a los 7.000, y tal vez mucho más, indica el estudio, si tenemos en cuenta una nota escrita en su diario el 17 de noviembre de 1948 por David Ben-Gurion, uno de los principales dirigentes sionistas y primer ministro de Israel, que habló de «la existencia de 9.000 prisioneros de guerra en campamentos administrados por Israel».
En general, las condiciones de vida en los campamentos «oficiales» estaban muy por debajo de lo que se consideraba adecuado en el derecho internacional de aquella época. Moeri, que visitado constantemente los campos, informó de que en noviembre de 1948 en Ijlil «la mayoría de las tiendas estaban destrozadas», de que el campo «no estaba listo para el invierno», las letrinas no están cubiertas y la cantina no ha funcionado durante dos semanas. Aparentemente, refiriéndose a la situación que existía, declaró que «las fruta siempre es defectuosa, la carne es de mala calidad [y] las legumbres son escasas».
Además, Moeri informó de que él mismo vio «las heridas de la violencia» de la semana anterior, cuando los guardias dispararon a los presos, hiriendo a uno de ellos y moliendo a golpes a otro.
Como muestra el estudio, el estatuto civil de la mayor parte de los presos era claro para los delegados de la CICR en el país, que informaron de que, con toda certeza, los hombres capturados «no habían estado nunca en el ejército regular». Los presos que habían combatido, dice el estudio, fueron «sistemáticamente asesinados por una bala con el pretexto de que habían tratado de escapar».
Cuando no los masacraban, las fuerzas israelíes se centraban siempre en los hombres aptos, dejando atrás a las mujeres, los niños y los ancianos, continuado esa política incluso después de que los niveles de enfrentamiento militar disminuyeran. En su conjunto, como lo muestran los archivos israelíes y cita el estudio, «los civiles palestinos constituían la gran mayoría (el 82 por ciento) de las 5.950 personas clasificadas como internos en los campos de prisioneros de guerra, mientras que los palestinos (civiles y militares) sólo constituían el 85 por ciento».
El secuestro y encarcelamiento a gran escala de civiles palestinos parecen corresponder a campañas militares israelíes. Por ejemplo, una de las primeras redadas importantes tuvo lugar durante la Operación Danj, cuando 60-70.000 palestinos fueron expulsados de las ciudades centrales de Lydda y Ramleh. Al mismo tiempo, entre una cuarta y una quinta parte de la población masculina de esas dos ciudades que tenía más de 15 años de edad, fue enviada a los campos.
La mayor redada de civiles tuvo lugar en las aldeas del centro de Galilea, capturados durante la Operación Hiram, en el otoño de 1948.
Un superviviente palestino, Moussa, describió a los autores lo que vió entonces: «Nos capturaron en todas las aldeas de los alrededores: al-Bina, Deir al-Asad, Nahaf, al-Rama, y Eilabun. Se llevaron a cuatro hombres jóvenes y dispararon contra ellos […] Nos llevaron a pie. Hacía calor. No podíamos beber. Nos llevaron a al-Maghar [aldea drusa palestina], después a Naalal [colonia judía] y a continuación a Atlit».
Un informe de las Naciones Unidas de 16 de noviembre de 1948 corrobora el testimonio de Moussa; indica que 500 palestinos «fueron llevados a marchas forzadas y en vehículos al campo de concentración judío de Nahlal».
La política de atacar a civiles, especialmente los hombres «aptos», no fue una coincidencia, según el estudio, el cual establece que «con decenas de miles de judíos, hombres y mujeres, llamados al servicio militar, los internos civiles palestinos eran un complemento importante de la mano de obra judía civil empleada en virtud de la legislación de emergencia en apoyo de la economía de Israel», que incluso los delegados del CICR señalaron en sus informes.
Los presos fueron obligados a realizar obras públicas y militares, tales como el drenaje de los humedales, a trabajar como empleados, recolectar y transportar los bienes saqueados a los refugiados, remover las piedras de las casas palestinas demolidas, pavimentar las carreteras, cavar trincheras militares, enterrar a los muertos y muchos más.
Como lo describe en el estudio un antiguo preso palestino llamado Habib Mohamed Alí Jarada: «Nos obligaban a trabajar todo el día a punta de pistola. Por la noche, dormíamos en tiendas de campaña. En el invierno, el agua se filtraba por debajo de nuestras camas, hechas de hojas secas, cartones y pedazos de madera».
Otro preso de Umm Khaled, Marwan Iqab al-Yehiya, declaró en una entrevista con los autores: «Tuvimos que romper y transportar piedras todo el día [en una cantera]. Como alimento cotidiano teníamos una patata por la mañana y la mitad de un pescado seco por la noche. Molían a golpes a quien desobedeciera las órdenes». Ese trabajo se entremezclaba con humillaciones de los guardias israelíes; Yehiya habla de presos «alineados y obligados a desnudarse, como castigo por la fuga de dos presos durante la noche».
«Los adultos y los niños [judíos] del kibbutz vecino venían a observarnos, alineados y desnudos, y se reían de nosotros. Para nosotros era terriblemente degradante», agregó.
En los campos los abusos de los guardias israelíes eran sistemáticos y generalizados. El objetivo principal eran los aldeanos, campesinos así como los palestinos de las clases bajas. Lo hicieron así, dice el estudio, porque los presos instruidos «conocían sus derechos, tenían el suficiente coraje para hablar con sus secuestradores y se resistían a ellos».
Lo que también es un apunte interesante del estudio es la manera en que la filiación ideológica entre los presos y sus guardias afectó a sus relaciones mutuas.
Consigna el testimonio de Kamal Ghattas, que fue capturado durante el ataque israelí a Galilea: «Hemos tenido un altercado con nuestros carceleros. 400 de nosotros nos hemos sublevado contra 100 soldados. Trajeron refuerzos. A tres de mis amigos y a mí nos metieron en una celda. Nos amenazaron con disparar contra nosotros. Durante toda la noche cantamos el himno comunista. Nos trasladaron a los cuatro al campo de Umm Khaled. Los israelíes temían por su imagen en Europa. Nuestro contacto con nuestro Comité central y el Mapam [Partido Socialista de Israel] nos salvó… Conocí a un oficial ruso y le dije que nos habían secuestrado de nuesotras casas, aunque no éramos combatientes, lo que constituía una violación de los Convenios de Ginebra. Cuando él supo que yo era comunista, me tomó en sus brazos y me dijo: ‘Camarada, tengo dos hermanos en el Ejército Rojo. ¡Viva Stalin!, ¡Viva la Madre Rusia’«.
Los palestinos menos afortunados fueron sometidos a actos de violencia, incluidas las ejecuciones arbitrarias y la tortura, sin recurso. Las ejecuciones siempre se perpetraron con el pretexto de «intento de fuga» real o supuesta por los guardias.
Las ejecuciones se hicieron tan corrientes que un antiguo preso palestino de Tel Litwinsky, Tewfik Ahmed Juma Ghanim, dijo: «Los que se negaban a trabajar eran asesinados a tiros. Dijeron que habían intentado escapar. Los que pensamos que íbamos a ser asesinados, reculamos ante de los guardias».
Tras la fuerte presión del CICR y otras organizaciones, a finales de 1949, los presos palestinos fueron liberados progresivamente, pero las liberaciones tuvieron un alcance limitado y se concentraron en casos específicos. Los prisioneros de los ejércitos árabes fueron liberados en un intercambio de prisioneros, pero los presos palestinos fueron expulsados unilateralmente al otro lado de la línea del armisticio sin comida, ni provisiones, ni refugio, y se les obligó a caminar y no volver jamás.
Hasta 1955 la mayoría de los civiles palestinos encarcelados no fueron finalmente liberados.
Un crimen permanente
La importancia de este estudio tiene multiples facetas. No sólo revela las numerosas violaciones de la ley y los convenios internacionales de la época, tales como el Reglamento de La Haya de 1907 o los Convenios de Ginebra de 1929, sino que también muestra cómo los acontecimientos modelaron al CICR a largo plazo.
Debido a que el CICR se enfrentó con un protagonista israelí agresivo que no quería atender ni respetar el derecho internacional y los convenios, el propio CICR tuvo que adaptarse a lo que consideró como los medios más prácticos para asegurar que se respetaran los más elementales derechos de los presos civiles palestinos.
En el informe final, el estudio cita a Reynier: El CICR «ha protestado muchas veces afirmando el derecho de esos civiles a disfrutar de su libertad, a menos que sean culpables y juzgados por un tribunal. Pero tácitamente tenemos que aceptar su estatuto de prisioneros de guerra porque de esa manera se benefician de los derechos que la Convención les otorga. De lo contrario, si no estuvieran en los campos, serían expulsados [a un país árabe] en el que, de una u otra manera, sin recursos, llevarían una vida miserable de refugiados».
A final de cuentas, simplemente el CICR y otras organizaciones fueron ineficaces, mientras que impunemente Israel ignoró las condenas, con la cobertura diplomática de las principales potencias occidentales.
Y lo que es más importante aún, el estudio arroja luz sobre la magnitud de los crímenes de Israel tras su nacimiento brutal y sangriento. Y «todavía tenemos mucho que decir», como dice la última línea del estudio.
«Es increíble para mí y para muchos europeos que han visto mis pruebas», dijo Abu Sitta, «que en Palestina se abrieran campos de trabajos forzosos, tres años después de haber sido cerrados en Alemania, y que fueran gestionados por guardias judíos que habían sido prisioneros de los alemanes».
«Que mala imagen para el espíritu humano, cuando el oprimido copia al opresor contra la vida de los inocentes», agregó.
Esencialmente el estudio muestra los fundamentos y principios de la política israelí hacia los civiles palestinos, que se presenta en forma de secuestros, capturas y detenciones. Ese crimen continúa a día de hoy. Basta leer los informes de centenares de palestinos detenidos antes, durante y después de la última guerra de Israel en la franja de Gaza este verano.
«Gaza es hoy un campo de concentración, en nada diferente de los del pasado», concluye Abu Sitta.
Fuente: Al-Akhbar, http://english.al-akhbar.com/content/israels-little-known-concentration-and-labor-camps-1948-1955