Este fin de semana el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, visitó Teherán y firmó un tratado para 25 años con su homólogo iraní, Javad Zarif. Los términos del tratado no han sudo revelados, pero una versión anterior del mismo, difundida por el New York Times, establecía 400.000 millones de dólares de inversión china en Irán, a cambio de exportaciones de petróleo iraní, así como una alianza estratégica.
Pekín desafía las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos a Irán después de que en 2018 renunciara unilateralmente al tratado nuclear firmado en 2015, que Biden, aún no ha retirado. En febrero, Biden bombardeó en Siria a una milicia respaldada por Irán, matando a 17 personas por lo menos.
La decisión de Pekín de firmar el tratado con Teherán se produce después de la desastrosa cumbre chino-estadounidense celebrada este mes en Alaska. En un discurso para la prensa antes de que comenzara la cumbre, el Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, amenazó públicamente a Wang diciendo que China debía aceptar un orden internacional basado en las normas establecidas por Estados Unidos, o enfrentarse a “un mundo mucho más violento e inestable”.
Por su parte, el comandante de la Flota del Pacífico de Estados Unidos, el almirante John Aquilino, también amenazó con que una guerra entre Estados Unidos y China por Taiwán “está mucho más cerca de nosotros de lo que la mayoría cree”.
Al firmar un tratado con Teherán, Pekín señala que debe hacer sus propios preparativos contra un gobierno en Washington que será agresivo, una previsión reforzada por la continua propaganda bélica de los políticos estadounidenses y estimulada por la campaña sobre el “virus de Wuhan”.
En la conferencia de Anchorage, Wang respondió a Blinken criticando la política exterior agresiva de Estados Unidos en Oriente Medio: “No creemos en la invasión por la fuerza, ni en el derrocamiento de otros regímenes por diversos medios, ni en la masacre de la población de otros países, porque todo eso sólo causa malestar e inestabilidad en este mundo. Y al final no sirve a los intereses de Estados Unidos”.
El eje entre Moscú, Pekín y Teherán se fortalece
Antes de dirigirse a Teherán, Wang recibió a su homólogo ruso, Serguei Lavrov, en la ciudad china de Guilin. La reunión se produjo poco después de que Biden desafiara a Putin llamándole “asesino” y afirmando que no tiene un “alma humana”.
En la firma del tratado de este fin de semana, tanto los diplomáticos iraníes como los chinos criticaron duramente las amenazas de Washington. Zarif calificó a China como “un amigo en los días difíciles”, añadiendo que “agradecemos y alabamos la postura de China durante las sanciones opresivas”.
Wang respondió: “Las relaciones entre nuestros dos países han alcanzado ahora un nivel estratégico, y China busca promover relaciones inclusivas con la República Islámica de Irán […] La firma de la hoja de ruta para la cooperación estratégica entre ambos países, muestra el compromiso de Pekín de promover lazos al más alto nivel posible”.
Según el periódico chino Global Times, Wang dijo a los diplomáticos iraníes que “China está dispuesta a oponerse a la hegemonía y la intimidación, a salvaguardar la justicia y la equidad internacionales y a defender las normas internacionales con el pueblo iraní y otros países”.
La Nueva Ruta de la Seda: China mira a su espalda
El tratado, discutido por primera vez entre Alí Jamenei y el presidente chino Xi Jinping en 2016, profundiza los lazos económicos con Oriente Medio que Pekín ha tratado de desarrollar con su programa de infraestructuras de la Nueva Ruta de la Seda.
Citando al embajador iraní en China, Mohammad Keshavarz-Zadeh, el Teheran Times informa de que el tratado “concreta las capacidades de cooperación entre Irán y China, especialmente en los campos de la tecnología, la industria, el transporte y la energía”. Las empresas chinas han construido sistemas de transporte público, ferrocarriles y otras infraestructuras clave en Irán.
Washington aún no ha reaccionado públicamente al tratado entre ambos países, pero funcionarios estadounidenses lo han denunciado anteriormente como un desafío fundamental para los intereses de Estados Unidos, que combina la propaganda de la “guerra contra el terrorismo” con los intentos de revivir el anticomunismo de la Guerra Fría.
El pasado mes de diciembre, en medio de las especulaciones sobre la firma del tratado, el director de planificación política del Departamento de Estado estadounidense, Peter Berkowitz, reconoció que la firma sería una muy mala noticia para el imperialismo: “Irán está sembrando terrorismo, muerte y destrucción en toda la región”.
Las tres décadas transcurridas desde la Guerra del Golfo contra Irak, encabezada por Estados Unidos, y la disolución de la Unión Soviética en 1991, han dejado al descubierto esa retórica. La eliminación de la Unión Soviética como principal contrapeso militar a las potencias imperialistas de la OTAN no ha conducido a la paz, ni Irán ha sido la principal fuente de «muerte y destrucción».
Durante tres décadas, Washington y sus aliados imperialistas europeos han devastado países como Irak, Afganistán, Libia y Siria, matando a millones de personas sobre la base de mentiras como la afirmación de que Irak escondía “armas de destrucción masiva”.
Las denuncias de Berkowitz contra Irán y China están relacionadas con la creciente preocupación de Washington por la pérdida de su posición hegemónica mundial debido a sus debacles bélicas y su debilitado peso industrial y económico. Desde que las potencias de la OTAN lanzaron una guerra para el cambio de régimen en Siria en 2011, apoyando primero a las milicias islamistas y luego a las nacionalistas kurdas, Irán, Rusia y cada vez más China han intervenido para apoyar al gobierno sirio.
El comercio de China con Oriente Medio casi alcanzó los 300.000 millones de dólares en 2019, habiendo superado al comercio de Estados Unidos con la región en 2010. Pekín es el mayor socio comercial de Teherán y tiene previsto seguir desarrollando las infraestructuras que unen a China, a través de Pakistán, Irán y Turquía, con sus principales mercados de exportación en Europa, en el marco de la Nueva Ruta de la Seda.
Dos tendencias entre los principales capitales de Irán
El destino del tratado se enfrenta a una poderosa oposición interna en Irán, donde amplios sectores de la clase dirigente han intentado sin éxito desarrollar vínculos con Europa frente a las sanciones de Estados Unidos. Cuando el tratado se anunció por primera vez en junio, el antiguo presidente Mahmoud Amhadinejad prometió que Urán “nunca reconocerá un nuevo acuerdo secreto de 25 años con China”.
Los medios de comunicación chinos se han esforzado por negar las acusaciones de Estados Unidos de que el tratado estaba dirigido contra Washington. El Global Times se quejó de que el tratado se ha interpretado por algunos medios de comunicación occidentales “desde la perspectiva de la competencia geopolítica […] para presentar la cooperación bilateral entre China e Irán, que normalmente se profundiza, como un desafío contra Estados Unidos”.
Pekín y Teherán no buscan la guerra con Washington, pero el imperialismo estadounidense ha dejado claro que se reserva el derecho a bombardear o invadir cualquier país que considere un desafío a su hegemonía. Ambos países oscilan entre la búsqueda de un acuerdo y el desafío a las potencias imperialistas.
El tratado entre China e Irán también pone de manifiesto que la redistribución mundial del peso económico e industrial ha socavado las alianzas internacionales existentes (OTAN, ASEAN) y los alineamientos internacionales.
Es tiempo de que EE.UU deje de estar metiendo las narices donde no le importa.