De regreso de una misión para la liberación de unos rehenes en Bosnia, Jean Christophe Rufin, entonces consejero del ministro francés de Defensa François Léotard, se dirige inmediatamente al Hotel de Brienne, el ministerio del que depende. Un militar (probablemente el general Mercier, jefe del gabinete militar del ministro, le increpa en los pasillos: “Tú no quieres ir a Ruanda. No sabemos demasiado de lo que nuestro contacto bruselense del Frente Patriótico Ruandés transmite a su dirección desde el terreno”.
A principios del mes de julio de 1994, Francia está en plena cohabitación mientras que un genocida está en el poder en Ruanda. Las fuerzas del Comando de Operaciones especiales (COS) se han desplegado en Butare (oeste del país), en el marco de la operación “Turquesa”. Han tenido lugar algunas disputas con los rebeldes.
Oficialmente, la misión de los dos emisarios consiste en establecer una relación directa entre Paul Kagamé y los militares franceses, y negociar la instalación de una zona humanitaria. Con algunas dudas al principio, Jean-Christophe Rufin se deja convencer finalmente tras obtener la autorización para acompañarse de un especialista en la región de los Grandes Lagos.
Piensa naturalmente en su amigo del CNRS, el académico Gérard Prunier. Este historiador aconsejaba desde algunos días antes a los militares franceses, aconsejándoles desplegar la operación “Turquesa” en el sudoeste del país, en donde se encontraban los tutsis amenazados, en vez del noroeste, en donde se reunían los restos del ejército del presidente ruandés Juvénal Habyarimana, con el fin de no aparecer como los salvadores del régimen hutu genocida.
La misión es aprobado precipitadamente por Edouard Balladur, entonces primer ministro de la cohabitación, y François Léotard. “Sin ni siquiera cambiarme fui a buscar a Prunier a su casa, encima del restaurante Pied de Cochon, en Les Halles”, revela Rufin.
Los dos emisarios se dirigen al aeropuerto, en donde embarcan el 2 de julio de 1994 en un vuelo con destino Bruselas, de donde se dirigen a Kampala, en Uganda, con la compañía Sabena. Llegados al destino, alquilar una camioneta para dirigirse a la frontera ruandesa. El vehículo se avería en las pendientes de los montes Ruwenzori. “Sólo con la ligera camisa de lino que me traje de Bosnia, me congelaba en las montañas”, recuerda el escritor.
Otro vehículo es enviado a la mañana siguiente por la casa de alquiler. Les lleva hasta la frontera ruandesas, en donde se cruzan con Patricia Allemoniere, periodista de TF1. Los dos hombres harán el resto del camino en coche, atravesando las barricadas rebeldes hasta el cuartel general del Frente Patriótico Ruandés (FPR) en Mulindi.
La acogida no es muy calurosa. “¿Que venís a hacer aquí? Todos nuestros jefes están fuera”, les dice a modo de bienvenida el responsable del sitio. “Somos los representantes del gobierno francés y venimos a explicar el punto de vista oficial”, responden los dos emisarios. “Es increíble que se nos envíe otro Jean-Christophe”, le replica entonces el ruandés, en referencia a Jean-Christophe Miterrand, anterior consejero para África de su padre, muy poco apreciado por su apoyo al régimen de Habyarimana. Su anfitrión es el pastor Bizimungu, un hutu que se unió al FPR llegando a ser presidente de Ruanda el 19 de julio de 1994 antes de que Kagamé, el vicepresidente, le expulse del poder en 2000.
Los tres hombres discutieron parte de la noche, tras una somera cena de arroz blanco. De madrugada, un 4×4 los lleva a un destino desconocido. “Bizimungu nos ha contado la historia de su familia. Era terrible, impresionante. Tomábamos caminos vacíos y sinuosos, cruzando regularmente grupos de soldados y de desplazados aturdidos, aterrorizados, en andrajos”.
El 4 de julio al final de la mañana entraron en Kigali, recién tomada por el FPR. Todavía se escuchaban tiros esporádicos. Les llevaron a un cuartel con orden de no moverse, esperando ver al “jefe”. Hacia las 16:30 horas, Paul Kagamé se presento, frío, con la mirada penetrante.
Impregnado de la cultura del Ejército Nacional de Resistencia de Uganda, heredero de la ideología maoísta, no es el “género de persona al que se le dice ‘¿Que pasa, tío?’”. Rufin le habla con deferencia. “Caía la noche y sus acompañantes no se atrevían a encender las lámparas por miedo a molestarle”, recuerda. “Le entregamos un plan de nuestras operaciones y una lista de armamentos que íbamos a desplegar”.
Francia tenía entonces el mandato de crear una zona humanitaria en el sudoeste, y los enviados están allí para instalar una línea directa a fin de evitar enfrentamientos con las tropas del FPR. Paul Kagamé era muy desconfiado, pensado que la operación “Turquesa” solo pretendía impedirle tomar el control del país: “Si ustedes quieren salvar vidas, déjenos desplegarnos en todo el territorio”, les comunica.
En este teatro de sombras en que se juega de forma cotidiana la vida de poblaciones y soldados, Rufin acabó convenciendo a su interlocutor desplegar un teléfono vía satélite marca Immersat para un primer contacto.
Llama al general Lafourcade, comandante de la operación “Turquesa”, que se traslada a Kagamé. Gracias a esta relación, el despliegue de la zona humanitaria segura se hará sin enfrentamiento militar entre el FPR y las tropas francesas.
Por la tarde se pone un chalet a disposición de los enviados. A la mañana siguiente, Kagamé está de vuelta y propone a Rufin que le siga. El rebelde le confía que está muy molesto, porque cuatro periodistas franceses han sido tomados en una emboscada por sus hombres. Dos de ellos están heridos.
Isabelle Staes tiene una bala en el vientre, y Jose Nicolas otra en la rodilla. “¿Es usted médico? ¿Pueden ir a verles? ¿Cómo se les puede evacuar?”, le pregunta el jefe rebelde. Los periodistas son transportados al estadio de Kigali. Otros colegas les acompañan. La misión Rufier-Prunier se ve entonces totalmente desvelada.
En París, Dominique de Villepin, director del gabinete de Alain Juppé, ministro de Asuntos Exteriores, entra en una cólera negra. Juppé ha recibido el 21 de junio a Jacques Bihozagara, representante del FPR en Europa, y a Théogène Rudasingwa, un intelectual cercano a Kagamé. No quiere ser desposeído del dossier. Según “La Lettre du Continent” el patrón de la DGSE, Jacques Dewatre, ha venido también para quejarse al almirante Lanxade, jefe de Estado Mayor, para decir que una operación así era propia de sus servicios y no de la Dirección de Investigación Militar (DRM).
Los dos enviados son repatriados sobre la marcha. Numerosos periodistas recordarán las negociaciones para la liberación de los soldados del COS. Una información aún desmentida por los interesados, que lamentarán haber sido tachados de “mercenarios”, una vez terminada su misión. El Elíseo tampoco estuvo contento de no haber sido informado.
Dos años después la Francia miterrandiana intentó bloquear el avance del FPR, que veía como un intento anglosajón de reforzar su influencia en la zona. Bruno Delaye, consejero para África del presidente, intentó una última conciliación con el padrino de la rebelión del FPR, Yoweri Museveni, con quien se encontró el 30 de junio en Londres.