En los últimos meses una plétora de reaccionarios han saltado del barco republicano para dar su apoyo a Hillary Clinton. Hay neoconservadores y militaristas que apoyaron abiertamente todas las atrocidades de la política exterior de Estados Unidos, desde las guerra de Irak y Libia hasta los campos de tortura. Pero, a pesar de que resultaron valiosos por haber respaldado estas acciones, son pocos los que tienen una responsabilidad directa en la elaboración de los desastres.
No es el caso de John Negroponte, ex diplomático de carrera que sirvió bajo cuatro presidentes republicanos y uno demócrata, cuyo apoyo a Hillary Clinton fue anunciado la semana pasada.
Los apoyos, a Hillary Clinton, de figuras del “Salón de la Fama reaccionaria” como John Negroponte, no han surgido de la nada. La razón es esta: muchos de los elementos de la política exterior de Clinton coinciden con el intervencionismo del Partido Republicano.
La campaña de Hillary que ha cortejando activamente a importantes figuras del GOP (Grand Old Party) culminó con el lanzamiento de ” Juntos por América”, un sitio web que promociona la creciente lista de destacados republicano que respaldan a la candidata del partido demócrata.
A todas vista se trata de un proceso muy llamativo ; sobre todo cuando en su primer debate Clinton proclamó su orgullo porque sus enemigos de siempre han sido “los republicanos”; palabras que le valieron una ovación de la multitud y una amplia sonrisa suya .
Dada su declarada animosidad hacia los republicanos, buscar el apoyo de alguien como Negroponte debe tener mucho valor para Hillary. Pero, ¿quién es exactamente Negroponte y por qué Clinton aprecia tanto el respaldo de alguien como él?
El hombre de Reagan en Tegucigalpa
Hijo de un magnate naviero griego, John Negroponte se curtió en los manejos diplomáticos durante la guerra de Vietnam, donde sirvió bajo las ordenes del criminal de guerra Henry Kissinger (otra “estrella republicana” que Clinton quiere conquistar) durante las conversaciones de paz de París.
Kissinger ayudó a Nixon a ganar en 1968 echando a pique el secreto de las negociaciones de paz con Vietnam del Norte. Pero, una vez en el poder, ambos decidieron que Estados Unidos debería salir de la guerra, sobre todo porque “ese pantano “ dañaría políticamente a Nixon.
“¿Quieres que nos quedemos allí para siempre?”, preguntó Kissinger al joven Negroponte cuando este se resistió el acuerdo de paz que permitió a los norvietnamitas estacionar tropas en el sur, después de la retirada de Estados Unidos. Aparentemente, para Negroponte no eran suficiente años de derramamiento de sangre en Vietnam, Camboya y Laos.
Negroponte trabajó durante años en cargos diplomáticos poco prominentes porque fue “condenado” por Kissinger a causa de las divergencias sobre Vietnam. La elección de Ronald Reagan dio a Negroponte su gran oportunidad.
Bajo Reagan, la política en América Latina dio un giro hacia la reacción más dura. Ronald Reagan envió a tropas a Granada y patrocinó, sin remilgos, gobiernos fascistas que cometieron atrocidades contra la población.
En 1981 Reagan nombró a Negroponte embajador en Honduras. Negroponte había ocupado cargos menores en Grecia y Ecuador; con Honduras ingreso en las grandes ligas.
En 1980 el país vecino de Honduras, El Salvador, estaba sumido en una guerra civil entre la guerrilla y un gobierno fascista (respaldado por Estados Unidos) y fuerzas paramilitares de la reacción que incluían escuadrones de la muerte. Un año antes, otro país vecino, Nicaragua, había depuesto a Somoza (también apoyado por Estados Unidos) y los sandinistas habían accedido al gobierno.
Al gobierno sandinista Estados Unidos contrapuso una coalición de contrarrevolucionarios brutalmente violentos que incluía a miembros de la Guardia Nacional, soldados, miembros del partido conservador y agricultores descontentos. Eran conocidos como los Contras.
En ambos países, el gobierno de Reagan dio sustento a los torturadores y asesinos. Las acciones criminales se ejecutaron, básicamente, en Nicaragua y El Salvador. Sin embargo Negroponte no estaba olvidado en un recodo insignificante.
En realidad, Honduras ocupó el lugar central de los esfuerzos de Reagan para detener la propagación de gobiernos progresistas en América Central, sirviendo como base de operaciones para una guerra encubierta en la región.
Honduras acogió a miles de soldados estadounidenses porque, a la sazón, tenía una de las mayores embajadas de Estados Unidos en América Latina y albergaba la estación de la CIA más grande del mundo.
Aunque Honduras tenían un gobierno civil –por primera vez en más de un siglo– el ejército era muy poderoso, y el general Gustavo Álvarez, jefe de las fuerzas armadas, ejercía una considerable influencia. Bajo Álvarez, la nación se convirtió en el campo de entrenamiento y en la sede de la “Contra” y de otras fuerzas de la reacción que, más tarde, fueron enviadas a cometer estragos en Nicaragua y El Salvador.
También en Honduras los miembros de los escuadrones de la muerte recibieron instrucción militar, incluyendo el famoso Batallón 3-16, responsable de la desaparición de al menos 184 personas y de la tortura de muchos más.
Todo esto se hizo con el apoyo de Estados Unidos y su hombre en el terreno era Negroponte.
La ayuda militar norteamericana aumentó de 4 millones de dólares a 200 millones entre 1980 y 1985, porque el gobierno de Reagan pagó a los altos mandos militares y a las fuerzas represivas, incluyendo el Batallón 3-16. Esta organización terrorista fue entrenada por la CIA y el FBI, y fue Estados Unidos quien proporcionó el dinero para contratar a agentes de contrainsurgencia argentinos, que participaron apoyados también por Estados Unidos, en la horrible década de la “guerra sucia” contra las fuerzas progresistas latinoamericanas.
Las “técnicas coercitivas” que aprendieron fueron tomadas de los manuales de interrogatorio de la CIA que instruyen en el uso de la violencia y en la interrupción de los “patrones de tiempo, espacio y percepción sensorial” de los prisioneros.
Con este manual en el bolsillo trasero, las fuerzas hondureñas y los escuadrones de la muerte procedieron a actuar con brutalidad en todo el país y en los vecinos. En Honduras, cientos de personas sospechosas de ser subversivos fueron secuestradas, torturadas, desaparecidas. Todos lo sabían y Negroponte lo aprobó.
La tortura de presos cubrió todo el espectro de la depravación; incluía asfixia, golpes, privación del sueño, electrocución de los genitales, violación, y amenazas de violación a los miembros de la familia del torturado. En algunos casos, las fuerzas militares utilizaban cuerdas para arrancar los testículos del hombre antes de matarlo.
Las víctimas eran arrojadas desde camionetas sin identificación. Algunos eran totalmente inocentes, como un sindicalista, que siendo amigo de un miembro del batallón 3-16 fue torturado y asesinado con falsas acusaciones.
Las fuerzas militares irrumpieron en casas, saquearon, detuvieron a sus ocupantes solo por sí se encontraba algún “tipo de literatura marxista”. A los “Contras” Reagan los llamó “ejemplo de moralidad, igual que nuestros Padres Fundadores”.
Negroponte jugó un papel clave en el encubrimiento de esta época macabra. El trabajo del embajador consistió en asegurar que los abusos cometidos en Honduras no llegaran a la opinión pública y los congresistas norteamericanos.
De todas maneras el Congreso supo de las atrocidades cometidas y el gobierno de Reagan tuvo que terminar con el flujo de decenas de millones de dólares en ayuda militar para Honduras que, en virtud de la Ley de Ayuda Exterior, prohíbe financiar a gobiernos que participan en violaciones de los derechos humanos.
Era lo último que Reagan y Negroponte deseaban. Ellos estaban decididos a derrotar a los progresistas, aunque ello supusiera hacer la vista gorda a la tortura generalizada, la violación y el asesinato.
Oficialmente no hay escuadrones de la muerte
El éxito de Reagan en aquella “cruzada” fue posible gracias a la constante ocultación de la embajada en Honduras y del propio Negroponte.
En un cable de 1983 dirigido a Thomas Enders, Secretario de Estado adjunto para asuntos interamericanos, Negroponte lo reprendió por hablar abiertamente sobre la presencia de la “Contra” en Honduras. “¿Desde cuando, en los mensajes por canal abierto, nos referimos al apoyo de Estados Unidos a los exiliados instalados en Honduras, como lo hace una declaración del Departamento de Estado?”, le reprochaba.
En ese momento, el apoyo del gobierno de Reagan a la “Contra” seguía siendo un secreto. Probablemente Negroponte quería impedir que las referencias de la ayuda a la “Contra” aparecieran en documentos oficiales, con el fin de evitar reclamaciones posteriores.
En una nota de 1984, solicitó a la secretaría de Estado, que Washington censurara la información acerca de las acciones de la “Contra” en Honduras, porque esas noticias son “obviamente exageradas” y es necesario “bajar su perfil al mínimo absoluto”.
Públicamente, Negroponte sostuvo sistemáticamente que todo era una “exageración”. En 1988 declaró en The Economist: “Es simplemente falso afirmar que los escuadrones de la muerte estén apostados en Honduras”.
Un año más tarde escribió un artículo para el diario Los Ángeles Times donde reconocía que había habido “detenciones arbitrarias” y “algunas desapariciones”, pero que “no hay indicios de que estas violaciones, poco frecuentes, de los derechos humanos, sean parte de una política gubernamental deliberada”.
Todavía en el año 2001 insistió en este punto en la audiencia que lo confirmó como embajador de Bush en la ONU: “Nunca he visto un testimonio convincente de que el Batallón 3-16 de Estados Unidos, estuviera involucrado en los escuadrones de la muerte o en actividades de ese tipo”.
En consecuencia, los informes anuales sobre derechos humanos elaborados por la embajada en Honduras, bajo la estrecha vigilancia de Negroponte, fueron higienizados hasta el punto de la parodia.
Algunos extractos de 1983 lo ilustran: “No hay presos políticos en Honduras”; el “habeas corpus parece ser una práctica estándar”; “el acceso a los detenidos no es un problema para familiares, abogados, funcionarios consulares u organizaciones internacionales humanitarias”; “la santidad del hogar está garantizada por la Constitución y, en general, se observa correctamente”.
Comentando las mentiras del informe, un funcionario de la embajada dijo en broma en su momento: “¿Qué es esto, el informe de derechos humanos de Noruega?”
Ocultar la evidencia
Por supuesto, Negroponte sabía muy bien que la realidad era todo lo contrario a lo que él afirmaba en esos informes.
En su momento, la prensa hondureña denunció cientos de historias sobre los abusos de los militares y las familias de las víctimas protestaron en las calles contra la intervención de funcionarios estadounidenses y contra el mismo Negroponte.
Cuando John Negroponte se hizo cargo de la embajada, su predecesor, Jack Binns, le informó personalmente sobre las atrocidades que se estaban cometiendo.
No hay ninguna duda que Negroponte siempre estuvo al tanto de las barbaridades. En 1982, cuando le informaron de que los militares habían secuestrado y estaban torturando a un destacado periodista y a su esposa, Negroponte intervino, no porque le preocuparán los derechos humanos, sino por los potenciales daños para los programas intervencionistas de Estados Unidos. Los prisioneros fueron liberados y viajaron a Estados Unidos con la condición de que nunca hablarían de su experiencia.
El episodio fue dejado fuera del informe de la embajada y los funcionarios limpiaron todas las referencias a estos abusos sistemáticos.
En 1997 un informe, consecuencia de una habitual inspección de la CIA, dejó claro que “el embajador Negroponte suprime periódicamente toda información incómoda sobre los militares de Honduras”. En 1984-1985 varios informes fueron clasificados como” políticamente sensibles” por la embajada, que solicitó su no publicación o su difusión restringida.
En otro informe se lee: “Personas no especificadas de la embajada no quieren que la información relativa a violaciones de los derechos humanos durante la operación militar en Honduras sea difundida, porque es un asunto interno de ese país”.
Este informe demuestra que Negroponte estaba preocupado por las derivaciones políticas de la Operación Olancho, que acabó con el asesinato de un sacerdote estadounidense. También el documento subraya la preocupación de Negroponte por “el injustificado énfasis por las violaciones de los derechos humanos en Honduras”.
Estados Unidos no quería la paz en Nicaragua
Muchos años más tarde, cables diplomáticos desclasificados por una solicitud del Washington Post, muestran que Negroponte hizo mucho más que suprimir información perjudicial.
A pesar de la disposición declarada –en repetidas ocasiones– de los sandinistas para iniciar negociaciones con la “Contra” y llegar a un acuerdo de paz, el embajador en Honduras sostuvo que las negociaciones eran un “caballo de Troya” que ayudaría a consolidar la revolución sandinista.
Negroponte insistió en que el proceso de Contadora, las negociaciones de paz auspiciadas por los estados de América Latina en 1983, iba a “liquidar nuestro proyecto especial”. En lugar de aceptar la oferta de los sandinistas que pondría fin a la tortura y al derramamiento de sangre, Negroponte empujó con fuerza el mantenimiento de las acciones de las fuerzas respaldadas por Estados Unidos.
Distanciándose de sus funciones de embajador, Negroponte apareció en muchas ocasiones dando el apoyo directo de Estados Unidos a la “Contra”. En un cable sugirió reforzar a los antisandinistas con el fin de contrarrestar la idea que “todo está emanando de Honduras”. En otro el Departamento de Estado suministró información detallada sobre los movimientos militares sandinistas en la frontera entre Nicaragua y Honduras.
Al hablar con el presidente de Honduras, Roberto Suazo Córdova en abril de 1982, Negroponte declaró “que deberían tomarse fuertes medidas preventivas para adelantarse a la violencia revolucionaria”. En la práctica la declaración era una incitación velada para proseguir con los abusos cometidos por los militares hondureños.
Gracias a la desclasificación de documentos secretos –como lo demostró las investigación periodística de “Baltimore Sun” en 1995– se ha documentado que Negroponte permitió las violaciones de los derechos humanos durante su misión en Honduras. Sin embargo, lo que debería haber sido un escándalo político, promovió su carrera diplomática.
El ‘diplomático de los diplomáticos’
John Negroponte fue nombrado embajador en México en 1989 por George H. W. Bush, para promocionar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC). Como era de esperar, también es un fan de la Asociación Trans-Pacífico (TPP).
Luego pasó a servir en diferentes cargos en el segundo gobierno de Bush. Fue director nacional de inteligencia y el primer embajador post-Saddam en Irak. A pesar de las críticas sobre su pasado, en cada nueva ocasión fue confirmado con facilidad.
En círculos de la oligarquía estadounidense es simplemente un “diplomático de diplomáticos”, un estadista venerado, en que su acción en los países donde se cometieron terribles crímenes, son tan relevantes como su número de zapato.
Con personajes como éste muy difícil no advertir que la política exterior de Hillary Clinton estará contaminada con una primacía deshumanizada por los intereses estratégicos y políticos a expensas de la paz, los derechos humanos y la vida de las personas pobres en los países extranjeros.
Digan lo que digan sobre las creencias políticas de Hillary, ella ha tenido una constante en su visión de la política exterior: siempre ha estimulado un enfoque intervencionista, sin complejos, que la ha convertido en la favorita de los halcones mucho antes de su elección como candidata.
Al igual que Negroponte, tiene su propia y reciente historia intervencionista en Honduras y ha apoyado tanto el TLC y el TPP (a menos que cambie de opinión acerca de este último). En estos temas son almas políticas gemelas.
Algunos dirán que el apoyo de Negroponte puede ser visto simplemente como el respaldo a Hillary por parte de figuras respetadas. Otros dirán que el apoyo de Negroponte no importa en realidad porque sólo es boato y no la señal de una futura política exterior.
Incluso si aceptamos esto, el hecho de abrazar y buscar el apoyo de un hombre que facilitó activamente durante años atrocidades que revuelven el estómago es particularmente indecoroso. Sobre todo cuando tanto los demócratas como la propia Clinton –con aire de suficiencia– han argumentado que su partido ha puesto en la picota a Trump por su elogio de los gobernantes autoritarios como Putin y Saddam Hussein.
“El elogio de Donald Trump a hombres brutales no conoce límites”, decía Clinton el mes pasado en una declaración. “Los cumplidos de caballero de Trump a dictadores brutales y las retorcidas lecciones que parece haber aprendido de su historia, demuestran lo peligroso que sería como comandante en jefe y lo indigno que es para la presidencia”.
Clinton golpeó a Trump al denunciar las palabras del millonario a favor de gobiernos autoritarios. Pero ella no tiene nada de qué ufanarse, porque buscó el apoyo de alguien como John Negroponte, que protegió a quienes llevaron a cabo terribles crímenes contra la población.
Branko Marcetic http://socialismo21.net/historia-de-uno-de-los-halcones-de-hillary-los-crimenes-de-negroponte/