Pero fue en «Planeta azul» (1971) donde hubo problemas con la censura por injerencia (sí, es con jota) directa del asesor religioso del -entonces así llamado- Ministerio de Información y Turismo, Rvdo. Santos Beguiristain -damos el nombre para saciar la curiosidad de los tiquismiquis- quien la consideraba peligrosa. ¿Motivo? La Teoría de la Evolución. Hubo también, a la sazón, artículos de un supuesto -acá su nombre ya es irrelevante del todo y no queremos ofender a su descendencia- ingeniero geógrafo aparecidos en la revista de carácter religioso «Roca Viva» (nunca supimos de ella). A estos personajes se debe sumar al entonces Director adjunto de TVE Luis Ángel de la Viuda, este ya más conocido para los que frisan la cincuentena (siendo director general de TVE, desde 1969 hasta 1973, Adolfo Suárez), reconvertido en «demócrata» y metido en los chanchullos de las televisiones privadas desde su aparición. Un «listo».
Al grano. En marzo de 1971, el burgalés Rodríguez de la Fuente -personaje singular, con carisma, muy caricaturizado e imitado por cómicos- fue requerido por los jefes de TVE para comunicarle que no podía volver a pronunciar la palabra «evolución» ante las cámaras ni repetir cualquier programa que versara sobre antropología o evolucionismo. Según él mismo, la postura de Televisión era «tan rígida e insólita que, en su último programa, dedicado al mar, la censura -dice Félix, al que tuteamos- me cortó dos frases: ‘el mar, cuna de la vida’ y ‘los cetáceos, mamíferos marinos que regresaron al océano’». El programa «Planeta azul», que se emitía los lunes a una hora de máxima audiencia (las 9. 30 pm) -me niego a decir «prime time»-, pasaría a los domingos a las siete de la tarde.
Para quien se piense que estamos delante de un ateo de tomo y lomo, diremos que un estrecho colaborador suyo en el, diríamos, «espíritu» del programa, el paleontólogo partidario de la evolución, Miquel Crusafont, expone todo el sentido finalista con que interpreta la evolución al describirla como la preparación del «advenimiento del Hombre (con mayúsculas) como el ser más perfecto de la Creación (también con mayúsculas)… un proceso que es producto de que Dios (acá ponemos mayúscula para no incurrir en falta de ortografía. Nota mía. NB) dejara a las causas segundas la posibilidad de la formación de las especies en el Planeta (la única mayúscula que se la merece) mismo». Va de suyo que en los años cuarenta, cincuenta y sesenta, en España (o el Estado español en otra latitudes y longitudes) apenas tenía cabida el pensamiento evolucionista (obsérvese que ni siquiera mencionamos ni de refilón a Darwin, y no por falta de ganas, sencillamente no hizo falta). Aún así, siempre hay rendijas por las que se cuela brisa divulgativa, sobre todo en Catalunya, para un movimiento evolucionista finalista-teilhardista (*) durante las décadas de 1950 y 1960. Por un lado, se aceptaba la explicación darwiniana de la selección natural, y por otro se rechazaba especialmente la influencia de la genética y el azar. Los teilhardistas españoles estaban encabezados por Crusafont.
Buenas tardes.
(*) Teilhard de Chardin (1881-1955), paleontólogo francés -incurso en un semiescándalo en el llamado caso de «El hombre de Piltdown», un supuesto descubrimiento -en los años diez del siglo pasado- del eslabón perdido entre el mono y el hombre que resultó ser un fraude, pero bastantes años después del timo, en los años cincuenta)-, filósofo y jesuita sinólogo (también se puede ser franciscano o dominico sinólogo, por supuesto, e incluso ser sinólogo sin hábito).
Según él, y muy sucintamente dicho, Dios está presente en cada partícula en forma de energía espiritual específica, que es motriz y orientadora de la evolución. Presenta el desarrollo del Universo como una serie de etapas de la evolución del espíritu que se realiza mediante la complicación de la materia. Interpretando la ciencia como variedad de la actitud religiosa hacia la realidad, Teilhard espera eliminar la contraposición entre la fe y el saber. ¿Entendieron?