Esos que ahora, para llamar la atención del personal como sea, son capaces de guardarse el sentido del ridículo -va en el guión y en el bolsillo- y montarse en un globo aerostático o ponerse a bailar en un programa de variedades (como la vicepresidenta Soraya) o ir de copiloto en un auto de rally y dar unas volteretas y salir diciendo, como el chiste del bilbaíno, «joder, oyesss, para haberme matado, menos mal que soy de Bilbao, ochesss» (Albert Rivera que, recordemos, ya empezó su campaña hace ocho años, en Catalunya, saliendo medio en bolas en los carteles electorales). O tocando -mejor dicho: «rasgueando», no exageremos, que este no es Mark Knopfler, precisamente- la guitarra en «Hormigueros» (y donde haga falta) como Pablo Iglesias o, desinhibido, con Risto Meijide, igual lo transcribo mal, que uno no suele ver estos programas. El que, de momento, no se atreve a dar la nota es el apolíneo Pedro Sánchez, pero por insípido e insustancial (los que somos guapos tenemos este defecto), aunque, ojo, fue él quien llamó al programa de telebasura de Jorge Javier, que no sé cómo se llama, el programa, digo, para decirle, en riguroso directo, que se dice, que no dejara (Jorge Javier) de votar al PsoE, que íbamos a quitar el festejo (?) del Toro de la Vega donde se martiriza de mala manera al bicho. No, alguno me dejaré en el tintero, pero no me olvido del catalán del PSC, Miquel Iceta, bailando -eso no es bailar, es hacer gimnasia- alguna canción: patético. Por no hablar, aunque este es otro rubro, pero afluente del mismo río, de los «tránsfugas» como Irene Lozano que del partido neofalangista UPyD de la egocéntrica -y otras cosas que me callo- Rosa Díez, se pasa al pesebre del PsoE como quien se cambia de camisa (lo de «cambiar de chaqueta» ya sabíamos, pero no conservabas el escaño en Las Cortes, te pirabas por un resto de vergüenza, pero no, tratando con sinvergüenzas, va a ser que no). Esta moda la puso en marcha el PCE yéndose muchos de sus diputados al PsoE (Enrique Curiel, Cristina Almeida, Rosa Aguilar e ttutti quanti), o al PP (Cristina Alberdi, el exsindicalista Fidalgo, Nicolás Redondo Terreros) o al «sursum corda». Ahora le llaman «fichajes», término prestado del «planeta fútbol» (o «furbo», que diría Villar), como el militar, al parecer cesado por «falta de confianza», o sea, por no ser lo suficientemente fascista que es lo que se pide a un militar español, que insinúa la caverna mediática, como si «Podemos» fuera un peligrosísimo partido bolchevique, en fin, esta gente a su bola y a seguir las consignas y a preguntar dónde está la taquilla para cobrar, que ha fichado en el «mercado de invierno» el inefable «Koletas». No se descartan nuevas sorpresas, permanezcan atentos, no se vayan («stay tuned, don’t go»).
¿Estaremos acaso anticuados los que decimos -igual sólo soy yo- estas cosas? ¿No sabemos ver que ahora han cambiado los tiempos y la forma de atraer votos -ah, o sea, que era eso que llaman, manda güevos, «caladero»-, el marketing, las técnicas y hasta las «afinidades electivas» que decía Goethe (aquí les he pillado en renuncio a estos «artistas», que ni saben lo que digo)? Es posible. ¿Todo vale para atraer el voto hipnotizando al ciudadano, que se dice, como un encantador de serpientes? Eso parece.
Lo que nosotros decimos, haciéndonos eco de alguna voz, es que estas abundosidades obedecen a una suerte de «farandulización» de la «política» (la política de verdad es otra cosa, y la revolución el grado máximo de la política, su máxima expresión y mayor orden que derrumba -porque solo no se cae- el desorden de la producción capitalista) donde se aparenta estar más en contacto con la calle, qué guay, qué modernos somos, eso sí, siempre que el numerito salga por televisión, que ahí está la gracia, de tenerla.
Otros, como Zygmunt Bauman, lo llamarían «política líquida», queriendo decir algo así como light, feble y deleznable, desvaído y desleído, descafeinado, vaya. Hubo, hace poco -un diputado del PNV-, que lo llamó «efebocracia» por la presencia de emergentes «políticos» jóvenes que salen en la tele (y, si no sales en la caja tonta, no eres nadie, es sabido y está comprobado). Algo de eso hay, sí, pero no es la edad, mucha o poca, lo que determina el fondo de la cuestión, esto es, ir a la raíz de las cosas, que eso es ser «radical».
En fin, los payasos de la tele antaño y estos hogaño. Voy a ver una de Joselito.
• ¡Cariño, hemos empequeñecido a los niños! ¡Y qué aires de superioridad, en sus sonrisas de mofa, ante las cosas serias! ¿Y su hambre y sed impuros, propios de animales de piara?: ¡Pues eso; que se sacian con un poco de pan y un montón de circo nauseabundo, como si de buitres se tratase! (Y que me perdonen los buitres, tan necesarios a la higiene de la naturaleza, que no sé porqué no nos liberan de malos olores, comiéndose vivos a determinados elementos: ¡Mala suerte!)
• Es inútil, amigo, le estamos hablando al viento, en vez de hablarle al hombre. Pero para hablarle al hombre, se precisa de una posición y arte adecuados, porque más que razonarle, se le deben dar órdenes. Y esa posición de cara a la moderna esclavitud: en la que los esclavos no se percatan de serlo, la ocupan los bandidos esos del Capitalismo, empresa de ladrones, comunes, disfrazada de "civilización". Porque esos que aquí describes, de excelencias no parecen tener nada y de comunes todo; pero eso sí, con todas las malas artes a su servicio.
• Me voy, después de hablarle a poco más que al viento. Una pena tanto arte derrochado, amigo.