La izquierda domesticada ha interpretado la purga burocrática emprendida por Trump y Musk como una medida “neoliberal” para adelgazar al Estado para engordar a las empresas privadas. Otros lo plantearon como un intento de reducir un déficit que ha alcanzado cotas insostenibles.
Desde ese punto de vista, los recortes han fracasado. El jueves pasado la Casa Blanca reconoció que la purga burocrática y los recortes presupuestarios sólo habían ahorrado 150.000 millones de dólares: menos del 0,5 por cien de la deuda total de Estados Unidos, que supera los 36 billones de dólares.
Naturalmente, el “neoliberalismo” de Trump es otro pretexto para engañar a los incautos. El gasto público ha seguido aumentando en comparación con los dos últimos años de la presidencia de Biden. Tres meses de Musk sometiendo a privaciones a la burocracia estadounidense no han logrado “nada”.
El error es suponer que la purga y los recortes sólo perseguían objetivos económicos y que el aparato del Estado tiene como misión prestar un “servicio público” o que encubre una privatización.
La depuración también tiene un propósito político: acabar con una red de instituciones parasitarias, como las seudoecologistas, que se habían convertido en un fin en sí mismas. Los recortes están sirviendo para engordar otra parte del gasto público en el que Estados Unidos necesita concentrarse: el militar.
Trump quiere aumentar el presupuesto militar del próximo año hasta el billón de dólares porque los recortes presupuestarios nunca afectan al ejército ni a la policía, que crecen sin freno ninguno.
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