Ramón Gómez de la Serna |
«Arbitrismo» –«arbitristas»– se decía en el siglo XVII de quienes proponían soluciones y/o remedios a los «problemas de España» (la de los Austrias) de tipo más bien económico, y no tanto filosófico-culturales que fue más propio de la «Generación del 98» (tras la pérdida de las últimas colonias españolas) convirtiendo el «problema de España» poco menos que en un género ensayístico, pero ya sin la «mala prensa», vale decir, que tenían los «arbitristas» del seiscientos (el siglo, no el coche).
Bueno, pues, se me ocurre proponer una solución al «problema catalán» (los problemas que no se arreglan y se enquistan acaban en conflictos irresolubles o en «pax romana», porque una cosa es un «problema» y otra un «conflicto», así como una mesa es una mesa, y un vaso es un vaso, que diría el philosopho de la escuela parmenídea Mariano Rajoy) y es la siguiente, que sonará extravagante y cachonda, pero no menos plausible que la de un arbitrista o una greguería tan celebrada por ocurrente en el café Gijón madrileño.
Sin perder más tiempo, hela aquí: expulsar del territorio ibérico a los catalanes todos, como se expulsó a los judíos por los Reyes Católicos en 1492 y cien años después a los moriscos (y a los nazaríes del Reino de Granada, que estos ni españoles eran, como es sabido), y si parece exagerada mi medida, pues se expulsa solo a los «independentistas» catalanes. Pero no por catalanistas o antiespañoles, sino por malos españoles o españoles que no saben que lo son. Y aquí paz y después gloria, que es la máxima y apotegma que resume y preside la política española desde que se expulsó -otra expulsión- a los soldados bonapartistas y a los «afrancesados».
Bonjour.