Diego Herchhoren
Las encuestas han sembrado el terror. Lo que los medios de comunicación llaman “extrema derecha” parece llevar adelante un ascenso imparable que, si nada lo remedia, puede hacer que el trío PP, Ciudadanos y VOX alcancen cuotas de poder institucional hasta ahora nunca vistas. Entre nuestra gente sobrevuela un fantasma: hay que ir a votar para evitar su ascenso. Quien hace esta afirmación normalmente es aquella persona que no se siente identificada con ninguno de los partidos alternativos a este trío, pero no se perdonaría que su abstención facilitara el ascenso al poder de las derechas.
Piensa que probablemente los partidos alternativos (PSOE o las diferentes marcas de Podemos) pueden ser mejor, y más fiscalizables por el electorado, y servir de dique frente a lo que llaman “el auge de la extrema derecha”. Sin embargo, las personas que hacen este análisis, honesta o interesadamente, pasan por alto la experiencia consolidada de cuatro años de “gobiernos del cambio”. No es Ana Botella quien llevará adelante la Operación Chamartín, como tampoco será Maria Dolores de Cospedal quien meterá en prisión a los 6 repobladores del pueblo okupado de Fraguas, en Guadalajara. Tampoco es cierto que un eventual gobierno apoyado por VOX suponga un deterioro en los derechos de las mujeres, o sino que se lo pregunten a las miles de ellas que acuden a cuarteles o comisarías y son disuadidas de ejercer sus derechos.
No es que exista un peligro de ascenso del fascismo. El problema es que el fascismo ya lo tenemos entre nosotros desde hace tiempo, y con mayor o menor ingenuidad, quien nos invite a votar para impedir su “ascenso” nos está indirectamente invitándonos a obviar esta realidad porque, en definitiva, ir a votar en abril y mayo será, lisa y llanamente, aplazar el problema otros cuatro años más.
Antonio Baños, dirigente de la CUP hasta hace poco tiempo, afirmaba que los cambios más trascendentales de una sociedad siempre vienen precedidos de sonoros actos de desobediencia. Rosa Parks no se presentó a las elecciones para cambiar la ley que obligaba a ceder su asiento a los blancos, simplemente se sentó en el lugar de los blancos.
Abstenernos en estas elecciones es una oportunidad de poner en evidencia que este modelo económico no nos representa porque, no lo olvidemos, ningún rico gobernante nos va a permitir que, con sus reglas, podamos hacer que deje de ser rico y deje de ser gobernante. La abstención no es una opción, es un ejercicio de desobediencia para quienes queremos cambiar las cosas, porque por desgracia, a muchas personas que padecen la precariedad de vida, los desahucios o la miseria, no pueden perder más tiempo pensando que esta vez, quienes defraudaron, no lo van a volver a hacer.