La imagen transmitida de la sociedad romana, especialmente la patricia, es la unos glotones hedonistas antiepicúreos (Epicuro era sobrio y comedido en todo, lo contrario de como lo han pintado): bacanales, orgías, banquetes, termas, farras y chuflas varias. Tal vez sucediera en la decadencia o en los tiempos de Petronio y su «Satyricon» que llevara sui generis Federico Fellini a la gran pantalla. Pero dudo que fuera la norma si hacemos caso, al menos, a Galeno (129 d.C.).
Nacido en Pérgamo (Asia Menor), en el 162 se traslada a una Roma plagada de medicuchos y charlatanes hasta que él impuso su prestigio, su doxa (no en sentido de «opinión»), como se dice en el juramento hipocrático. Su obra estaba pensada para un público culto y dirigida a las clases altas, aunque cuidaba las heridas de los gladiadores, como anatomista que era.
La higiene jugaba un papel muy importante en la Antigüedad, sobre todo en las clases altas. El galenismo recomienda no comer en exceso, no pasar frío, limpieza física y ropa inmaculada pensando en una armonía entre el cuerpo y el espíritu. Todo lo contrario del ideal monástico del Medievo occidental tendente a cuidar el «espíritu» en detrimento de lo corporal. La higiene vendría a crear las condiciones para un buen funcionamiento de la fisiología (el cuerpo y sus órganos).
Para Galeno -de quien no pretendemos hacer una hagiografía; Paracelso, por ejemplo, protoquímico (alquimista), que se pasó media vida recorriendo aldeas y alfoces recogiendo remedios de la abuela rozando la «brujería», puso chupa de dómine a Galeno -para éste, decíamos, seguidor de Hipócrates, el cuerpo humano está constituido por cuatro humores principales: la sangre, la flema, la bilis amarilla (melancolía) y la bilis negra (irascibilidad, pero no necesariamente mala ostia u hostia, con hache). Luego estarían las cualidades elementales como calor, frío, humedad… La perfecta salud prevalecía cuando los humores se encontraban correctamente equilibrados y la enfermedad resultaba del exceso o defecto de estos humores o del aislamiento de uno de ellos con relación al resto. El objetivo de la higiene debía ser el mantenimiento del equilibrio normal entre los humores y sus cualidades mediante la prescripción de dosis adecuadas de alimento, bebida, sueño, vigilia, fornicio, ejercicio, masajes, etc.
Los antiguos médicos ya sabían que cada individuo es diferente y que frente a idéntico estímulo o lesión, distintos individuos (¿pacientes?) pueden reaccionar de modo distinto. Creían en lo que hoy llamaríamos «tipos psicosomáticos» dizque los gordos son benevolentes y pacíficos, los flacos somos unos hijoputas coléricos y así. Tenían en cuenta las estaciones del año, el clima de cada zona, como los campesinos, que era casi todo el mundo.
La teoría de los cuatro humores todavía está vigente en Oriente. Como se ha dicho, la higiene de Galeno era abiertamente aristocrática, dirigida a las clases ociosas de su época. Y no precisamente a esclavos, campesinos, artesanos o mercaderes.
El hábito de los baños, las famosas termas, o saunas, eran eso: baños y además campos de deporte, piscinas, gimnasio, salas de lectura y bibliotecas. Todo eso se fue al guano con el cristianismo medieval, un cristianismo democrático y antipagano que negaba las estructuras de clases prometiendo el paraíso a los humildes y también aquello tan paulino, tarsiotapaulino, del que no trabaja, no come. Cualquier persona está enferma sin Cristo, no son necesarias ni dietas ni ejercicios salvo el agua bendita del bautismo. Todos los paganos están enfermos y la Iglesia es el Hospital que los cura. ¿Cómo? Orando, la mejor medicina. Claro que, según la tradición judaica, el cuerpo era el receptáculo del alma y, por lo tanto, no era cosa de descuidarlo mucho.
Sir John Harington (1561-1612), ahijado de la reina Isabel I, educado en Eton y Cambridge, es el inventor moderno del water closet (W.C.). En Salerno hubo una escuela médica laica, independiente de curas y frailes. El vino de salvia era un vino medicinal (como el «vin Mariani» que chiflaba a los Papas, precedente de la Coca Cola) que viene a ser nuestro vermouth, o vermú, o sea, un aperitivo. Se entiende que libado con moderación, no como Luis Buñuel, gran aficionado, como se sabe.
La gente iba viviendo más años. Aparecen tratados De vita longa. Aquí entran Paracelso, Marsilio Ficino y, sobre todos, Luigi Cornaro, que vivió 98 años, predicando moderación, sobriedad y frugalidad este patricio veneciano. Su regla de oro: come sólo lo necesario.
Ahora, y para acabar, viene Johan P. Frank (1745-1821) y su principio: la miseria del pueblo, madre de todas las enfermedades. Déspota ilustrado, exhorta en favor no tanto de reformas sanitarias como sociales y económicas. El problema de la salud, para él, es un aspecto de problemas más amplios como los socioeconómicos. Atacó la vida disoluta en el ejército, y, también, el celibato en el clero. Insistió en que las prostitutas se recluyeran en casas de citas para evitar las enfermedades venéreas. Su reputación era mundial.
R.Virchow, ya en el XIX, en pleno darwinismo, impondrá aquello de que prevenir es mejor que curar…
Hasta hoy con estados de alerta, leyes marciales y lavados (pilatescos) de manos.
Bon voyage.