¿Se han preguntado ustedes alguna vez por qué se conoce a los árbitros de fútbol españoles por sus dos apellidos? Eso sólo pasa aquí. El árbitro -murciano- Ángel Franco Martínez ya era uno de los más prestigiosos cuando una tarde, a principios de los años setenta del siglo pasado, le convocaron en el piso del canónigo de la catedral de Murcia. Debía asistir a una reunión sobre el partido Real Sociedad-Athletic de Bilbao que tenía que pitar ese fin de semana en el estadio de Atocha donde se jugaba el derby vasco. El trencilla -que diría Matías Prats Sr. o Miguel Ors- pensó que lo citaban para «comprarlo» o algo parecido (los árbitros en el Benito Villamarín, por ejemplo, cuando se iban a cambiar en el vestuario minutos antes del partido, se encontraban con un Rolex en el cajoncito de la mesa: lo podías coger o no, nadie te obligaba). Pero no. Ya en tierra vasca un sacerdote y el secretario del ministro de la Gobernación (hoy Interior), Tomás Garicano Goñi, le «sugirieron» que se pusiera enfermo. No entendía nada hasta que cayó en la cuenta de que en aquella época se estaba celebrando un consejo de guerra en Burgos contra varios miembros de ETA, el célebre «Proceso de Burgos» de 1970. El referé fingió lesionarse en un entrenamiento, «¿qué iba a hacer?», se preguntó.
Era imaginable, y no digamos en una final de Copa del Generalísimo con la asistencia del general Franco en el palco, que le dedicaran gritos desde las gradas, pero esta vez al árbitro Franco Martínez, de «Franco, hijoputa», «Franco, cabrón» -lo típico en cualquier partido con un público bravo y no de tenis, ¿no es cierto?- lo que llegaría a oídos del Caudillo. Eso no podía ser. A partir de entonces, a los trencillas había que conocerles por sus dos apellidos, como sucede en la actualidad con los Undiano Mallenco o antes con Díaz Vega, Iturralde González e incluso el difunto Guruceta Muro o el pizpireto Andújar Oliver. Antes se les conocía por su primer apellido citando, no siempre, pero sí con frecuencia, su nombre de pila: (Pedro) Escartín, por ejemplo, o (Juanito) Gardeazabal. La irrupción en los rotativos de un joven árbitro de apellido Franco podía prestarse a frases maledicentes y/o ambiguas en crónicas como «Franco (el árbitro) es muy malo», «Franco se cargó el partido», «Todos culpan a Franco» y sentencias similares que facilitaban las críticas veladas al dictador lo que motivó que, en adelante, se les llamara por sus dos apellidos, ya se dijo, y sin excepción.
España, el Estado español, es el único país donde a los árbitros de fútbol se les borra el nombre de pila y se les coloca el apellido paterno y materno. Franco tuvo la culpa, pero no el árbitro pimentonero, sino el Generalísimo: «cuando arbitraba en el extranjero, me llamaban simplemente Martínez», decía… Franco Martínez.
Suena a coña y chirigota, pero cosas veredes, oiga.