El 17 de noviembre del año pasado un hombre borracho fue detenido en el andén de una estación cuando la policía le pidió la documentación y empezó a gritar que Francia “no debió bombardear Siria”, amenazando con “volarlo todo”. Fue condenado a dos meses de cárcel.
Aquel mes se produjeron 225 condenas en Francia por motivos similares. Los juicios son una especie de consejos de guerra parecidos a los que aquí celebraba el franquismo. Les llaman “juicios inmediatos” porque se celebran en 24 horas. El abogado apenas tiene tiempo de leerse los papeles. Ni falta que hace.
Uno de ellos era un hombre que viajaba en el tren sin billete. La policía le pidió la documentación y empezó a proferir que no hay que extrañarse de que la gente muera con Kalashnikov como si estuvieran locos. Cuatro meses de prisión.
En Francia este tipo de delitos se aprobaron en la ley de prensa de 1881 y en 2014 pasaron al Código Penal. Ya no sólo se aplican a los periodistas sino a todo el mundo.
Para las ONG que hablan de los presos de conciencia, Europa no existe. Aquí no hay delitos de opinión. Más de una tercera parte de los presos ni siquiera han llegado a la mayoría de edad y ya han pasado por la cárcel.
En diciembre del año pasado a otro borracho le cayó un año de cárcel por gritar que él era Salah Abdeslam, uno de los autores de los atentados de París, cuando salía de una discoteca.
Uno de esos presos de conciencia es un español de 19 años al que detuvieron en Hendaya. Estuvo un mes encarcelado por escribir en Facebook “¡Muera Francia! ¡No merece otra cosa!”
La apología del terrorismo es como todo: depende. Si dices que hay que matar a los judíos, no cabe duda de que vas a la cárcel, pero si dices que a quien hay que matar es a los musulmanes es posible que llegues a ser diputado del Parlamento Europeo.
Sí, Francia se ha radicalizado; cada vez se parece más a la España franquista.