Hay, al menos, dos reacciones ante el anuncio de ETA de desarmarse: los que la creen pero, para guardar las formas, como la Izquierda Abertzale Oficial, piden algún gesto a los gobiernos, sobre todo al español puesto que el francés no hará nada que no le diga e instruya el español, en relación al acercamiento de los presos políticos a sus lugares -a las cárceles, nada de amnistía- de origen para poder vender algo a su parroquia y salvar la cara y la pose, y los que simulan no creer a la banda pero saben de sobra que ETA no miente y su voluntad de desarmarse «unilateral e incondicionalmente» es clara, nítida y diáfana, pero hacen como que no se lo creen para cumplir con el papel que les toca y poder forzar a la banda a que dé más pasos: casos sin resolver y hasta que se entreguen en persona he llegado a oír. Ambas «facciones», vamos a denominarlas así, están de acuerdo en lo fundamental: que se desarme y que se disuelva y ello, repetimos porque es importante, «unilateral e incondicionalmente», esto es, nada de oír hablar de los presos, cuestión que queda al albur del Gobierno y sus caprichos aplicando, eso sí, «la ley». Ni por supuesto hablar de las causas del «conflicto»: sólo de las «consecuencias» del «terrorismo» de una parte, la de ETA, la otra no existe. Es aquí donde Otegi, por ejemplo, incide siempre, en las «consecuencias del conflicto». Los presos son una consecuencia de ese «conflicto», ¿o no?, y la más clara, aparte las víctimas, pero no parece que cuenten mucho y allá se las compongan buscando salidas personales, «vías Nanclares» o se decidan a arrepentirse y delatar a sus compañeros. Lo importante es que ETA, que ya llevaba cinco años sin actividad armada ofensiva, se desarme y se disuelva como si fuera un azucarillo en ácido sulfúrico, como decían los «grises» (Policía Armada, hoy Nacional) antes a grupos de personas: «circulen, disuélvanse».
También se va observando cómo ya hasta «la caverna» va dándose cuenta del papel de un renegado como Otegi en la disolución de ETA, y de llamarle «filoterrorista» -todavía lo hacen los más energúmenos tipo Carlos Herrera o Jiménez Losantos- pasan a «reconocerle» sus «méritos». Sintomático. Y es que el rey va desnudo, sigue yendo en bolas, lo pinten como lo pinten.
Menos mal que los vascos tienen un tesoro: la “sociedad civil”.
Bona tarda.