Las operaciones de guerra psicológica son un elemento esencial que prepara las condiciones sociales para la guerra. Se diseñan para influir en la percepción y la toma de decisiones de una población entera. Y para transmitir un sentimiento bélico a una población que no percibe ese clima, hay que «sensibilizarla» de muchas maneras.
Las operaciones de guerra psicológica, o psyops según el lenguaje de la CIA, se apoyan en principios de psicología cognitiva, principalmente en la teoría de la persuasión de la ruta central y la ruta periférica. Esta teoría se basa en que hay dos formas de explicar la guerra a una población: la ruta central exige una ponderación y una reflexión, y la ruta periférica se basa en la persuasión sensitiva.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Carl Hovland investigó exhaustivamente la persuasión para el ejército estadounidense, y se convirtió desde su cátedra en la Universidad de Yale en uno de los mayores expertos en manipulación de masas para la guerra. De este trabajo surgió un modelo llamado enfoque de cambio de actitud de Yale, que describe las condiciones bajo las cuales las personas tienden a cambiar sus comportamientos.
La ruta periférica es una ruta indirecta de las operaciones de guerra psicológica que utiliza señales externas para generar inquietud en la población diana. En lugar de centrarse en los hechos y la calidad de la información, la ruta periférica se basa en asociar las características de algo en función de las sensaciones que nos genera. Por ejemplo, hacer que un atleta popular anuncie calzado deportivo.
En el caso de la guerra, el clímax bélico se desarrolla de manera muy similar. Para que la población entre en pánico por una guerra y un enemigo que no conoce, como ocurre con la población española respecto a Rusia, es necesario entrenarla para una escalada bélica. La estadística española muestra que la guerra que la OTAN quiere desarrollar contra aquél país forma parte de los últimos puestos de preocupación entre la población. Rusia es un país lejano, desconocido, que no genera emotividad alguna en la población, más allá de la retórica de las películas de James Bond.
Para generar el clímax de guerra hace falta enemigos más cercanos, y Marruecos es el aliado perfecto para esta operación. Se trata de un país que ha sido siempre la principal hipótesis de conflicto de la historia militar española, y los últimos acontecimientos apuntan a una escalada programada que, bien trabajada por los medios de comunicación, tiene todas las papeletas de la psyop necesaria para ese fin.
La OTAN tiene decidida una guerra a gran escala contra Rusia, y necesita lobotomizar a la población del continente para que colabore con ella sin rechistar. Cada país europeo tiene sus fantasmas que, convenientemente agitados, pueden conllevar apoyos al menos en el corto plazo. Francia, el yihadismo; Alemania, la propia «amenaza» rusa; Italia, la inmigración, y así sucesivamente.
En el caso español, sin embargo, si buscamos la palabra «marruecos» en las tendencias de búsqueda de Google y las comparamos con palabras como «ucrania» o «rusia» veremos que las estadísticas son imbatibles: el interés de los internautas españoles es Marruecos.
En las últimas semanas ha comenzado una escalada militar en el archipiélago canario que no debería pasar desapercibida, a cuenta de la reivindicación marroquí sobre la gestión del espacio aéreo del Sahara Occidental, actualmente administrado por el ente público español Enaire. Los ejércitos de ambos Estados llevan realizando durante el mes de marzo maniobras en las proximidades del archipiélago que han conllevado incluso una solicitud de explicaciones por parte del gobierno insular.
Otro ejemplo de la escalada es la reciente acusación, en clave de novedad, de que el Reino de Marruecos colabora con el narcotráfico, circunstancia conocida y aceptada por el lado español desde hace décadas, y donde las operaciones antidroga siempre traen detenciones a partes iguales entre ciudadanos marroquíes y agentes aduaneros o de la Guardia Civil.
También la carrera armamentística del país alauí es motivo de ríos de tinta, donde la cúpula militar española ha advertido en varias ocasiones de sus preocupaciones por estos hechos, sin hacer mención la sesuda cúpula que una parte importante del material entregado se fabrica en España.
La lista de supuestos agravios marroquíes a España también se extiende a materias como la inmigración o la responsabilidad de la crisis del campo español (a pesar de que el capital de las empresas que allí operan sea 100% patrio).
Pero esto no quiere decir que Marruecos y España entren en guerra. Marruecos es un socio estratégico de la OTAN, y España es un Estado miembro.
Al igual que pasó con la opereta del Islote de Perejil del año 2003, la finalidad que tiene una eventual escaramuza pseudo bélica es persuadir a una población como la española, poco acostumbrada al clima guerrero, de que es necesario arrimar el hombro y no cometer así el error del gobierno de Jose María Aznar, que se involucró en la guerra de Irak sin los preliminares necesarios.
Solo falta un acontecimiento clave o alguna clase de disparate en cualquier lado de la frontera para que la operación salga bien, y convencer a la población de que estamos en guerra, aunque no conozcamos el enemigo.