Sin embargo, la salud pública y, en consecuencia, las epidemias siempre fueron un elemento primordial de los ejércitos, al menos desde los tiempos de Napoleón que fue el primero en vacunar masivamente a los soldados del Gran Ejército antes de intentar el asalto de Rusia.
Cuando hablamos de “salud pública” nos referimos a la tropa y a los caballos, que en tiempos pasados fueron un instrumento de guerra. Por eso los primeros cuerpos de veterinarios eran oficiales del ejército y los mejores estudios sobre epidemias procedían de ejército, ya que su prevención formaba parte del potencial bélico. De ahí también que los CDC en Estados Unidos formen parte de la guerra moderna y, por extensión, la mismísima Organización Mundial de la Salud.
En la entrada de ayer no desarrollamos una parte del informe de la CIA que concernía a la farmacia, que es otro de los capítulos fundamentales que explican los delirios de la sanidad moderna. Como es natural, la CIA no aludía a las grandes multinacionales farmacéuticas sino a los propios fármacos, que en una sociedad capitalista no sólo son mercancías, sino “material estratégico”, lo mismo que el plutonio, por poner un ejemplo.
Desde hace años una de las preocupaciones fundamentales de la CIA es que Estados Unidos (y otras grandes potencias imperialistas) importan los fármacos de China y, por lo tanto, dependen de China en aspectos que son fundamentales en una guerra.
En sus informes la CIA destaca que los fármacos no sólo son mercancías y no se pueden dejar en manos del “libre mercado” porque si algo ha dejado claro la pandemia es que sólo aquellos países que han sacado a los fármacos del puro negocio (Rusia, China, Cuba, entre otros), han demostrado ser capaces de hacerla frente.
Pues bien, lo que decimos de los fármacos se puede hacer extensivo a cualquier otro material sanitario, incluidas mercancías tan simples como las mascarillas quirúrgicas. Todo se fabrica en China y todo depende de China, que es uno de los pocos países que puede suministrar material sanitario de cualquier tipo al mundo entero.
Esta mañana lo volvía a poner de manifiesto un medio vinculado al ejército canadiense: en su “lucha contra Beijing”, Estados Unidos se enfrenta a la “cruda realidad” de que “depende desesperadamente del equipamiento chino para luchar contra la pandemia”.
El resto del artículo es una pura intoxicación contra China, otra más, asegurando que la pandemia ha tenido allá su origen, que el gobierno de Pekín ha mentido sobre ella, que ha habido muchos más muertos, que no ha habido transparencia, etc. La propia OMS ha asegurado que es falso, pero los altavoces del imperialismo van a seguir a lo suyo en lo sucesivo.
Estados Unidos reniega de China porque depende de China en aspectos tan básicos como el material sanitario. El capitalismo ha quedado sorprendido en su propia trampa y suenan de nuevo los clarines del keynesianismo y las diatribas contra la “globalización”, el “neoliberalismo” y demás, multiplicadas por el Partido Demócrata, cada vez más proclive a la autarquía, el déficit y el New Deal (el verde y el rojo).
“Necesitamos nuevas políticas para poner fin a la excesiva dependencia de nuestras cadenas de producción de China, especialmente para productos clave como las vacunas”, acaba de decir un sujeto tan característico como John Bolton, del Partido Republicano. Por su parte, el senador republicano Tom Cotton propone prohibir todas las importaciones de ingredientes activos para la industria farmacéutica de China a partir de 2022.
Este es el tipo de mensajes que vamos a empezar a escuchar en todo el mundo, especialmente en boca del progrerío y los “izquierdistas”, que se van a convertir en dominantes. Además, en lo sucesivo los altavoces van a repetir hasta el hastío el mensaje antichino, con y sin pandemia, aunque la raíz del asunto es, evidentemente, económica: China se ha puesto a la cabeza del mundo capitalista y el bloqueo de las grandes potencias imperialistas trata desesperadamente de invertir una situación que es, por sí misma, irreversible.
China produce casi la mitad de las importaciones de mascarillas quirúrgicas de Estados Unidos, que ahora padece una escasez crítica. Frente a la pandemia, tanto si es real como si es ficticia (a estos efectos da igual), los países asiáticos, en general, han logrado lo que los occidentales no pueden, viéndose obligados a pedir ayuda, algo que su soberbia imperialista siempre les impedirá reconocer, recurriendo a las peores artes periodísticas que conocemos desde hace décadas, como destacar la “mala calidad” del material chino.
Si algo tan simple como una mascarilla se ha convertido en un problema serio, la cuestión de las materias primas necesarias para la producción de fármacos es dramática. Estados Unidos importa más del 80 por ciento de los ingredientes farmacéuticos más elementales, que se elaboran en China e India.
La ola de histerismo ha conducido a que unos gobiernos roben material sanitario a otros en las mismas pistas de los aeropuertos de China o de otros países en los que hacen escala, que sobornen al personal de vuelo para que se desvíen de su ruta y a bochornosas subastas de contenedores en los hangares. Estamos asistiendo al espectáculo de la competencia capitalista más descarnada en vivo y en directo. Nunca se había visto a los embajadores, cónsules y diplomáticos occidentales corrompiendo a las empresas de logística chinas para apoderarse de un equipo sanitario y de laboratorio que ya estaba vendido y pagado por otro país. Otros, como Israel, han recurrido al Mosad y a sus redes de espías para robar directamente material sanitario de los depósitos chinos. En medio de la desesperación, los gobiernos han enviado policías y militares para escoltar los cargamentos sanitarios y asegurar su llegada.
La tele no informa de estas cosas tan poco aleccionadoras, para las cuales la palabra “histeria” ya no resulta suficiente. Algunos países de la Unión Europea han prohibido la exportación de material sanitario y han lazando a los espías a confiscar los almacenes donde suponen que hay depositados contenedores con jeringuillas, suero, guantes, ventiladores…
A su vez, la prohibición de exportaciones ha desatado protestas de otros países, como Suecia, que dependen de ellas, convirtiendo a la Unión Europea en un circo muy mal avenido. Es la guerra de todos contra todos.