¡Amemus patriam! Serventesio patafísico a lo Jarry (II)
¡Y nosotros sin saberlo! ¡Inaudito! Tuvo que ser el propio Guicciardini, poco amigo de España, el que declarara que de nuestros puertos se exportaban lanas y sedas magníficas. En 1311 se constituye en Barcelona el gremio de curtidos -en París tres siglos después, para que se chinchen-; los cueros de Córdoba inician los famosos cordobanes. Plinio ensalzó ya nuestra tintorería con almagro, cochinilla, campeche y añil. La glíptica se conocía aquí seis siglos antes de Jesucristo sobre ágata, azurita o serpentina. ¿Mencionaré las ingeniosas máquinas ideadas por Juanelo Turriano? El alfabeto se inventó por Argantonio, monarca de los tartesios o turdetanos 650 años antes de Cristo. San José de Calasanz establece en el mundo la enseñanza primaria gratuita en 1550 al fundar el Colegio Mayor de la Presentación, trece años antes de que el Concilio de Trento acordase la creación de seminarios para estudiantes pobres. Los capellanes castrenses dirigen las Escuelas de analfabetos en los distintos Cuerpos del Ejército. Francisco de P. Martí, natural de Játiva, idea la taquigrafía española. ¿Quién enseña a los sordomudos en el siglo XVI sino fray Pedro Ponce? ¿Y a los ciegos? Alejo de Venegas.
Imaginaros por un instante que estáis en un concurso televisivo, y en lugar de preguntaros de qué color es el caballo blanco de Santiago, os dicen ¿no es cierto que Torres Naharro inventó 150 años antes que Boileau los preceptos poéticos? Y vosotros contestaréis que sí, que por supuesto, que faltaría más. Y acertaréis. ¿Hablamos de prosistas? Sería abusar, pero ¿se sabe que fue el cerebro pujante de Hervás y Panduro de dónde salió la filología comparada al establecer la familia de lenguas malayas y polinesias, mucho antes de Guillermo de Humboldt? Eso por no recordar que la crítica literaria nace y descuella con Vives, Fox Morcillo, Larra, y la histórica con Menéndez Pelayo quien, a todo esto, no le hacía ascos a pavonearse entre salones regios y aristócratas y otros de más bajo jaez. ¿Acaso se sabe algo de nuestra riqueza paremiológica (refranes, adagios) reproducida por Sbarbi y Haller? ¿Y qué me decís de la literatura enigmística cifrada en acertijos y adivinanzas? ¿Hablaré de la numismática de Antonio Agustino, del siglo XVI, cuyo libro aún pagaban los ingleses a peso de oro hace cien años?
Antes de pasar a otro interesantísimo capítulo de esta apasionante historia que humildemente redacto en provecho de los jóvenes -y jóvenas-, pido perdón por dejarme en el tintero los discursos del divino Arguelles, que superó a Mirabeau; de Donoso Cortés, que elegiría -decía- a la noble dictadura del sable antes que a la del plebeyo puñal, y Ríos Rosas, de los Olózaga, Nocedal, Aparisi Guijarro, de un Castelar o Pidal, Moreto, Vázquez de Mella, de Martos, Cánovas, Silvela, Maura, Canalejas, pura escuela de Areópago. Por no remontarme a los españolísimos oradores Osio, Séneca o Quintiliano.
A riesgo de cansar al amable lector, pero honesto con él, no puedo dejar de decir que antes del siglo XII era ya famoso el Colegio de Música de Montserrat, modelo reproducido luego fuera de la Península. La cátedra salmantina daba profesores al extranjero y es aquí, en España, donde se idearon diversos instrumentos músicos o musicales. Por ejemplo, la guitarra, típica de los moros cordobeses, y que los latinos llamaran cítara hispana. El tambor es usado desde el siglo X, del árabe «al-tambor». La gaita, la dulzaina. El acordeón-clarinete fue tomado por los españoles de Manila. La chirimía es antiquísima.
Me salto, por obvio, la pintura y la escultura española para detenerse en la arquitectura y recordar que fue Cerdá quien motivara con su «Teoría general de la urbanización» la Ley de Ensanches de 1864. Fue de España, cómo no, que aprendieron Francia, Alemania, Inglaterra, Italia el empedrado de las calles, su vigilancia y limpieza, darles nombre, las chimeneas, acristalamiento de ventanas y canalones en los aleros. Ya Felipe II estableció el servicio de incendios, Carlos III, que pasa, y es verdad, por ser el modernizador de Madrid, el alumbrado público. También se inauguran las «ciudades-jardines». Y mientras, señores, Europa, en bragas. ¡Así se escribe la historia!
Europa en bragas y, mientras los chinos construían palacios, comiendo bellotas por los bosques. ¡Cómo cambian los tiempos: ahora ya no me atrevo a soltar alabanzas a su favor, por lo que «al parecer» imponen de dictadura y falta de libertad a su población.