La misma palabra “propaganda” es objeto de rechazo, lo mismo que “panfleto”, porque, con el tiempo, la burguesía ha educado pacientemente a los lectores en un determinado tipo de periodismo: el que ella fabrica.
Podríamos enumerar una serie de rasgos característicos que demandan los lectores y la burguesía oferta en sus medios: neutralidad, imparcialidad, objetividad, veracidad, independencia… Incluso los canales de la burguesía alardean de ello, con el típico subtitulo por debajo de la mancheta: diario independiente de la mañana, información veraz…
Aquí como en otros terrenos, en dos siglos la burguesía le ha dado un giro completo al periodismo que, además de tener un punto de vista de clase, siempre fue un instrumento partidista. Los periódicos nacen siendo panfletos, hojas sueltas y volantes de una u otra facción de la burguesía, y lo mismo se puede decir de la prensa obrera.
Con el tiempo la burguesía esconde la verdadera naturaleza de sus medios de propaganda y arrastra tras de sí a ciertos grupos de la clase obrera, que quieren imitarla y ponerse por encima de las clases, de la lucha de clases, de las contradicciones y de los intereses materiales que bullen en una sociedad.
La información, dicen, hay que contrastarla. Cuando unos obreros se declaran en huelga, también hay que mostrar la opinión del capitalista. Cuando los imperialistas agreden a un país, hay que exponer también las razones que tienen para hacerlo, cuidando siempre de no tomar partido.
El planteamiento burgués se fundamenta en una concepción, que es puramente ideológica, y que también ha logrado imponer de una manera aplastante: la diferencia entre la información y la opinión, donde la primera no es cuestionable, a diferencia de la segunda.
En fin, el prototipo de lo que la burguesía entiende por “información” es tan conocido como falso, empezando por la concepción de la noticia como mercancía y negocio, lo que han llevado a los canales a convertirse en una industria diferente: la de la publicidad, la imagen y las relaciones públicas.
El proletariado no engaña ni -por su posición de clase- puede hacerlo, por un motivo muy fácil de entender: no podría hacerlo sin engañarse a sí mismo como clase social. La burguesía y sus medios no se dirigen a un lector determinado sino que tratan de influir en toda la sociedad, incluidos sus enemigos de clase. La prensa proletaria es abiertamente partidista y de clase: se dirige a sí misma. Los autores son al mismo tiempo lectores.
Es una redundancia asegurar que la prensa obrera es veraz; si no lo fuera se perjudicaría a sí misma, a su causa. Por eso decía Lenin que “la verdad es siempre revolucionaria”. Eso es algo que, además de la revolución socialista, se puede predicar igualmente de todas y cada una de las causas que defiende el proletariado: la lucha contra el imperialismo, el fascismo, la defensa de la mujer trabajadora, de la paz, de la ciencia o de la cultura progresista.
Lo que otorga veracidad a la prensa obrera es la propia posición del proletariado en la sociedad moderna con una tarea de naturaleza histórica: como clase el proletariado no tiene nada, no defiende intereses mezquinos. Su labor es la de encabezar una revolución socialista y no puede hacerlo si su comprensión del mundo no es correcta y científica.
No se puede cambiar el mundo sin conocerlo de manera precisa. En esa tarea la prensa desempeña un papel fundamental porque no se trata de un análisis de laboratorio sino de una tarea colectiva que concierne a miles de obreros y revolucionarios y se lleva a cabo sobre la marcha. La teoría va ligada a la práctica.
A través de sus diferentes medios de comunicación (octavillas, prensa, folletos, internet, redes sociales) el proletariado muestra uno de los rasgos característicos de siempre: la discusión, la polémica y el debate. Es la manera en que avanza el pensamiento revolucionario. En su prensa, pues, el proletariado habla en voz alta y dialoga consigo mismo. Ni engaña ni se engaña.