Apasionante el artículo que publica Yuri Rubtsov, profesor de la Universidad Militar del Ministerio ruso de Defensa (*). Los documentos secretos que pone encima de la mesa demuestran que los imperialistas aún no habían acabado una horrible guerra y ya estaban haciendo planes para la siguiente.
Cuenta Rubtsov que poco después de acabar la Segunda Guerra Mundial, en mayo de 1945 el mariscal Zhukov estaba en Berlín tratando de cumplir con uno de los acuerdos aprobados por los aliados en las reuniones que celebraron en plena guerra: desarmar y disolver a las unidades militares alemanas y enviarlas a los campos de prisioneros.
Incumpliendo dichos acuerdos, Gran Bretaña estaba haciendo todo lo contrario: estaban preservando la capacidad de combate de las unidades militares del III Reich. La inteligencia militar soviética había captado un telegrama secreto enviado por Churchill al mariscal Montgomery, comandante de las fuerzas británicas, en el que le encomendaba recoger el armamento alemán y conservarlo preparado para devolvérselo a los nazis en el caso de que continuara la ofensiva soviética en Europa.
Por dicho motivo, en el Consejo Aliado de Control, compuesto por Estados Unidos, Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia, Zhukov protestó contra las actividades británicas. Dijo que la historia del mundo conocía pocos ejemplos de una traición de esas dimensiones y que Gran Bretaña se negaba a respetar los compromisos contraídos con el resto de naciones que, además, eran sus aliadas. Por su parte, Montgomery negó las acusaciones, aunque algunos años más tarde admitió que eran ciertas y que había recibido instrucciones en tal sentido y las había ejecutado.
Desde 1917 Churchill estaba obsesionado por la revolución socialista, a la que consideraba como un peligro mortal para el “mundo libre” y quiso abrir un frente en el este para contener la ofensiva soviética contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Consideraba la caída de la Alemania nazi como una amenaza y pretendió que fueran las tropas británicas las que tomaran Berlín y que fueran los estadounidenses los que liberaran Checoslovaquia y Praga, mientras que Austria quedaría controlada por todos los aliados en pie de igualdad.
En abril de 1945 Churchill encargó al Estado Mayor de su ejército la Operación Impensable, nombre en clave de un conflicto de las potencias occidentales con la Unión Soviética cuyo objetivo era “imponer a Rusia la voluntad de Estados Unidos y del Imperio Británico”. El 1 de julio de 1945 era fecha prevista para la invasión de la Europa ocupada por el ejército soviético. Por lo tanto, cuenta Rubtsov, ya en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, Churchill se preparaba para atacar a la Unión Soviética por la espalda.
La Operación Impensable pretendía desencadenar una guerra total para ocupar aquellas regiones de la Unión Soviética que hubieran tenido una importancia crucial en su esfuerzo bélico, a fin de dar un golpe decisivo a las fuerzas armadas soviéticas, haciendo imposible que la Unión Soviética pudiera continuar los combates.
El plan también tenía en cuenta la posibilidad de que el ejército soviético iniciara una retirada estratégica al interior de su territorio, siguiendo tácticas militares que ya habían utilizado en las guerras precedentes.
Dichos planes fueron estimados irrealizables por el Estado Mayor británico, dada la superioridad numérica de las fuerzas terrestres soviéticas, en una proporción de uno a tres en Europa y en Oriente Medio, a donde también alcanzaría la agresión contra la Unión Soviética. Por dicho motivo, Gran Bretaña necesitaba contar con las unidades del III Reich recién derrotadas.
El gabinete de guerra declaraba: “El ejército ruso ha desarrollado un alto mando capaz y experimentado. El ejército es extremadamente robusto, vive y se desplaza con medio de supervivencia más ligeros que todos los ejército occidentales y emplea tácticas audaces fundadas en gran parte en el desprecio de las pérdidas para la realización de su objetivo. El equipo ha mejorado rápidamente durante la guerra y ahora es bueno. Sabemos lo suficiente sobre su desarrollo como para asegurar que no es, ciertamente, inferior al de las grandes potencias. La facilidad que los rusos han demostrado en el desarrollo y la mejora de las armas y los equipos existentes y en su producción en masa, ha sido chocante. Ha habido casos conocidos en los que los alemanes han copiado las funciones básicas del armamento ruso”.
Los planificadores británicos llegaron a una conclusión pesimista. Efectivamente, el informe declara: “Si nosotros nos lazamos a la guerra contra Rusia, debemos estar preparados a comprometernos en una guerra total, que sería a la vez larga y costosa”. La superioridad numérica de las fuerzas terrestres soviéticas dejaba poco margen para el éxito. La evaluación, firmada el 9 de junio de 1945 por el jefe de Estado Mayor del ejército, concluye: “Está más allá de nuestro alcance lograr un éxito rápido pero limitado y nos veremos comprometidos en una guerra prolongada con posibilidades muy aleatorias. Por otra parte, esas probabilidades se convertirían en fantasías si los americanos se abandonan y se comportan de manera indiferente, atraídos por la guerra en el Pacífico”.
El 8 de junio el Primer Ministro recibió una copia del informe. Como era sagaz, Churchill no podía hacer gran cosa, dada la superioridad del ejército soviético. Incluso con una bomba nuclear en la despensa del ejército estadounidense, Harry Truman, el nuevo Presidente americano, tuvo que tenerlo en cuenta.
En un encuentro con el ministro soviético de Asuntos Exteriores, Molotov, Truman cogió el toro por los cuernos. Lanzó una amenaza apenas disimulada de empleo de las sanciones económicas contra la Unión Soviética. El 8 de mayo, sin previo aviso, el Presidente estadounidense ordenó reducir considerablemente los suministros, hasta el punto de que los buques americanos que navegaban con rumbo a la Unión Soviética regresaron a sus puertos. Poco tiempo después, anuló la orden de reducir los suministros. De lo contrario, la Unión Soviética no hubiera emprendido la guerra contra Japón, algo que Estados Unidos necesitaba imperiosamente. Pero la relación bilateral quedó comprometida. El memorándum firmado por el secretario de Estado Joseph Grew el 19 de mayo de 1945 declaraba que la guerra contra la Unión Soviética era inevitable. Llamaba a tomar una posición más firme en las relaciones con Moscú. Según él, era conveniente empezar la lucha antes de que la URSS pudiera reponerse de la guerra y restaurar su inmenso ejército, su potencial económico y territorial.
Los militares estaban impulsados por los políticos. En agosto de 1945, con la guerra contra Japón en plena ebullición, sometieron al general L.Groves, que estaba al frente del programa nuclear estadounidense, un plan de objetivos estratégicos en la URSS y en Manchuria. El plan contenía un listado de las 15 ciudades más grandes de la Unión Soviética: Moscú, Bakú, Novosibirsk, Gorki, Sverdlovsk, Cheliabinsk, Omsk, Kuibyshev, Kazan, Saratov, Molotov (Perm), Magnitogorsk, Grozny, Stalinsk (actual Donetsk) y Nijny Tagil.
Los objetivos militares se describían en términos de geografía, potencial industrial y prioridades de ataque. Washington abría un nuevo frente, esta vez contra su aliado. Lo mismo que Londres, olvidó inmediatamente que habían combatido codo a codo con la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, así como los compromisos adquiridos en las Conferencias de Yalta, Postdam y San Francisco.
(*) Yuri Rubtsov, Operation Unthinkable – Allies Were Bearing Secret Malice, http://www.strategic-culture.org/news/2015/05/25/operation-unthinkable-allies-were-bearing-secret-malice.html